Siempre hemos considerado que el alcalde debe ser un embajador de su tierra en todas las latitudes, y que el hecho de que viaje a sitios lejanos hace parte de su actividad como gerente de la ciudad. Pero aquí el problema no es ese. El problema es que la mitomanía que caracteriza a Marín, nos hace temer la exposición de Manizales a un ridículo constante ante el mundo, algo que nuestra ciudad no se merece. Con hacer el ridículo nacional y con tener que aguantar un desastre permanente dentro de nuestra propia tierra debería ser suficiente. Pero exportar la mentira; los proyectos irrealizables; la arana a comunidades internacionales; el narcisismo enfermizo ante incautos de buena fe; y las poses y caras de bondad e inocencia, que son las cubiertas de una doble moral enfermiza, es un acto de irresponsabilidad con Manizales que difícilmente podrá subsanarse. Porque en una gira de esta naturaleza quien viaja no es el alcalde: quien viaja es la ciudad, su hidalguía, su tradición y su nobleza. Pero si el embajador es embustero…
Repito: no es repudiable el hecho de viajar, pues el mundo ya es pequeño y cercano. Lo reprochable es que el mensajero carece de autoridad moral para representar una tradición fincada en la grandeza; que su vida pública está soportada en la mentira, el espectáculo, el histrionismo desaforado, el drama y la puerilidad; que con él se transporta un patrimonio construido a punta de tesón y, entonces, cada paso que dé significa un riesgo patrimonial para Manizales.
De todas maneras, y como todo en la vida, las cosas negativas suelen tener su lado positivo. Y, en este caso, lo positivo es que la ciudad siente algo de tranquilidad con el alcalde encargado, Carlos Alberto Arias, secretario de deporte. Su seriedad, honestidad y profesionalismo le entregan a Manizales un remanso de solaz y la seguridad de que, al menos en estos días de encargo, las buenas maneras abundarán en el piso 16 de la alcaldía. ¡Lástima que sea tan corto ese tiempo!
Pero volveremos a la realidad. Y nos estrellaremos nuevamente con la improvisación, el desastre, los anuncios falaces de inicio de obras que ni en el papel están proyectadas, los espectáculos mediáticos, las manipulaciones electorales, las persecuciones laborales, la zozobra, la corrupción y el caos. Y volveremos a sentir la impotencia de ver una Manizales retrocediendo, destruida, deteriorada y caótica, a la espera de que se termine un mandato protegido por la justicia paquidérmica, en el mejor de los casos, o connivente, cómplice y degradada, en el peor de ellos.
Y no me cansaré de reclamar, así sea arar en el desierto; no me cansaré de denunciar, así sea un saludo a la bandera; no me cansaré de protestar, así sea una voz aislada; no me cansaré de llamar las cosas por su nombre, así me llenen de amenazas y denuestos. Porque son mis derechos y nadie me hará renunciar a ellos; y menos los anónimos enmascarados en bodegas pagadas con nuestros dineros.
Y aunque nos estamos acostumbrando a amanecer con la expectativa de salir a las calles a encontrar cada día un nuevo hueco, un nuevo proyecto frustrado, una nueva promesa incumplida, un nuevo desastre, o una nueva medida absurda, encontramos también el consuelo de que ese nuevo día es uno menos de este nefasto gobierno. ¡Y eso nos compensa un poco la angustia!