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Luis Guillermo Vélez Álvarez                                     

La concentración en la microempresa sugiere que la informalidad es, en buena medida, la respuesta racional de la población a la baja demanda de trabajo del sector moderno.

El cierre por tres días del Piqueteadero de Doña Segunda, por no tener facturación electrónica, ha provocado intenso debate en las redes sociales. Los enemigos del gobierno no desaprovecharon la oportunidad para mostrarlo como incoherente por lanzar la artillería de la DIAN contra una pobre anciana; mientras que sus partidarios se apresuraron a mostrar que la pobre viejecita no era tal sino más bien la patrona de un emporio de fritanga, que, además de evasora, incumplía la legislación laboral.

La informalidad puede darse en lo tributario, lo laboral y en las regulaciones específicas de cada actividad. Por la necesidad de tener un número de identidad tributaria para acceder al crédito bancario, más que por la diligencia de las autoridades tributarias locales y nacionales, la informalidad fiscal debe ser menos extendida que la laboral y ésta menos que la regulatoria.

De acuerdo con la última entrega de la GEIH del DANE, febrero-abril de 2024, la informalidad laboral era del 56,3% de los ocupados. En las microempresas (de 1 a 10 trabajadores) llega a 84,7%; a 23,2% en las pequeñas, (11 a 50 trabajadores) y de 5,8% y 3,2% en las medianas (51 hasta 200) y las grandes (más de 200), respectivamente.

La concentración en la microempresa sugiere que la informalidad es, en buena medida, la respuesta racional de la población a la baja demanda de trabajo del sector moderno, insuficientemente desarrollado para absorber una oferta laboral creciente que encuentra en ella una alternativa de supervivencia. Es también respuesta racional a un sistema tributario, a un régimen laboral y a unas regulaciones diseñados para Dinamarca y aplicados en Cundinamarca. Y es, al mismo tiempo, cantera de empresarios, como doña Segunda, que crean empleo para otros y riqueza para toda la sociedad. Sin los informales, tendríamos un desempleo del 40% y una pobreza del 60%, por lo menos.

“El otro sendero” es el título de un libro escrito por el economista peruano Hernando de Soto, publicado por el Instituto Libertad y Democracia en 1986, dedicado al estudio de la llamada economía informal. En ese mismo año, el economista Hugo López publicaba el ensayo “La racionalidad del comercio callejero”, estudio pionero en Colombia sobre la informalidad económica. Desde entonces se han hecho muchísimos más estudios sobre el tema - repitiendo el diagnóstico sobre sus causas y proponiendo las medidas de política pública que podrían reducirla.

Sin embargo, tanto en Perú como en Colombia, el número de pequeños empresarios informales, afortunadamente, no ha cesado de crecer y muchos de ellos - como Doña Segunda, en Bogotá, Doña Rosa, en Medellín, y seguramente otras Doñas y Dones en otras ciudades - logran dar el salto y ampliar la escala de sus negocios, lo cual los pone en la mira de los sabuesos de la DIAN; tras los cuales llegan los de los impuestos municipales, los del INVIMA, los del ministerio de trabajo, los de las autoridades ambientales, los de una o dos superintendencias y un larguísimo etcétera. ¡Déjenlos camellar!

01 de julio de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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