Ese día lo que hubo en Bogotá fue quizás un buen espectáculo para almas cándidas, pero no un acto de gobierno, ni un homenaje a la libertad, ni una celebración digna del 1 de mayo.
Petro apareció rodeado de gente sobre una tarima con las manos con guantes de caucho y exhibiendo, en una, un reloj-cacerola de nuevo rico y en la otra un remedo de espada de Bolívar fabricado en Cuba, de hoja estrecha y larga, tanto que el Libertador, hombre de baja estatura, no habría podido sacarla de su vaina.
También hizo que le confeccionaron para la ocasión una bandera cuadrada, con triángulos rojos, negros y blancos, formas y colores que, según Petro, corresponden a la bandera con la que Simón Bolívar declaró la “guerra a muerte” en Venezuela. Dijo que la “bandera roja y negra está con el pueblo” allá mientras, en la sede del Congreso, “rodeada por la mortaja negra”, están “disque los representantes del pueblo”. “Esa bandera la hizo Simón Bolívar, gesticuló Petro, y fue “llevada por los llanos de Colombia y Venezuela”. Falso. Esa bandera nunca fue la de los soldados que liberaron la Nueva Granada.
Al elegir ese período, que comenzó no en 1816 sino tres años antes, Petro ofreció uno de esos discursos con frases patéticas y falsas referencias históricas que son la clave de su demagogia pobre, y envió un mensaje alucinante: el de la perspectiva de una guerra civil entre colombianos con sus excesos terribles.
David Patrick Geggus (1) cuenta que la “guerra a muerte” fue propuesta por el caudillo venezolano Antonio Nicolás Briceño y otros jefes patriotas, en enero de 1813 “para poner en práctica una guerra de exterminio contra los españoles”.
Ese período de la “guerra a muerte” es uno de los más oscuros, sangrientos, lleno de derrotas y traiciones de la gesta libertadora. Al perorar sobre ese tema Petro no sabía dónde se estaba metiendo. El punto central de ese tipo de guerra fue resumido por Bolívar en su declaración del 15 de junio de 1813 en Trujillo, Venezuela, en la cual sobresale una frase: “Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas”. ¿Eso es lo que anuncia Petro a quienes no aprueban sus estrafalarias reformas?
El 16 de enero de 1813, Antonio Nicolás Briceño, en Cartagena de Indias, había escrito: “El fin principal de esta guerra es el de exterminar en Venezuela la raza maldita de los españoles de Europa sin exceptuar los isleños de Canarias, todos los españoles son excluidos de esta expedición por buenos patriotas que parecen, puesto que ninguno de ellos debe quedar con vida no admitiéndose excepción ni motivo alguno”.
En febrero de 1814, al concluir la campaña y ser derrotados por los españoles en la primera batalla de La Puerta, Juan Bautista Arismendi, por órdenes de Bolívar, mandó a fusilar a 886 prisioneros españoles en Caracas. Para engrosar su número fusiló, además, en cuatro días, los 300 enfermos y heridos del hospital de La Guaira”. (2)
La estrategia del exterminio contra los leales a la Corona española, españoles, criollos y europeos, no le dio la victoria a los libertadores. Por el contrario, estos, como Bolívar, ganaron escaramuzas, pero sufrieron derrotas, masacraron civiles inocentes, fusilaron presos y traicionaron a sus propios líderes. La mayor bajeza de Bolívar en ese período fue la entrega del Precursor de la Independencia, Francisco Miranda, al jefe español Monteverde. En retribución, Bolívar obtuvo de éste un pasaporte para salir del país y la promesa, que jamás fue cumplida, de que los realistas respetarían sus bienes (3). Enfermo de escorbuto y sin jamás haber recibido los cuidados necesarios, el Precursor de la libertad en América Latina murió el 14 de julio de 1816, en un hospital militar de Cádiz.
Miranda había luchado con las armas en la mano en tres revoluciones: la americana, la francesa y la de América del Sur, siempre en el campo de la libertad. Él era “un revolucionario ma non troppo”, resumen Salvador de Madariaga en su excelente tratado El declive del Imperio Español de América (4). “Ningún hombre deseó más que él preservar la América del Sur de los excesos de la revolución francesa y ese tema estuvo siempre en primer plano en sus entrevistas con Pitt”, el primer ministro británico, subraya Madariaga.
Ese enfoque desesperado de la “guerra a muerte” dejó trazas negativas e indelebles en la lucha por la independencia y en las décadas posteriores en los países latinoamericanos. En 1813, le cambió el carácter a la guerra de independencia y ésta se trocó en una guerra de razas y de clases y en una asombrosa guerra civil. Al final, el fracaso de los independentistas fue evidente. Bolívar no tuvo más remedio que huir con otros oficiales en un ladrillo militar inglés y refugiarse en Jamaica, desde donde escribirá, en septiembre de 1815, su versión de los hechos que provocaron la caída de la Segunda República de Venezuela.
