Hans Küng —a quien Juan XXIII profesaba una admiración especial— tenía el convencimiento, que defendía con argumentos lógicos, de que nadie está obligado a soportar lo insoportable. Es la conciencia, sostenía, la que finalmente dicta hasta qué momento puede el ser humano aguantar el sufrimiento. Hasta dónde es digno arrastrar una calidad de vida que, deteriorada sin asomo alguno de curarse, solo despierta conmiseración. Que afecta en prolongado padecimiento no solo al paciente, sino a su entorno familiar, al que agobia, agota y hasta destruye la armonía de sus seres queridos.
El ser humano, por más estoicismo que tenga, no cuenta con capacidad ilimitada de sufrimiento. Sabe, y repetimos, que desde que nace la única certidumbre es la muerte. Es consciente de que si bien nace sin su voluntad, puede morir con ella. Comprende que toda su existencia es una batalla que al fin la perderá y que vale la pena lucharla desde que haya esperanza, no solo de vida decente, sino de muerte digna. La vida es una parábola de regreso a su lugar de origen.
El hombre es un ser físicamente frágil. Inclinado a las dudas e incertidumbres. La lógica natural es la hermana de la razón. Si tiene fe religiosa morirá abrazado a ella, y con una tranquilidad envidiable. Si carece de ella, podrá ver lo inevitable como una consecuencia natural del fin de la vida. Sabe que esta “es la enfermedad mortal de la cual todos padecemos”.
Debemos convencernos de que la muerte —como decía François Mauriac— “no nos roba a los seres amados, sino que, al contrario, nos los inmortaliza en el recuerdo”. A veces, decía el intelectual y escritor francés, “es más triste vivir olvidado que morir mil veces y ser recordado”.
Se cuenta de Franz Kafka que al final de su enfermedad, cuando ya no podía soportar el dolor, le recordó a su médico de cabecera y amigo la promesa que le había hecho de inyectarlo para morir serenamente. Y como el médico dudara, el autor del “Proceso” le dijo sin vacilación alguna: “Mátame; si no, serás un asesino”. Para Kafka prolongar el dolor cuando no había humanamente medicina para mitigarlo era un asesinato lento y doloroso.
P. D.: En Medellín comenzó el Festival de Circos. En Colombia ya se había iniciado la diversión con payasos, maromeros y trapecistas, elenco formado por pintorescas precandidaturas presidenciales. Circo animado por las desafinadas bandas de músicos de las Cortes judiciales.
https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 17 de noviembre de 2021.