La imagen crística que los publicistas fabricaron de Salvador Allende, el gran campeón del “humanismo marxista” latinoamericano, conoce actualmente un recentraje brutal y saludable gracias a Víctor Farías, doctor en filosofía y profesor a la universidad Andrés Bello de Santiago de Chile. Farías es conocido internacionalmente por su obra, Heidegger y el nazismo, escrito en la época en que era investigador en la Freie Universität de Berlín. Su libro suscitó en 1987 una fuerte polémica.
En Allende, la cara oculta. Antisemitismo y eugenismo (Ediciones Grancher, París, 2006), Víctor Farías ventila uno de los aspectos más oscuros de la personalidad del fallecido presidente de Chile y revela las complicidades de Marmaduke Grove, el fundador del Partido Socialista chileno, con la embajada nazi de Santiago en 1938.
De la predisposición genética de los judíos al crimen a por qué encarcelar a los homosexuales
No sin dificultad, Farías desenterró el primer escrito científico de Allende, Higiene mental y delincuencia, que preconiza, entre otras cosas, el encarcelamiento definitivo de una categoría de pacientes, pretendidamente “incurables”, y el tratamiento autoritario de los toxicómanos y de quienes sufren enfermedades mentales vinculadas a “desviaciones sexuales” como la homosexualidad. Presentado en 1933 ante la facultad de Medicina de la Universidad de Chile, ese texto “obtuso y muy mediocre”, según Farías, explica que una de las causas naturales de la delincuencia es la “raza”, lo que predetermina genéticamente a los judíos a un determinado tipo de delincuencia: “Los hebreos se caracterizan por formas determinadas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, usura (…). Estos datos permiten pensar que hay una influencia de la raza sobre la delincuencia”. El examen del contenido exacto de ese texto no se había hecho hasta hoy.
Árabes, gitanos, italianos, españoles…
En su tesis, Allende dice también que “los gitanos constituyen habitualmente grupos delincuenciales donde reinan la pereza, la cólera y la vanidad. Los homicidios son muy frecuentes entre ellos”. Los árabes son, según él, “imprevisivos, ociosos e inclinados al robo”. El racismo naturalista y discriminatorio de Allende se extendía también a otros seres humanos, bajo el pretexto de los llamados “factores climáticos”: “Los italianos del sur, en oposición a los del norte, y también los españoles son, decía Allende, propensos a los crímenes pasionales de manera cruel y primitiva y son emocionalmente irresponsables”.
Gracias a un intercambio con especialistas italianos en historia de la medicina, Farías descubrió que Allende, en la redacción de su tesis, había copiado literalmente, sin citarlos, o citándolos parcialmente, autores italianos discutibles como el frenólogo César Lombroso y el naturalista Nicolás Pende. Este último, un partidario de las leyes racistas de Mussolini, definía a los judíos como un “corpúsculo exterior al pueblo italiano, ario”.
Farías demuestra que José María Estampé, la otra fuente clave de Salvador Allende, que trabajaba sobre el tema de los pueblos “étnicamente predispuestos al delito social”, menciona en sus escritos solamente a los gitanos, a los hindúes y a algunas tribus de Bohemia, mientras que Allende “completa la lista añadiendo motu propio ‘a los judíos’, haciendo así pasar el científico uruguayo por un antisemita”. Estampé, era, en efecto, un racista, pero no un antisemita como Allende. Farías concluye que hacer “creer al lector que esa frase procede del profesor Estampé es una falsificación del texto con la intención evidente de añadir un crédito científico a su cruzada antisemita”.
El antisemitismo de Allende es, en efecto, extremo ya que los “argumentos” fijados en su texto sobre los defectos supuestos de los “judíos”, no son atribuibles a un antisemitismo “cultural”, sino son fundados sobre un análisis, como lo enfatiza Farías, sobre los “antecedentes probablemente genéticos” como sólo lo hacían en esa época los nazis alemanes.
Su programa de esterilización de los enfermos mentales y la defensa de la raza
Con esos prejuicios racistas Salvador Allende irá más lejos. En 1939, como ministro de Salud del gobierno del Frente Popular, anuncia que su programa incluye la esterilización de los alienados mentales, es decir, de millares de chilenos, muchos de ellos niños. Ese dispositivo lo concibe Allende como un instrumento “de defensa de la raza con un dispositivo coercitivo compuesto por medidas eugénicas negativas” [1].
