Y Petro entonces llega al poder y desde allí, sin escrúpulos ni reatos, descabeza la fuerza pública, humilla las tropas, las encuartela, las desarma e inutiliza y les impide actuar en defensa de los ciudadanos; y, paralelamente, alimenta la primera línea, a los gestores de paz, premia con amnistía y sueldos a los peores criminales y los une a sus huestes, y organiza nuevas hordas de bandidos a quienes les vende la filosofía de que como ellos no tienen nada que perder, pueden estar dispuestos a destruir sin conmiseración y a causar disturbios y caos en contra de la oligarquía (como si Petro no fuera el mayor oligarca del país).
Conforma entonces su guardia pretoriana diseminada por toda Colombia. Son desalmados e inescrupulosos y están dispuestos a utilizar las más crueles formas de lucha para defender su miseria. Y entonces, con la seguridad de poder destruir el país, el presidente se juega sus cartas perversas de odio y resentimiento en todos los estamentos del Estado. Empieza por nombrar en cargos de vital importancia a sus camaradas del grupo terrorista M-19, sin importar sus capacidades, destrezas o conocimientos (si hay que cambiar los requisitos del cargo para que encajen sus compañeros de lucha, ¡pues lo hace y listo!). Lo mismo pasa en ministerios, embajadas, consulados y direcciones de institutos descentralizados donde se manejan billonarios presupuestos. Y quedan entonces también conformadas sus tropas de alto nivel que le garantizan su financiación belicosa.
Para darle un viso de legalidad a sus desafueros presenta ante el legislativo sus proyectos de reformas. Él conoce el congreso y sabe que allí tendrá que enfrentar una oposición férrea y argumentada, y se va por la vía fácil de penetrar, con dineros de las instituciones, los bolsillos de congresistas corruptos que venden su voto. Pero aún así fracasa en algunos de sus intentos y se enfrenta a derrotas sucesivas que bloquean sus intenciones de destrucción.
Paralelamente, las Altas Cortes hacen su trabajo en una demostración de independencia y, cumpliendo con su misión constitucional, ejercen los controles adecuados para evitar los desbordes del ejecutivo. Inician procesos judiciales que pretenden castigar, mediante la ley, los desmanes del Petro candidato y abren investigaciones que desembocan en acusaciones concretas para ser trasladadas a los órganos competentes.
¡Y aquí es Troya! Petro se ve acorralado por la democracia y explota en su desespero. Él sabe muy bien que en el poder legislativo las cosas no están tan fáciles, y menos con la evidencia de haber sobornado a los presidentes de ambas cámaras; en el poder judicial su situación es cada vez más comprometedora y tiene claros sus castigos; y ante el pueblo, que sí es soberano, su nivel de desaprobación es inmenso. Consecuencias: ¡Le estorba la democracia y la institucionalidad!
Y como le estorba la institucionalidad no le queda más remedio que acabarla. Su nuevo discurso es: “Si se viola el voto popular de 2022 se instaura en Colombia el poder constituyente de una vez, a través de la movilización masiva del pueblo colombiano.”.
Traducción: “si el congreso no se me arrodilla, y la justicia actúa en mi contra, convocaré a mis tropas para que destruyan el país. Prefiero posar de mártir que pagar por mis delitos. ¡Pero eso sí: antes de mi sacrificio, Colombia se incendia!”
¡Ese es el sátrapa que eligieron hace dos años! ¡Es el sátrapa desesperado que hoy tiene a Colombia al borde del desastre!
¡Se les advirtió!