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Carlos Salas Silva                

 Los cambios en el campo de la política que se están dando en el mundo no son lo suficientemente alentadores como para volver a sentir un poco del optimismo que ya hace dos largos años está ausente en nuestro país debido a que los graves problemas del pasado fueron enfrentados a medias en lugar de haber buscado soluciones a largo plazo cuando se tuvo la oportunidad de hacerlo.

Los logros obtenidos en la primera década del presente siglo fueron coyunturales debido tanto a una falta de previsión como a esa falsa confianza que nubla la mente y que nos hace sentir inmunes ante peligros que siguen latentes al haber sido superados solamente de manera parcial. Recuerdo, no sin amargura, la gran oportunidad, que vimos diluirse muy rápidamente, cuando el gobierno de la seguridad democrática, luego de mostrar que era posible erradicar de raíz el narcoterrorismo que se había apoderado del país, no mantuvo su empeño dejando la culebra viva, lo que no se logra entender. Y no solo eso, la corrupción y las malas mañas de los politiqueros siguieron su curso a pesar de una percepción de confianza de los ciudadanos tal como para cambiar la constitución en busca de un segundo mandato de Álvaro Uribe. Hoy pagamos las consecuencias de haber dejado las cosas a medias y, de remate, dejarle abierta la puerta a un presidente tan nefasto como Juan Manuel Santos para que se reeligiera a cualquier precio lo que ahora le sirve de argumento al mequetrefe que mal nos gobierna para perpetuarse en el poder.

A pesar de las terribles circunstancias internacionales de ese momento con un Foro de Sao Paulo desaforado lleno de dólares provenientes de la bonanza petrolera venezolana, decidido a tomarse la región, y hasta la misma España financiando a Podemos, Colombia logró grandes avances, tanto en materia económica como de seguridad, durante el primer mandato de Álvaro Uribe lo que permitió mantener a raya al castrochavismo. Éramos visto como la joya de la corona, como la anhelada presa que los depredadores de la izquierda progresista tenían en la mira lo que nos hacía vulnerables y cualquier descuido sería mortal como hoy lo constatamos con inmenso dolor. La primera torpeza cometida fue la de la reelección, con ella los enemigos de la democracia y afectos a la tiranía pudieron igualar a Uribe con un Chávez, un Correa o un Evo.

La segunda y muy grave equivocación fue la de no erradicar los cultivos de coca en su totalidad. En un año se logró, con relativa facilidad, acabar con la mitad de esos cultivos. ¿Por qué carajos no se siguió con el mismo ritmo para no dejar ni una mata de coca en el territorio nacional? Nadie ha dado una explicación y algunos se contentan con decir que en los siete años siguientes de seguridad democrática se disminuyeron los cultivos a apenitas cuarenta mil hectáreas y lo dicen sin vergüenza. Al lado de ese gravísimo error la persecución a los narcoterroristas tuvo una tregua y, a pesar de las denuncias de los campamentos en Venezuela y de las madrigueras en las que se refugiaban los reductos de las FARC y el ELN, no se continuó la lucha permitiendo que se fortalecieran.

Pero qué decir del más humillante de los errores de un gobierno que llenó de ilusión a los colombianos para luego defraudarlo, el de haberle dado el ministerio de defensa a un tal Santos como trampolín para la presidencia. Un zorro político como Uribe no podía ser engañado de manera tan burda. Hoy pagamos las consecuencias de semejante decisión sin que hayamos recibido explicación alguna.

La grave situación por la que pasa el país es el fruto podrido de esa falta de previsión; pareciera que nos contentamos con resultados parciales sin tener en cuenta que si se deja la semilla del mal este resurge, como la maleza, con mayor fuerza. Estamos pagando un costo muy alto por haber dejado las cosas a medias, hasta el punto de estar pasando por el peor momento de nuestra historia. No es ni siquiera un Lula, ni un Ortega, ni un Maduro, sino todo un Petro el que nos gobierna. A pesar de ello, Colombia puede tener una segunda oportunidad en un presente en el que el mundo comienza a sacudirse de la farsa del progresismo: en las elecciones parlamentarias de la Unión Europea recibieron un duro golpe, en Venezuela María Corina se ha transformado en un verdadero huracán político que ha puesto a temblar a la infame dictadura, lo que puede significar el comienzo del fin de una tiranía que ya lleva más de dos décadas de destrucción. Aunque México está tomada, como también Brasil, el castrochavismo ha perdido la fuerza de tiempos pasados. Además, un Trump ya curtido es de lejos el más opcionado para ganar las elecciones lo que sería un gran alivio luego del desastroso gobierno del decrepito Biden que le ha significado tanto daño a la región y al mundo.

Así, para el infame gobierno de Petro las cosas no son como en el pasado. El poder de sus aliados se ha visto mermado desde el del no menos corrupto Sánchez hasta el del decadente Maduro, que no es ni la sombra de lo que fue Chávez, pasando por una tal Cristina, un Correa o un Evo que no generan ni siquiera lástima; por el contrario, lo que dan es pena.

KienyKe

Publicado en Columnistas Regionales

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