Farías concluye: “Como todos los racistas extremos, Allende asigna a la ‘raza’ un estatuto ontológico decisivo en todas las direcciones de la actividad humana. La ‘falsedad’, la ‘estafa’, la ‘calumnia’ y, para terminar, la ‘usura’, constituyen un abanico de deficiencias explicadas por la inmovilidad del destino genético. En ese caso, ni el arrepentimiento, ni la proposición de cambio, son posibles”.
Practicadas por la Alemania nazi desde julio de 1933 y rechazadas por la opinión pública internacional, las ideas eugenistas de Allende serán, sin embargo, el objeto de un programa de salud de inspiración totalitaria. Pues Salvador Allende propone la esterilización masiva de los alienados mentales no de manera voluntaria sino por la fuerza: contra la sentencia definitiva de esterilización, emitidas por el Tribunal de Esterilización, “no podrá interponerse recurso alguno”. (Artículo 18 del proyecto de ley del ministro Allende).
Su expulsión de la izquierda marxista y su ingreso en el Partido Socialista
Las afirmaciones de los hagiógrafos sobre el compromiso de Allende con el marxismo en 1933 se hacen a pesar de esos graves hechos. La querella de Allende con el grupo marxista “Avante”, del cual él fue expulsado, podría ser la consecuencia de las verdaderas motivaciones de Allende en esa época. El no habría sido expulsado “por haberse negado a promover la formación de soviets”, como dice su biografía oficial, sino por su antisemitismo y su interpretación reaccionaria de la ciencia psiquiátrica. Con gran habilidad, Allende abordará ese tema en 1971 en su entrevista con Regis Debray diciéndole que él había sido expulsado por su “inclinación reaccionaria”, aludiendo, claro está, a su “negación de los soviets” y no a sus chocantes tesis universitarias.
Allende tuvo más suerte con el Partido Socialista. Desde abril de 1933 fue miembro fundador, jefe de célula y secretario de estudios sociales de la sección de Valparaíso y secretario de la provincia de Antofagasta. “Si esos datos son ciertos, considera Farías, ni la veracidad de Allende ni la identidad política del Partido Socialista son firmes”.
Pero el antisemitismo, tara común del marxismo y del fascismo [2], es un defecto bastante visible entre los socialistas chilenos. Farías recuerda que Carlos Altamirano, el jefe histórico del Partido Socialista chileno, es el autor del “texto antisemita más salvaje que se haya escrito en Chile”. En efecto, Altamirano revela en 1968 a un periodista que “el peor de sus odios se dirige contra Moisés, el creador del judaísmo y de quien la religión judía recibe su nombre”. Altamirano declaró: “Moisés es un viejo desgraciado, un viejo impotente y amargo, y lo único que hizo fue traumatizar a la humanidad durante un periodo de dos mil años. Él no tiene perdón de Dios. Es un viejo impotente que no podía hacer nada; por eso, para vengarse, subió a una montaña donde reflexionó durante algunos días como sabemos y reapareció enseguida con sus diez mandamientos. ¡No fornicar! ¡No desear la mujer de su prójimo! ¡No mentir! ¡No matar! No hacer esto, no hacer aquello. ¿Ha visto usted un viejo más desdichado? ¡Él retiró de un golpe todo lo que la vida tiene de bueno! ¡Habría que crear un gran movimiento destinado a enviar a Moisés al diablo…!” [3]
La protección de los nazis en Chile y sus vínculos con el gran capital
Hay también el expediente Walter Rauff. Este último, uno de los grandes criminales nazis, responsable directo del asesinato de 100 000 judíos y creador, por orden de Eichmann, del sistema de los camiones de gas, con los cuales fue exterminado medio millón de seres humanos, vivía tranquilamente en Chile. Allende se había negado a entregarlo a la justicia internacional, a pesar de las gestiones de Simon Wiesenthal en este sentido. Durante su calamitoso gobierno de 1970-1973, Salvador Allende protegió “directa y deliberadamente” a Walther Rauff. ¿Por qué? Según Farías, por las fuertes contribuciones de Rauff a Allende durante la campaña electoral de 1969.
