La reforma política de 2003 suprimió el aval de múltiples listas por un partido, introdujo el umbral mínimo para participar en la distribución de curules y adoptó el sistema de la cifra repartidora para su asignación, todo lo cual condujo a la reducción del número de listas inscritas y de partidos participantes en las elecciones de cuerpos colegiados. Estas reformas tuvieron un notable efecto, como puede apreciarse examinando las cifras de la tabla.
En las elecciones de senado de 2002 – las últimas con el sistema cociente electoral[1], listas múltiples por partido y sin umbral - participaron 60 partidos o movimientos que inscribieron 312 listas, 96 de las cuales obtuvieron curules, 11 se ganaron por cociente y 89 por residuo. En las elecciones siguientes el número de listas inscritas, que coincide con el número de partidos y movimientos, se reduce sustancialmente. Para las de 2022, las listas serán16 en la circunscripción nacional.
Pero, aun así, los partidos continúan siendo muchos y muy débiles organizativamente pues la política personalista se perpetúa bajo la figura del voto preferente. Algunas personas, especialmente jóvenes, piensan el voto preferente les permite votar por el candidato que les gusta sin tener que hacerlo por aquellos que les desagradan. No es así. Todo voto emitido en una elección de cuerpos colegiados es, en primer lugar, un voto por una lista dada y contribuye a determinar el número de curules que esa lista obtiene. Las curules obtenidas se asignan en el orden en que están inscritos los candidatos, en las listas cerradas, o en el orden que resulte de los votos preferentes, en la abiertas.
El principal objetivo de la mayoría de los candidatos es su propia elección. El voto preferente es el equivalente a la multiplicación de listas pues permite controlar la clientela electoral. Los votos de clientela no se transan al menudeo sino en paquetes. Un líder político es un personaje que maneja cierto número de votos, lo cual significa que tiene una o varias listas de ciudadanos cuyas cédulas están inscritas en una o varias mesas. El político intercambia con el líder promesas por votos o, también, dinero por votos. El político espera que en determinadas mesas salga cierta cantidad de votos preferentes por su nombre, así como antes esperaba que salieran por su lista.
Otra expresión de la debilidad de los partidos es la multiplicación de precandidatos y candidatos a la elección presidencial. La pequeñez de los partidos hace que casi ninguno esté en condiciones de tener su propio candidato y algunos que podrían tenerlo son despreciados por los candidatos que prefieren lanzarse mediante la recolección de firmas. Esto está determinado, en gran medida, por la separación de los calendarios de las elecciones legislativas y presidenciales.
La multiplicidad de partidos y candidatos tiene cinco consecuencias muy negativas para la democracia:
1. Genera confusión en el electorado lo cual eleva la abstención, incrementa los votos nulos y la votación en blanco.
2. Empobrece el discurso político despojándolo de ideas y valores y llenándolo de baratijas electorales cada vez más populistas.
3. Favorece el clientelismo y la corrupción electoral.
4. Encarece los procesos electorales que se convierten, además, en un medio para ganar dinero con la reposición de votos.
5. Hace más difícil la gobernabilidad obligando a complejas transacciones burocráticas para aprobar la legislación.
Para llegar a un régimen político con dos o tres partidos relevantes, como en las democracias anglosajonas, sería necesario adoptar un sistema electoral mayoritario de circunscripción uninominal o muy reducida, lo cual haría extremadamente compleja, sino imposible, la negociación de una reforma política. Sin embargo, manteniendo las circunscripciones actuales y los demás elementos fundamentales del sistema electoral – cifra repartidora y umbral – sería posible llegar a un régimen de cinco o seis partidos relevantes con una reforma política de dos artículos, a saber:
1. Supresión del voto preferente.
2. Unificación del calendario electoral de legislativas y presidenciales.
Todos los políticos del país saben esos dos cambios tendrían consecuencias políticas extraordinarias y beneficiosas para la democracia en el mediano plazo, aunque puedan contrariar sus intereses electorales de corto plazo. Por eso, deberían tratar de aprobarse desde la primera legislatura del próximo congreso, de tal suerte que haya un cierto velo de la ignorancia sobre sus consecuencias en las elecciones de 2026.
[1] Los sistemas electorales para la elección de cuerpos colegiaos se dividen en mayoritarios y proporcionales. En los primeros, la totalidad de las curules en disputa en cada circunscripción se asigna al partido que obtiene la mayoría de los votos; en los segundos, la asignación se hace en proporción al número de votos emitidos. Existen dos grupos de métodos o fórmulas de asignación proporcional: los de residuo mayor y los de promedio mayor. El más conocido de los métodos de residuo mayor es el de la cuota de Hare o de cociente electoral, que fue utilizado hasta 2002. Este sistema conduce a la multiplicación de listas pues el mismo número de votos divididos en varias listas permite obtener más curules por residuo que las que se obtendrían en una sola por cociente. Los principales métodos de promedio mayor son el de D´Hont y el de Sainte-Laguë. Con el método de D´Hont, que se aplica desde las legislativas de 2006, los votos de todas las listas, ordenados de mayor a menor, se dividen sucesivamente por 1,2, 3…n, donde n es el número de curules, y se obtienen una serie de cocientes decrecientes. El enésimo es la cifra repartidora por la cual se dividen los votos de cada lista y el resultado entero es el número de curules asignado a cada una de ellas. Bajo este sistema no hay residuos, todas las curules tienen el mismo costo en votos y este es igual a la cifra repartidora. No hay lugar para el juego de residuos mediante la multiplicación de listas. Al contrario, los políticos agrupan sus fuerzas en listas unificadas para aumentar sus probabilidades de elección. Otro elemento del régimen electoral que refuerza la agrupación es la existencia del umbral, que es el número mínimo de votos requeridos para que una lista sea tenida en cuenta en el cálculo de la cifra repartidora y en la asignación de curules. Para el senado es el 3% de los votos válidos emitidos.