Clément Thibaud, en su obra La loi et le sang. Guerre des races et constitution dans l'Amérique bolivarienne , escribe: "La guerra a muerte llegó a su punto máximo en el año 1814, en la cual José Tomás Boves al mando de los llaneros con el grito de 'muerte a los blancos' desató una feroz lucha de clases que liquidó la Segunda República. Historiadores han calificado dicho período como una guerra civil entre venezolanos que apoyaban a la Corona y los que deseaban la independencia, pero con la muerte de Boves, y la sustitución de las montoneras llaneras que peleaban por el rey, por un ejército expedicionario regular comandado por el Mariscal Pablo Morillo, comenzó a humanizarse la guerra en 1815, ya que además de la misión militar de reconquistar la Nueva Granada, tenía la misión de desarmar y licenciar en Venezuela las incontrolables huestes de Boves que en su mayoría se habían plegado al bando patriota.”
El ocupante de la Casa de Nariño no hizo esa exhibición oratoria por razones históricas sino para hacer lo contrario: amenazar de muerte a los miembros del Congreso de Colombia, y para recordarles que el M-19 no los respeta y que están dispuestos a cortarles la cabeza pues la guerra actual es a muerte. Disfrazar la amenaza y su enorme carga simbólica en simples “comentarios”, como escribió una publicación de Bogotá, no sirve sino para desmovilizar al país frente a una perspectiva cada vez más liberticida e insoportable.
Petro dijo: "¿Por qué roja y por qué negra? Porque el negro es la muerte y el rojo es la libertad. Significa esta bandera, libertad o muerte. Este pueblo de Colombia vuelve a levantar esta bandera para que no nos tomen por pendejos".
El pueblo de Colombia no levanta esa bandera de triángulos ominosos. El país, por el contrario, respalda al Congreso ya los congresistas y no vacilará un instante en declarar rebelde a Petro si el intenta, directo o usando a sus seguidores, cerrar el Congreso. El ejemplo de los hermanos peruanos que se enfrentaron a un energúmeno como Pedro Castillo y lo destituyeron y encarcelaron en 2022, está muy vivo en el país.
Petro advirtió que, si el Congreso dice no a la consulta, “el pueblo se levanta y lo revoca”, lo que anuncia una revuelta popular incontrolable que cerrará al Congreso. Según la prensa, Petro parece haber realizado que su frase le podría costar caro y agregó otra para desviar el sentido: aclaró que el cierre del Congreso no será “entrando al Capitolio en masa, sino en las elecciones de marzo de 2026”.
Como sea, Petro parece convencido de que él es el representante exclusivo del pueblo y que los miembros del Congreso son simples “traidores del pueblo”. Esa es la rutinaria charada de todo dictador. Y agregó: "Vamos a usar la democracia, ni un solo parlamentario que vota en contra de la consulta popular se vuelve a elegir en Colombia, porque nadie vuelve a votar por él. No habrá colombiano o colombiana que elija a alguien que lo ha traicionado".
¿A qué juega Petro? ¿Ha perdido la razón?
Que responda el pueblo y sus representantes legítimos.
(1) David Patrick Geggus (2001), El impacto de la Revolución Haitiana en el mundo atlántico . Columbia: University of South Carolina Press.
(2) Andrés Valencia, Mariano de Briceño, Historia de la Isla de Margarita . www.oarval.org . Manuel Baró y Manuel Guevara (2007). Venezuela en el tiempo: Cronología desde la Conquista hasta la fundación de la República .
(3).- Jacques de Cazotte, Miranda 1750-1816 , Ediciones Perrin, 2000.
(4).- Éditions Albin Michel, París, 1986.
----------------
El régimen agónico de Petro amenaza cerrar el Congreso de la República. ¿Qué hacer?
Eduardo Mackenzie
El pasado 18 de marzo, Gustavo Petro, ante una manifestación de sus partidarios en la Plaza de Bolívar, insultó a las mayorías del país que se oponen al régimen atroz que él preside. Insultó a los congresistas, a los alcaldes, a los empresarios y a los líderes políticos que no aceptan las tropelías del régimen agónico. Creyéndose señor y dueño de las libertades públicas, de la prosperidad de las empresas privadas o no, y hasta de la salud de los colombianos, a quienes trata rabiosamente de imponerles legislaciones devastadoras y anticapitalistas, gritó: “No más oligarquía en Colombia”, los congresistas “son unos arrodillados al dinero” y el “pueblo debe rebelarse” contra ellos.
Su destemplada arenga incluyó la amenaza directa de usar la violencia contra senadores y representantes y contra la nación entera: “Si no aceptan las reformas y la consulta, el pueblo los sacará del Congreso”. Y gesticuló: “No estoy hablando carreta. Los del M-19 aprendimos a no hablar carreta”. El M-19, en efecto, fue una de las bandas narco-comunistas más hipócritas, despiadadas y criminales que ha producido la subversión en Colombia.
