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Luis Guillermo Echeverri Vélez                                                                                                

Nos gobierna el bajo mundo integrado por toda suerte de criminales, estamos peor que la imaginaria Ciudad Gótica, pero el caso es que Batman y los Superamigos sólo son un mito del cine y las películas, mientras aquí el narcoterrorismo de Estado es una realidad ineludible.

Tenemos en nuestras manos todo lo necesario para triunfar como nación, y a pesar de que aquí los malos abusen del poder, acusen y enjuicien a los buenos, hay chispas de justicia que pueden iluminar el camino de nuestras democracias, por tanto, todas las esperanzas deben estar centradas en las cortes, pues en su conciencia y obrar está el destino de nuestras naciones.

La esencia de nuestros problemas es un asunto de legalidad pues la generación de rentas ilícitas permite la multiplicación del crimen organizado narcoterrorista.

Para que todo no se quede en discursos de campaña y el país no siga el sendero al caos insoluble, necesitamos estar todos los contribuyentes de acuerdo en que los criminales y bandidos tienen que ir a la cárcel. Resolver si el país seguirá tragándose el anzuelo de las negociaciones de paz con las organizaciones criminales. Decidir si la ley debe ser una sola para todos los colombianos o vamos a seguir teniendo ciudadanos de mejor derecho representados por ilegales y minorías, y a las mayorías que cumplen la ley y las obligaciones relegadas a menor derecho. Y estar vigilantes para asegurarnos de que nos gobiernen los mejores profesionales, no corruptos y clientelistas.

Los gremios tienen que salirse de la zona de comodidad de lo políticamente correcto y exigirle al sector público. El respaldo institucional tiene que empezar por relevar un liderazgo fracasado por uno que defienda el balance del país constatando si el llamado a la unidad política es un tema de conveniencias particulares o un ofrecimiento en favor de un propósito de interés general.

El congreso no puede estar presidido por sindicados de corrupción. La justicia no puede estar ideologizada, politizada ni cuestionada. Los órganos de control tienen que ser independientes. El administrativo tiene que responder por la economía y hacer cumplir las leyes acompañado de las fuerzas armadas que custodien la legalidad y la soberanía, evitando que el país se fraccione en corredores de narcotráfico y “franjas fronterizas” controladas por las organizaciones criminales.

La sociedad civil en las regiones debe constatar que alcaldes y gobernadores no utilicen los gobiernos locales como trampolín político y de verdad se dediquen a lo esencial que es tener unas ciudades seguras, limpias y funcionales, manejadas con total transparencia y responsabilidad. Ellos solo son empleados temporales elegidos para dar resultados acordes a las necesidades de la gente.

Renovar el congreso es tarea pendiente, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Ello requiere una metodología y unos sistemas de selección que postulen gente proba y profesional y no oportunistas que llegan a robar y dejar de lado la responsabilidad para convertir la política en una forma de vida.

La democracia primero necesita salir triunfante en las elecciones de cuerpos colegiados. El tema no es tener un solo candidato, sino que resulte alguien capaz de ordenar el funcionamiento del Estado, combatir el crimen y permitir la libertad de mercados, y eso no es de izquierda y derecha, es de buenos contra los malos que ahora protegen las organizaciones criminales narcoterroristas, y que harán hasta lo imposible para seguir en el poder.

Hoy es el crimen el que está en el poder y ahí seguirá mientras los partidos encuentran la sensatez que demanda la legalidad. Presentarse a ser candidato presidencial no es un juego, es un derecho que tiene que estar precedido de una obligación y un compromiso responsable que tiene que ganarse el corazón del 70% de los votos que está en los estratos 2 y 3. Incrementar un abanico de aspirantes es un flaco favor a una nación engañada que necesita salir del camino al Estado fallido como en 2002.

Cuando a este computador que se llama Colombia le metimos un virus destructivo al sistema operativo, para poder construir un modelo de país libre y pujante, primero hay que recuperar la funcionalidad democrática y fortalecer el sistema de libre empresa. Para volver a funcionar en democracia, se requiere confianza que solo se consigue con seguridad ciudadana que, a base de consistencia, genera credibilidad que regenera la inversión y la economía.

Corolario: Sin orden, la libertad degenera en represión o libertinaje. Hoy no hay quién genere confianza ni tenga un plan de gobierno y un equipo listo para gobernar y dominar la ilegalidad. Entendamos que todos los cambios y transformaciones positivas a lo largo de la historia han sido, son y serán, una función tecnológica. Si no acometemos la digitalización del Estado no hacemos nada diferente a retrasar las esperanzas de desarrollo y perder las grandes posibilidades que nos ofrece un mundo globalizado. Necesitamos más que nunca una justicia equilibrada, ciega e implacable, no más jurisdicciones especiales o como en la Ciudad Gótica, nos adentraremos más en la confusión y la polarización extrema ideológica propias del del tenebroso ultramundo donde reinan la violencia y la muerte que aquí representan las organizaciones ilegales narcoterroristas que se ocultan tras las banderas del socialismo del siglo XXI.

Publicado en Columnistas Nacionales

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