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Carlos Salas  Silva                                                                           

Estoy en Casablanca gracias a una invitación de la Gallery 38, que hace parte de Le Studio des Arts Vivants, a una residencia de trabajo con el fin de preparar una exposición para el año entrante. Ya llevo casi una semana de intenso trabajo luego de una preparación mental y física que me tomó un buen tiempo en La Calera.

Algo muy fuerte en mi se resistía a salir a un continente desconocido a pesar de estar consciente de su importancia. La oportunidad de abrir nuevos horizontes no se presenta a menudo y, en una situación tan delicada como por la que estamos pasando los colombianos, que no deja ver sino nubarrones en el horizonte, sería irresponsable dejarla pasar. El neurólogo me advirtió que me arrepentiría el resto de mi vida si la desaprovechaba dejándome llevar por la depresión.

En pleno paro camionero y viviendo en las afueras de Bogotá con las entradas bloqueadas decidí salir temprano y esperar en casa de mi hija hasta la hora de ir al aeropuerto. En el bloqueo permitieron el paso y pude sortear ese obstáculo pero cuando la madre de mi hija, Alejandra, se enteró que la avenida al aeropuerto sería también bloqueada decidimos salir inmediatamente. En el parqueadero mi hija me preguntó ¿Llevas el pasaporte? Me cogí la cabeza con las dos manos y me dije, no puedo ser tan estúpido… lo olvidé. A pesar de merecer todos los reproches, Paloma fue a buscar las llaves de casa y en silencio Alejandra arrancó rumbo a La Calera con el temor de no encontrar paso. No veíamos carros que bajaran y cuando nos detuvimos detrás de la larga fila Alejandra y Paloma detuvieron una moto pidiéndole que me llevara a mi casa y volviera a traerme explicando lo del viaje. El primer motociclista muy gentilmente dijo que lo haría con gusto pero no tenía casco para el parrillero. Insistieron con otro quien se ofreció cobrando una cifra mínima. Ya con casco me subí a la moto y llegamos hasta el bloqueo donde nos detuvimos porque estaban multando a los motociclistas que se estaban saltando la cola. Al rato abrieron el paso y continuamos el camino. Quise asegurarme de llevar las llaves y no las palpaba en los bolsillos. Me dije, si paso esta prueba es una buena señal para un viaje al que seguía resistiéndome. Así fue como decidí dejarme llevar. Ya en la entrada de la casa encontré al fondo de uno de los bolsillos del pantalón las llaves. Ya adentro tenía el temor de no encontrar el pasaporte y tuve que revolcar papeles en el escritorio de mi cuarto hasta encontrarlo. Fue un alivio, pero ya estaba confiado en la buena providencia que me acompañaría de ahí en adelante. Logramos sortear el bloqueo y encontramos muy adelante el carro y Alejandra y Paloma le tenían al motociclista una jugosa recompensa que agradeció asombrado. Ya él me había dicho que el país sería mejor si supiéramos ponernos en los zapatos de los otros, que él entendía la importancia de ayudarme cuando estaba en juego un importante viaje.

Ya en el aeropuerto, al que llegamos sin dificultad encontrando las calles relativamente despejadas por motivo del paro, nos encontramos con una larguísima fila para el vuelo a Madrid de Iberia. Tenía un tubo con algunas de mis pinturas que me habían pedido llevar a pesar de estar prevenido con las complicaciones posibles en la aduana en Marruecos y la pude registrar sin problema. Pareciera que luego de la aceptación, que fue como una revelación vivida en la moto, todo comenzaba a ir sobre ruedas. En mis temores, e influido por Perec y su libro La vida modos de uso, decidí unas semanas atrás cortar en pequeños pedazos veinticuatro de las obras que un año antes había preparado para Casablanca y meterlas en la maleta. Las puse en paquetes dejándome la impresión de que podrían ser sospechosas y por consejo de mi hermano Ricardo decidí esparcir los fragmentos entre la escasa ropa que empaqué. No tuve problemas con la aduana. Ahora me ha tocado ir ordenando cada obra en sus correspondientes fragmentos para proceder a pegarlas en una tela y restituirlas como obras listas a ser expuestas.

Esos fragmentos más los cuatro cuadros de gran formato que estoy pintando han ocupado todo mi tiempo. En las mañanas con el artista Phillipe Dodard salimos a caminar a la playa que tenemos enfrente a la casa taller. Allá hay unas prodigiosas formaciones rocosas que no dejan de sorprendernos y me hacen pensar que Dios se complace burlándose de nosotros los artistas con nuestro reducido tiempo mientras Él se toma su tiempo que puede llegar hasta la eternidad y talla con maestría la dura roca a punta de mar y de arena.

KienyKe

Publicado en Columnistas Nacionales

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