Es la demostración de que las cosas en lo público no son necesariamente malas, pero, también, de que mucho depende de las verdaderas intenciones del administrador para que los resultados sean positivos o negativos. Aún recordamos los conflictos que se generaron en el primer alumbrado que le correspondió a la administración Marín-Espejo (2020): cuando los funcionarios de Chec presentaron el diseño del alumbrado navideño, el padre del gerente del Invama (q.e.p.d) se opuso férreamente porque prefería los diseños que una “hija le mandaba de México”, y exigía que se contratara con una empresa que había hecho el alumbrado en Pereira. ¡Finalmente triunfó la voluntad de Espejo, y los resultados fueron la catástrofe que padecimos ese diciembre por un costo de $ 1100 millones!
Algo parecido pasó en 2021, año en el que, con un costo de $ 1400 millones Manizales se vio estafada nuevamente y degradada al último rincón de la estética pública en época navideña. Daba lástima y vergüenza salir a ver un alumbrado desteñido, lánguido, sombrío y atomizado. Con solo tres excepciones (los puntos cubiertos voluntariamente por Chec) Manizales vivió una navidad opaca donde lo único que resaltaba era ese tufillo de corrupción y descaro de una administración cada vez más perversa y con menos escrúpulos. ¡Otros $ 1400 millones tirados por el caño del desgreño y la ambición desmedida!
Hoy la administración invierte (¡sí, invierte, ahora sí!) $ 1000 millones, Invama $ 800 millones y Chec $ 2442 millones, pero esta vez no nos duele. Esta vez, gracias a que hubo un acto de contrición y seguramente un temor de seguir mostrando el irrespeto del alcalde hacia sus ciudadanos, se decidió que Chec se encargara del alumbrado, generando empleo estable durante 9 meses del año a 52 hombres y mujeres cabezas de hogar; 72 empleos adicionales en labores de montaje, vigilancia, diseño, mantenimiento y transporte; y 160 empleos indirectos en el evento de encendido. Es decir, solo bastaba hacer las cosas bien; solo bastaba cuidar los recursos y evitar que metieran las manos en ellos quienes en años anteriores lo hicieron; solo bastaba entregarle esta actividad a una empresa con conocimiento, honestidad, experticia e idoneidad para que las cosas funcionaran.
Alguna lección debería quedarle a Carlos Mario de este acontecimiento. La Chec enseña que lo público puede funcionar, y que las inversiones de los dineros de los ciudadanos tienen que ser decorosas, adecuadas, justas y revestidas de transparencia y utilidad común. No es el alcalde quien aporta hoy al alumbrado navideño: estos son dineros de los manizaleños a quienes, después de habernos defraudado durante dos años consecutivos, por fin se nos entrega un producto digno y de calidad. La Chec nos recompensa con un aleccionador acto de justicia y equidad del que el alcalde tiene que contagiarse y, más allá de sacar pecho o vanagloriarse por algo que hace parte del devenir funcional, debería asumirlo como una cátedra de servicio y eficiencia de las que ha carecido durante su eterna administración.
Gracias, Chec, por retornarnos a este ambiente navideño que Manizales, en medio de tanta carencia de liderazgo, honestidad y decoro necesita como aliento y acto simbólico para recuperar fuerzas. Tener algún motivo para estar nuevamente orgullosos de nuestra ciudad, puede ser un aliciente para reencontrarnos con ese amor y civismo que se nos ha aletargado ante la desesperanza que produce la administración Marín.