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Carlos A. Montaner   

Escribo este artículo el jueves 17 de febrero del 2022. Continúan las 130,000 tropas rusas en las fronteras de Ucrania. Las hay en Bielorrusia y continúan las bombas en Donbáss, en el Este del país, en la frontera rusa, también accesible desde el sur, desde Crimea. El presidente Joe Biden no se fía ni un pelo en las seguridades de retirada que le ha dado Vladimir Putin. Hace bien. El exteniente coronel del KGB es capaz de matar a su madre a mordiscos y negarlo tras esconder el cadáver. Lo ha hecho antes con la oposición.

“Cree, pero verifica”, dice un proverbio, precisamente ruso, que solía reiterar Ronald Reagan. La inteligencia norteamericana cuenta, día tras día, que siguen los preparativos de la invasión. Es muy difícil ocultar el movimiento de tropas y de equipos, ni siquiera en las noches. Los datos “duros” provienen de la observación de los satélites y de los militares rusos secretamente a sueldo de la CIA. Dicen los británicos que hay un punto de no retorno determinado por el inmenso costo de la preparación. No lo creo. La guerra es mucho más costosa e impredecible. Puede costarle la cabeza al propio Putin.

La República de Macedonia del Norte (algo más de dos millones de habitantes, capital Skopie 600,000 h.) fue el último país que entró en la OTAN (2020). Los 30 países miembros de la OTAN están vinculados por el Artículo Quinto. Establece que el ataque a uno de ellos es un ataque al resto. Como es lógico, los países diminutos, como Macedonia del Norte o Montenegro (ambos fragmentos de Yugoslavia) se ven beneficiados por esta asociación a Estados Unidos, a Francia e Inglaterra, tres países con armas nucleares y grandes ejércitos que saben hacer la guerra. A los que se suman Canadá, Italia, Alemania, Grecia, Turquía, Polonia, Noruega, Dinamarca y España, hasta los 30 de marras.

Montenegro, penúltimo país adherido a la OTAN (2017), le sirvió al expresidente Trump para exhibir su desconocimiento de la geografía y de las razones que animaron a Truman a crear la OTAN en 1949. No se trataba de recaudar el 2% del PIB para la organización, cifra que se dio a título de orientación, y no como un compromiso fijo. Era intentar detener el espasmo imperial que mostraba la URSS en ese entonces.

Enterrada la URSS el 25 de diciembre de 1991 por Mijaíl Gorbachov, era razonable que los países, controlados o intervenidos por la URSS, tuvieran miedo de que Rusia regresara por sus fueros, como ha ocurrido con el enorme país una vez que Vladimir Putin se sintió fuerte, especialmente tras apoderarse por la fuerza de Crimea y de la base de Sebastopol.

En 1982 España entró en la OTAN para espantar los duendes de los golpes militares y de la guerra civil. Felipe González, que le había visto las orejas al lobo durante el “golpe de Tejero” en 1981, pidió el voto para el sí en el referéndum del 86 sobre la OTAN. En 1952, treinta años antes, habían entrado Grecia y Turquía para impedir que se fueran a la guerra. Alemania, ya curada del nazismo, pidió ingresar en el organismo en 1955. Ser miembro de la OTAN no sólo servía para enfrentarse a la URSS. También era útil para educar a los militares.

Hungría, Polonia y República Checa corrieron a guarecerse tras la OTAN en 1999. Entonces en Rusia mandaba Boris Yeltsin y el país era muy débil. El primer día del año 2000, y de ese centenario y  milenio, comenzó a gobernar Vladimir Putin. Lo primero que hizo en política exterior fue privar a Cuba de la base de escucha y de los 200 millones de dólares que Moscú le pagaba anualmente a La Habana (Fidel Castro murió sin perdonarle esa ofensa, originada en la pésima situación de Rusia). Pero en el 2004, ante un Putin dubitativo, que examinaba si Rusia cabía en el organismo, entraron en la OTAN: los exsatélites bálticos (Estonia, Lituania y Letonia), Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia.

Es cuestión de una mirada antigua. Rusia quiere estar rodeada de países amigables que le sirvan de colchón o de guardaespaldas ante un enfrentamiento con Estados Unidos. Eso no tiene sentido en el universo de la aviación subsónica o de la cohetería. Eso es historia antigua superada por la técnica.

Algo de esto fue lo que hundió a la URSS. Recuerdo el grito de guerra en Moscú a principios de los noventa: “tenemos que salvar a Rusia del peso de la Unión Soviética”. En efecto, cada “cliente” que le traía Cuba (Nicaragua, Zimbabue, Etiopía, Angola o la propia isla del Caribe) eran una potala, un ancla anudada al cuello de Rusia. Pero Putin no se ha enterado e intenta apoderarse de Ucrania. Fracasará.

http://www.elblogdemontaner.com/, Madrid, España, 19 de febrero de 2022.

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