La conclusión que obviamente saca el hombre de la calle es que Petro está tan aislado y desesperado por sus numerosos fracasos que podría llegar al extremo de cerrar el Senado y la Cámara de Representantes, donde los legisladores se resisten a llevarle agua al molino. Entonces, el próximo 20 de julio, o antes, podríamos ver, bajo la apariencia de una revuelta popular “espontánea”, el Capitolio Nacional invadido y entrabado.
El plan de Petro podría tener características diferentes, menos sibilinas, como hizo en el Perú su admirado y turbulento Pedro Castillo, quien terminó en la cárcel de Barbadillo el 7 de diciembre de 2022. Tras anunciar el cierre del Congreso y la conformación de un “gobierno de emergencia” Castillo fue destituido en pocas horas por el pleno del Congreso y el ministerio público, por “permanente incapacidad moral”. Al hombre no le quedó más remedio que buscar refugio en la embajada de México, pero antes de llegar a ese lugar la policía lo capturó. Las Fuerzas Armadas también respaldaron al Congreso.
Días después del discurso en la plaza de Bolívar, la prensa informó que hordas de “indígenas” petristas armados de garrotes, cuchillos y explosivos habían comenzado a movilizarse desde el sur del país, en buses y camiones, para invadir a Bogotá. En Popayán, la policía interceptó un bus donde unas mujeres transportaban pistolas y centenas de balas relucientes para fusil, disimuladas en mantas. El pretexto es que iban a Bogotá a desfilar durante el l de mayo. Los incrédulos creen que van a enfrentar en las calles de la capital a la fuerza pública y a la población en general.
¿Iban a invadir el Capitolio nacional? Al momento de redactar esta nota, la fuerza irregular sigue atrincherada en el campus de la Universidad Nacional.
Para caldear aún más los ánimos, Petro, repitió sus monsergas contra el poder legislativo y calificó al presidente del Senado de hp. Exigió que le aprueben la llamada “consulta popular”, un amago de referendo que el analista político Saúl Hernández definió como una “trampa a la democracia” donde “las preguntas están formuladas de tal manera que toda persona que esté en sus cabales conteste que sí”. La oposición pide no participar en esa votación para mostrar el aislamiento del régimen.
Gustavo Petro, desde luego, trata de darle un perfil misterioso a sus planes. El no desmintió las amenazas de cierre del Congreso. Encargó a alguien de la Casa de Nariño para hacerlo. Esta lo hizo con gran ambigüedad. El resultado es que nadie sabe qué puede pasar. Que sí cerrará el Congreso, insiste un diario. No, dice otro. “Si el Senado de la República no aprueba la consulta popular en 30 días el presidente la convoca por decreto”, cree saber otro matutino. Y agrega: Petro, secundado por el ministro del Interior, Armando Benedetti, estima que él puede convocar la consulta “como dice la ley”.
Sin embargo, Petro muestra su desprecio por el ordenamiento jurídico. Luis Guillermo Guerrero, profesor y exmagistrado de la Corte Constitucional, consultado por El Colombiano, de Medellín, explicó: “De acuerdo con la Constitución, si no hay concepto favorable del Senado no se puede hacer la consulta popular y la consulta es ilegal”. Lo que Petro urde es, pues, conformar a dedo una asamblea constituyente que copie la Constitución dictatorial de Hugo Chávez.
Un cuarto o quinto diario asegura que Petro no cerrará el Congreso pues quienes se encargarán de eso serán grupos especiales como los apostados ya en un campus universitario de Bogotá. No sería la primera vez que, traídos por el gobierno desde el sur de Colombia para crear disturbios en la capital, esas turbas sirven de ariete y presión para que sean satisfechas las ambiciones de Petro, como ocurrió el 8 de febrero de 2024 y el 28 de octubre de 2022. En la primera fecha, los amotinados irrumpieron en parte de la sede de la Fiscalía General para forzar la elección de un fiscal general de bolsillo. En la segunda trataron de incendiar la puerta de la Fiscalía para excarcelar a un grupo de matones acusados de haber herido y dado muerte a civiles y a agentes de la fuerza pública en el intento de insurrección de 2021.
¿Estamos pues cerca de un nuevo asalto petrista?
El Congreso, el poder judicial, los partidos, la ciudadanía deben declararse en alerta permanente para poder responder con agilidad, como hicieron los peruanos ante el atorrante Castillo.
El petrismo está levantando espesas columnas de humo para que la ciudadanía observe sin ver, escuche sin entender, divague sin reflexionar y opte por la queja y el inmovilismo. La confusión previa es una técnica ya usada por el personaje iracundo y detestado que pretende dirigir el país. Lamentablemente no hemos aprendido mucho de aquellas experiencias. ¿Llegó el momento de hacerlo? Colombia no puede tolerar un nuevo zarpazo a la Constitución para que ese individuo y su orquesta se atornillen al poder.