El 6 de enero se volvió emblemático desde el 2021. Turbas de fanáticos se tomaron el Capitolio en Washington para darle vuelta, a la fuerza, a una elección. En el aniversario se publicaron análisis en los periódicos del mundo, muy especialmente en los de Estados Unidos. En The New York Times encabezaba la serie uno del expresidente demócrata Jimmy Carter. Tiene mucho que decir; después de su presidencia dedicó su instituto a promover la democracia. Ha acompañado decenas de eventos electorales en todo el mundo.
Resumiendo (tal vez demasiado) sus palabras: teme por la democracia estadounidense, considera que el gran peligro es la polarización y pide que se multipliquen las discusiones, pero con un acuerdo en la forma de decidir, que es la que define la Constitución. Parecería obvio.
El fenómeno Trump y su innegable (para muchos, sorprendente) éxito político debe ser objeto de estudio. Un multimillonario, con una historia personal poco escrupulosa, logra que vote por él una multitud de pobres, con unos lemas de cambio que ni parece entender ni expresa bien. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, decía que en los movimientos totalitarios prevalece una combinación de credulidad y cinismo; pareciera que esa fue la clave del éxito de Trump.
Desde un principio dejó de preocuparse por los votos de quienes piensan como él, lo importante era conseguir los otros, y el camino fue la más pura polarización. La estrategia era dividir a la gente entre víctimas y victimarios. En Estados Unidos, a quienes tienen estudios universitarios –la tercera parte de la población– les ha ido muy bien los últimos años, mientras que los otros mayoritariamente han desmejorado su situación. Había que dejarles claro que son víctimas y que los victimarios son los otros (siendo otros todos aquellos que no son como yo).
¿Pero cómo concebir que un personaje como Trump lidere a las víctimas? Acá entran la credulidad y el cinismo en su máximo esplendor. El líder y quienes lo rodean se vuelven transparentes y "teflonados". No importa lo que hayan dicho o hecho en el pasado, no importan sus alianzas non sanctas ni sus pobres logros.
Para aumentar su credibilidad, el líder debe deshacerse de la historia. "Todo fue siempre como es ahora. No existen los procesos de cambio, no hubo progresos o retrocesos, solo hay culpas. Son los mismos los que nos han victimizado los últimos doscientos o quinientos años. Han organizado conspiraciones por todas partes".
No considera que haya proyectos mejores o peores, de largo o corto término, ambiciosos o triviales, el único proyecto es darle la vuelta a la torta. Los que están abajo tienen que estar arriba. Mejor no entrar en demasiados detalles de cómo hacerlo, los detalles son refutables, por tanto son inútiles.
Sostiene que todas las noticias son falseadas. La "prensa tradicional" está al servicio de los poderosos. Lo que dicen los otros no es verdad, y si traen estadísticas, son falsas. La verdad está en las redes, en los tuits del líder y sus seguidores. No importa que los llamados poderosos tengan unos pocos seguidores mientras los líderes “oprimidos” tienen millones.
Trump no es único, hay y habrá más como él. Difícil combatir el tsunami de insensatez, porque resulta reconfortante tener un mesías salvador.
Respecto a estos pocos puntos (hay, por supuesto, muchos más) deberíamos defender algunas premisas simples: la gente no se divide en víctimas y victimarios, la historia sí existe, no ha sido todo igual los últimos quinientos años, hay matices en las posiciones políticas, no todos los que piensan diferente son lo mismo, hay proyectos mejores y peores.
En el mundo existen las tonalidades, la única sociedad que puede vivir decentemente en blanco y negro es la de los pingüinos en la Antártica.
@mwassermannl
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 13 de enero de 2022.