El primer caso es el de la Ptar: Carlos Mario Marín, concejal, desató su ira mediática e histriónica ante el proceso de adjudicación del contrato de construcción en el año 2019 y logró, en compañía del procurador General de la Nación, montar una escena circense que terminó por satanizar la administración de Octavio Cardona, y poner en tela de juicio la firma constructora de la planta. No ahorró epítetos desobligantes, injuriosos y calumniosos en contra de la citada administración, ni calificativos delincuenciales en contra de Fypasa, la firma ganadora. “Necesitamos garantizar pluralidad de oferentes”; hay un tinglado corrupto que manipuló el proceso e intenciones non sanctas que obligan a desistir de la construcción de la planta, fueron sus argumentos. Y era una obra que costaba $ 103 mil millones.
Hoy, después de dos años de paquidermia, inutilidad, mediocridad, corrupción y saqueos al erario, se decide la adjudicación de la obra a la misma firma entonces satanizada, con unas variaciones como la disminución del caudal, un mayor valor de $ 37 mil millones, y la exclusión de un socio local (que se requería en 2019) para garantizar que la utilidad económica quedara en la ciudad. Es decir, se decide adjudicar el contrato a la misma firma, pero con menores especificaciones y por mayor valor, y desestimando lo nuestro como es ya costumbre en la alcaldía Marín.
¿Y qué dicen los moralistas de antaño? ¡Nada! Que hay que hacer la obra hoy, porque no hacerla puede significar su encarecimiento a futuro. Resumiendo: no importa que se hayan perdido $ 37 mil millones por el capricho de un irresponsable alcalde electo; ni que el nuevo contrato esté plagado de corrupción cubierta por el secreto ilegal del proceso; ni que en virtud del direccionamiento se hayan aceptado documentos insubsanables por fuera de los tiempos; ni que un proceso público haya dejado de serlo para poder manipularlo, transformarlo, adaptarlo a la voluntad del ungido y adjudicarlo sin ningún escrutinio, y mucho menos escrúpulos. ¡Eso es nimio! Porque ya los privados tienen su tajada como socios y directivos de la firma que se apropiará del presupuesto del municipio y, en últimas, eso es lo que importa. ¡Hasta aquí llegó el moralismo de nuestra sociedad!
Y viene entonces el segundo caso: Ideas Más… Engendro de engendros constituida como empresa de servicios públicos domiciliarios, con la aquiescencia, complicidad, anuencia y mezquindad de un socio privado que les otorgó patente de corso para hacer y deshacer. Este nuevo engendro, aplaudido hoy por alguna parte del aparato gremial que le dio sustento y forma, terminará apoderado del presupuesto de Manizales y disponiendo de él sin ningún control. En poco tiempo veremos cómo se privatizará el presupuesto municipal y quedará a entera disposición del cartel que nos destruye. Muy pronto el Concejo y los órganos de control perderán su razón de ser, pues tendrán que resignarse a ser solo espectadores del funcionamiento de una empresa de economía mixta, incontrolable y exageradamente ambiciosa. ¿Cómo hará el control político el concejo si el engendro omnímodo se escapa de su resorte? ¿A quiénes vigilarán los órganos de control (en el caso de que operaran), si los dineros vigilables reposarán en arcas privadas que no admiten escrutinio?
¡Sé que esto es un canto a la bandera y un pataleo intrascendente! Pero lo hago para que quede, al menos, como constancia histórica. Si la sociedad no reacciona y sigue silenciosa o cómplice ante la barbarie ética a la que nos sometió esta mafia de Carlos Mario Marín, muy pronto estaremos llorando sin remedio y doliéndonos por haber canjeado nuestra dignidad por unas cuantas cuotas de poder y de dinero. Es doloroso, pero hay que admitirlo: ¡Nos está ganando la corrupción!