Recordemos que en ese porcentaje se encuentran los ciudadanos que no se identifican con ningún candidato; personas que nunca han votado y que por ahora, jamás lo harán, precisamente, por el desprestigio de nuestros gobernantes; otros que habiendo sufragado por algún candidato, sea por sus ideas, programa o partido, se sienten plenamente arrepentidos de haberlo hecho porque luego de electos, hicieron todo lo contrario a lo que prometieron y/o fueron investigados o condenados por cometer hechos punibles asociados al cargo de elección popular. Es triste decirlo, pero como están planteadas las cosas, el ejercicio de la política entre elegir y ser elegido no cautiva a la otra mitad de los potenciales votantes, la gente dice decepcionada que votar es “elegir a los mismos con las mismas y que los que representan el supuesto cambio, en el fondo, no dejan de ser una jauría de lobos hambrientos disfrazados de ovejas mansas”.
Y es que, para aspirar a un cargo de elección popular, solo basta con tener un aval partidista o del movimiento político, que la lista sea mitad hombres y la otra mitad de mujeres, y listo, porque los otros requisitos de ley por el camino se van cuadrando. Pero si miramos con detenimiento para enterarnos ¿Quiénes son los candidatos y qué están proponiendo? nos vamos a dar cuenta que, salvo contadas excepciones, son individuos extasiados de apetito del poder.
Por supuesto que se postulan personas con grandes cualidades morales y profesionales, con experiencia y vocación de servicio, que es lo que reclaman los ciudadanos, sin embargo, terminan por ser electas aquellas que tienen músculo financiero y con un profundo interés personal por llegar y no tanto por representar y abogar por sus votantes y conciudadanos.
La historia electoral del país dice que el fenómeno del abstencionismo ha sido uno de los temas que más ha preocupado desde el ámbito de la Democracia, tanto en el terreno de la teoría política como en el de la vida práctica de los gobiernos.
Pero elección tras elección, no debemos dejar pasar por inadvertido que éstas son el componente esencial de nuestro sistema democrático y que su forma moderna de expresión es el voto popular. Pero está ocurriendo algo muy particular no solo en el país sino en el mundo y es que la gente está demostrando menos interés en votar prefiriendo salir a la manifestación, a la protesta, es decir, el hecho de acudir a otros modos de participación no electorales y de otros amplios sectores de la población que participa en múltiples espacios cívicos y públicos que transforman a la sociedad.
Lo que estamos viendo en Colombia hace ya una década es una profunda división y polarización ciudadana originada en la imposición de Santos de su proceso de paz e implementación, en contravía de una decisión popular en referendo que le dijo no a ese acuerdo.
Lo demás, todo el país lo conoce por sus hechos. Ese punto de quiebre institucional ha hecho que siga en constante ascenso el descontento popular por sus dirigentes, las instituciones y el mismo ejercicio político con los mismos bajos niveles de participación electoral de entonces. Ciertamente, no basta con ver caras frescas en el mundo político, lo realmente esencial es que el ciudadano se enamore de unas propuestas que contengan fondo constitucional y legal, que sean sensatas a la luz de la realidad social y económica, y que por supuesto, sean cumplibles por parte del mandatario en los cuatro años de gobierno.
Si el candidato en su propuesta de programa de gobierno no cumple con estas características, entonces todo lo que promete se llamará populismo y demagogia. Eso de decirle al pueblo lo que quiere oír es francamente un acto irresponsable y peligroso porque las emociones son pasajeras pero los malos gobiernos, una debacle para el pueblo en sí mismo. Peor, si buscan perpetuarse en el poder.
Realmente como ciudadano quisiera conocer las propuestas presidenciales ya no tanto de que si alias Timochenko será presidente del congreso, o de que Maduro será el primer dictador en visitar la casa de Nariño en agosto de 2022, o que habrá una renta vitalicia básica para 10 millones de colombianos pobres, sin saber de dónde saldrá ese dinero; o que los ex farc van a ser homenajeados con la orden de Boyacá por su nobleza en dejar de matar y secuestrar colombianos y que al menos, transitoriamente, han dejado el negocio del narcotráfico. ¡No! Quiero conocer propuestas serias por ejemplo de cómo se va a nivelar el déficit fiscal producto de la pandemia mundial; de la urgencia de reforma a la salud y la justicia para acabar con los carteles de la toga y la actual administración de justicia ideologizada y politizada; de cómo devolverle al país la seguridad en las ciudades y municipios, azotados por bandidos; tener claridad con qué instrumentos continuará la reactivación económica; de cómo se va a reducir el desempleo a un dígito; es importante que nos dejen de hablar de la paz de Santos y de las salvaguardas de sus secuaces, para concentrarnos en la educación y el empleo juvenil y de las mujeres; en cómo regresará al país la inversión extranjera que deje dividendos al tejido social; dejar el asistencialismo y parasitismo estatal con subsidios que solo alimentan el ocio, para generar empresa y emprendimientos sostenibles; candidatos que sean claros con el campesino colombiano que requiere créditos blandos para sembrar, producir y que se articule la cadena empresarial del mundo rural; alguien que sea novedoso y nos cuente cómo bajar la informalidad del país; de las políticas del medio ambiente y la reducción del calentamiento global; de un candidato que sepa de transportes públicos sostenibles y de transformación energética.
En fin, tantos temas que se mencionan pero que no se profundizan.
Si alguien le da luces a este país ávido de cambio, con propuestas creíbles y cumplibles, de seguro, ganará el favor de votantes que son abstencionistas, de votantes tradicionales y de los que se fueron y quieren volver a sufragar por alguien que no destruya, ni utilice la demagogia, sino que ofrezca ser una verdadera alternativa de poder.