De ahí que esos mismos medios presenten al candidato “exterrorista” como un mesías y lo muestren como inderrotable, cuando la verdad es otra: la verdad es que es un candidato masivamente repudiado, basado en redes sociales inundadas de violencia, amenazas, insultos, denuestos y terrorismo virtual, y colmadas de fotos editadas de lánguidos eventos que presentan como nutridos de seguidores. Es decir, es una candidatura basada en la mentira, con expertos manejadores virtuales que convencen principalmente a ignorantes, desadaptados y resentidos, con cero profundidad intelectual y mucho de perversidad y maldad, haciendo creer a la gente que el triunfo en las urnas les pertenece y que, de ser derrotados, quemarán el país porque, según ellos, les robaron las elecciones.
Y así han conseguido este pánico general. Pero el triunfo de ese candidato no es inminente. Es una amenaza que no se puede desestimar y que hay que atacar por todos los medios democráticos e institucionales, pero, repito, no es inminente. Y para demostrarlo hago un análisis de nuestra realidad y llamo a la reflexión y a la acción a la gente decente de este país que quiere conservar la democracia y la institucionalidad:
Los índices de abstención electoral en los últimos años rodean el 60 %, lo que nos demuestra que los gobernantes en Colombia son elegidos por unas minorías. Y de los votantes activos, la abstención en los partidos de izquierda es casi nula, pues allí los votos son dirigidos, obligados, emocionales, llenos de resentimientos y empujados por incentivos económicos emanados del narcotráfico, el secuestro y la barbarie de los diferentes grupos terroristas. Es decir, la izquierda colombiana nunca ha sido abstencionista, por lo que podemos asegurar que llegó a su techo en las últimas elecciones y poco pueden hacer para incrementar los adeptos, pues ya ellos se manifestaron y se hicieron contar.
De lo anterior se concluye que, en condiciones normales, quienes votamos regularmente y nos oponemos a la izquierda del “exterrorista”, podríamos derrotarla con nuestros votos masivos el día de elecciones. Esto, repito, en condiciones normales. Pero como estamos en unas condiciones adversas, con una Registraduría dominada por el candidato perverso, una justicia jugada con los criminales, y la amenaza de violencia, destrucción y caos, la estrategia democrática debe ser distinta esta vez: la estrategia es acudir a esos abstencionistas para que salgan a votar; acudir a ese 60% de no votantes, que tradicionalmente se quedan en la casa el domingo de elecciones, para que hagan uso de su derecho y salven a Colombia. Hay que convencerlos de que esta vez, como nunca, si no se gana por un amplio margen volverán a aparecer del sombrero millones de votos a favor del candidato intocable. Y es ahí donde los soldados de la democracia jugamos un papel definitivo, aportando transporte particular para llevar al vecino a las urnas; haciendo parte de la vigilancia en los puestos de votación; conformando el grupo de testigos electorales; cuidando uno a uno los votos; y formando una barrera de voluntarios que impida el fraude y la desvergüenza que utilizan los enemigos de la democracia.
Las cuentas son sencillas: si logramos allanar la voluntad de la mitad de los abstencionistas obtendremos el triunfo en primera vuelta. Será un triunfo indiscutible por lo contundente, y se convertirá en la principal barrera para controlar las amenazas del terrorista mayor, obligándolo a reconocer su derrota. Nos toca actuar a los ciudadanos con civismo, ya que el gobierno parece haber olvidado su obligación constitucional de defender a los ciudadanos de bien de la delincuencia, el terrorismo y la perversidad que orienta el mesías. ¡El triunfo está en nuestras manos!