En una obra anterior, intitulada Los nazis en Chile (Planeta, Santiago, 2003), Farías había revelado los vínculos entre el gobierno de Frente Popular de Aguirre Cerda (1938-1941) con los ministros de la Alemania nazi, en particular la propuesta presentada por Marmaduke Grove al III Reich de comprometerse a realizar la totalidad de las importaciones del Estado chileno y de las empresas controladas por éste con la Alemania nazi. Ello a cambio de la concesión de un crédito de 150 a 200 millones de marcos para comprar en Alemania productos militares e industriales. Grove había solicitado, además, la entrega de un soborno de 500 000 pesos para comprar las conciencias de los ministros socialistas (entre las cuales la de Salvador Allende). Farías publica en los anexos de su libro la copia del mensaje respectivo del diplomático alemán fechado el 21 de noviembre de 1938.
Otro elemento que contribuirá a una inversión completa de la imagen de Salvador Allende son los vínculos probados de éste con el gran capital chileno (la sociedad de importaciones -exportación Pelegrino Cariola), y su papel como accionista del diario Ultima Hora, del cual el líder socialista controlaba una parte del capital, por un valor de 70 000 dólares.
La obra de Víctor Farías no abarca la totalidad de la trayectoria política de Allende. La sumisión de éste ante las orientaciones extremistas de Fidel Castro, sobre todo durante la última fase del gobierno de la Unidad Popular, en la que se preparaba la retoma de la iniciativa por la fuerza, la destrucción la economía, expropiaciones rampantes y la nacionalización sin indemnización de las minas de cobre, así como la pobreza y la escasez alimentaria impuestas a la población (lo que los marxistas presentaban como una “política de redistribución de la riqueza”), todo ello hará perder muy pronto al allendismo el control del Congreso y a agudizar la ruptura del régimen con los partidos de oposición, con las clases medias y con una parte de la clase obrera (la cual no sostendrá a Allende en el momento del golpe de Estado de Pinochet). Esa fue la falla principal de la carrera de Salvador Allende. Pero eso no era, desgraciadamente, el tema del libro de Farías, lo que constituye, quizás, su único defecto.
Dudas sobre la muerte de Salvador Allende
Sin embargo, el autor aborda, al final de su investigación, el punto de la muerte del jefe de Estado chileno. El aporta el testimonio personal del doctor Carlos Marambio, uno de dos médicos que practicaron la autopsia del cadáver de Allende. “Dada la complejidad de la situación, preferimos informar verbalmente, sobre todo porque llegamos a la certeza absoluta de que la muerte no había sido el resultado de un suicidio. Era indudable que hubo la intervención de otras personas en los disparos mortales”, declaró Marambio. Pero como los militares realizan que serán acusados de haber cometido ese crimen, “produjeron un segundo informe” que será firmado solamente por Tobar, el otro médico, donde se menciona el “suicidio” de Salvador Allende.
Sin hacer alusión a las recientes afirmaciones de algunos exagentes castristas [4], hoy exiliados en Europa, sobre el asesinato de Allende en el palacio de la Moneda, el 11 de septiembre de 1973, por uno de sus guardaespaldas cubanos, Víctor Farías se suma al grupo de quienes piden que se haga toda la verdad sobre ese episodio de la biografía de Allende. Por lo demás, el libro de Víctor Farías merece ser leído con la mayor atención. Sobre todo, por parte de los políticos que deberán decidir un día si los numerosos lugares y calles francesas, europeas y latinoamericanas bautizadas Salvador Allende merecen seguir bajo tal denominación.
[1] Diario La Nación, 16 de noviembre de 1939.
[2] Leer Francis Kaplan, Marx antisémite ?, Editions Imago/Berg International, Paris, 1990 ; Alexis Lacroix, Le socialisme des imbéciles, Editions La table Ronde, Paris, 2005 ; George Watson, La littérature oubliée du socialisme, Editions Nil, Paris, 1999.
[3] Eugenio Lira Massi, La cueva del Senado y los 45 senadores, Santiago, 1968, páginas 102-103. Citado por Victor Farías, ob. cit., página 120-121.
[4] Leer Alain Ammar, Juan Vives y Jacobo Machover, Cuba Nostra, les secrets d’Etat de Fidel Castro, Ediciones Plon, París, 2005; Juan Vivés, El Magnífico, 20 ans au service secret de Castro, Ediciones HugoDoc, París, 2005.
Rebelión en la granja | 23/09/2023