Lo que no suele considerarse es que Petro y su banda son apenas peones dentro de la ejecución de un designio estratégico minuciosamente ejecutado a lo largo de, por lo menos, medio siglo, por sus verdaderos autores y gestores, al servicio del partido comunista clandestino.
No existe revolución espontánea, sea la francesa, la rusa, o la abortada del “estallido social”, preludio de la llegada de Petro al gobierno.
La diferencia que aporta el Foro de Sao Paulo a la praxis revolucionaria para la toma súbita, sangrienta y totalitaria del poder, consiste en privilegiar la erosión paulatina de las instituciones, sobre la fracasada acción violenta.
Lo anterior no elimina el principio de la combinación de todas las formas de lucha. Así, hemos visto cómo las guerrillas, incapaces de triunfar militarmente, mediante acuerdos falaces llegan a una desmovilización aparente, a la que sigue una fragmentación táctica, como estamos viendo con la farsa letal de la “paz total”.
La precisión con la que se sigue el plan de demolición indica que Petro sigue instrucciones, porque él no es un estratega ni un pensador, puesto que solo tiene tiempo para fulminar docenas de trinos y otras estupideces, para incontables y absurdos viajes y para el disfrute de su agenda privada en largas ausencias.
Aunque destruir es fácil, la demolición del modelo político y económico, guardando un aparente orden constitucional, exige un movimiento continuo, a la vez sigiloso y presuroso, que implica una dirección permanente, coherente y eficaz, muy alejada de la improvisación alocada de un individuo gárrulo y descobalado.
¿Quiénes, entonces, gobiernan efectivamente a Colombia?
Desde hace algún tiempo se habla del Deep State, el Estado profundo, constituido por el núcleo que ejerce verdaderamente el poder desde una impenetrable sombra.
Con la creación de un partido revolucionario profesional, Lenin introduce en la historia regímenes totalitarios, irreductibles y permanentes. Antes de él, las revoluciones eran transitorias y efímeras. Después de él son estructurales y permanentes, y de ella solo salen los países cuando el Deep State se ve obligado a cambiar el modelo, pero conservando la dictadura, como ha ocurrido en Rusia, China y Viet-Nam, con diferencias desde luego, mientras Cuba y Norcorea se aferran al estalinismo radical.
El partido, más que por un líder vitalicio, único e incuestionable, es dirigido por un grupo anónimo, omnipotente, inapelable y despótico.
En Colombia opera lo que podríamos llamar un Politburó, que planifica, dirige, coordina y ordena todo lo conducente al objetivo: la revolución...
Ese grupo, o Estado mayor (General Stab), diseñado por Lenin siguiendo las premisas de Vom Kriege, obra de Karl von Clausewitz sobre la planeación militar, está constituido por un número muy reducido de personas que trabajan año tras año, todos los días, para alcanzar el objetivo, mientras las fuerzas democráticas tienen directores efímeros, ocasionales, y muchas veces improvisados, sin mayor versación en la ciencia política ni conocimiento de las estrategias de sus oponentes.
En 1946 se interrogó al jerarca nazi Ernst Kaltenbrunner sobre la toma del poder. ¿Cómo había sido posible que un pequeño grupo de fanáticos se hubiera apoderado de un gran país? Su respuesta fue que, mientas el gobierno tenía innumerables problemas qué resolver, ellos tenían solo uno: Cómo adueñarse del Estado. Eso vale también para el comunismo tropical, cuya finalidad es una sola, ya conseguida en buena parte en Colombia.
No creo equivocarme si pienso que el Politburó colombiano está constituido por cinco expertos: el embajador de Cuba en Bogotá, un habilísimo jurista, un militar renegado, un publicista genial y un cura apóstata. No conozco, obviamente, sus nombres, pero “por sus frutos los conoceréis”.
Quien quiera ignorar, dentro de la “corrección política”, la existencia de un partido comunista clandestino y de un plan revolucionario en acción permanente, no puede entender la dinámica política que nos conduce al abismo.
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Presentamos a Rafael Nieto Loaiza nuestra sincera condolencia por la desaparición de su padre, Rafael Nieto Navia, ilustre profesor, internacionalista, y comentarista siempre lúcido sobre los grandes temas colombianos.