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Luis Guillermo Vélez Álvarez                                     

Cualquier economista colombiano que haya ejercido la profesión en los últimos 50 años sabe de Urrutia y tienen algo bueno que decir de su personalidad y su obra.

En sus “Ensayos de persuasión”, Keynes señaló, las que, a su juicio, eran las características del economista: tener algo de matemático, historiador, estadista y filósofo; comprender símbolos y expresarse en palabras; estudiar el presente a la luz del pasado con vistas al futuro; interesarse por todos los aspectos de la acción humana y por todas las instituciones sociales; en fin, tener la objetividad del científico, pero, en ocasiones, la pasión del político. No tengo la menor duda de que estas características describen a Miguel Urrutia Montoya.

Cualquier economista colombiano que haya ejercido la profesión en los últimos cincuenta años sabe algo de Urrutia y muchos son los que tienen algo bueno que decir de su personalidad, su obra o de ambas. La última vez que lo encontré fue, hace como 10 años, en un encuentro sobre historia de pensamiento económico en la Universidad de los Andes, donde presentó una elegante estimación del PIB de Colombia hacia 1870, basada en los escritos de Salvador Camacho Roldán. Cuatro o cinco años antes, en la Universidad Eafit, hablamos sobre la política de subsidios llamada “Agro: Ingreso Seguro”.

Urrutia, quien falleció a los 85 años, era ya un economista reconocido y en pleno ejercicio de la profesión cuando yo era estudiante en la Universidad de Antioquia y luego profesor primíparo en su Facultad de Economía, en los años 70 del siglo pasado. Leí sus libros, algunos de los cuales he conservado en mi biblioteca desde entonces.

Tengo un libro hechizo - comprado en La Anticuaria, célebre librería de libros de segunda de Medellín- en el que alguien juntó los Estudios fiscales de Aníbal Galindo con un Compendio de estadísticas históricas de Colombia realizado por Miguel Urrutia y Mario Arrubla en 1970. Siempre llamó mi atención esa colaboración entre personajes que a la postre seguirían trayectorias personales e intelectuales tan disímiles.

También guardo como tesoros las primeras ediciones su libro Distribución del Ingreso en Colombia, escrito en colaboración con Albert Berry, su Historia del sindicalismo en Colombia y una colección de sus artículos titulada 50 años de desarrollo económico colombiano, publicada en 1979 por editorial La Carreta.

Mi maestro Hugo López estimaba entre 10 y 20 años el lapso entre la propuesta de un economista y su adopción por el gobierno. Hoy, casi 50 años después, el País todavía se resiste a que los servicios de educación y la salud sean prestados por instituciones privadas y que el acceso de los pobres sea financiado con subsidios a la demanda, como propusiera Urrutia en 1976:

“Se podría dejar la educación a los colegios privados, limitándose el gobierno a financiar las matrículas de las familias pobres”.

“La seguridad social también se podría subcontratar. ¿Por qué no pagarles los gastos médicos a las personas, dejándolas escoger médico y calidad de servicio?”

Urrutia, como muchos economistas, buscó ir más allá de la formulación de propuestas y quiso participar en su diseño y ejecución. Lo hizo sin hacer concesiones intelectuales para ganar riqueza, popularidad o poder. Paz en su tumba.

15 de julio de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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