El debate se zanjó mediante una fórmula transaccional que reemplazaba el enunciado de la Constitución de 1886 según el cual la Constitución se expedía en nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad, por otra alusiva al poder soberano del pueblo combinada con la protección de Dios.
Todo lo discutible que sea esta fórmula, de ella se desprende en todo caso que el nuestro no es un Estado ateo ni irreligioso, y si bien ya no favorece, como antes, a la religión católica, tampoco la ignora ni la descalifica, pues, quiérase o no, ella hace parte de la riqueza cultural de la Nación que debe protegerse por el Estado y los particulares, según lo dispone el artículo 8 de la Constitución Política en concordancia con los artículos 70 y 72 id.
El catolicismo y, en general, el cristianismo, integra el patrimonio espiritual de nuestra patria. No es el caso de volver a un Estado confesional ni mucho menos clerical, que la doctrina católica ya no prohíja, pero sí el de reconocer que en la vida comunitaria obra una dimensión espiritual que la enaltece.
En realidad, los magistrados de la Corte Constitucional que dispusieron el retiro del Crucifijo que presidía el recinto de sus deliberaciones adoptan una versión extrema del laicismo que aspira a que la religiosidad quede restringida tan sólo a la esfera íntima de las personas y no se proyecte en la vida de relación. Es la tesis iluminista que considera que aquélla es propia de una etapa inmadura de la civilización, según lo expuesto por Kant en su célebre opúsculo "Respuesta a la pregunta ¿qué es Ilustración?" (vid. Descargando en PDF Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilust... de Immanuel Kant - Elejandría (elejandria.com).
La antropología materialista que según Borges configura la triste mitología de nuestro tiempo desprecia lo religioso y aspira a erradicarlo de la cultura. Nuestra Corte Constitucional sigue sus huellas, ignorando lo que proclaman el Preámbulo y los citados artículos de nuestra Carta Magna.
En mi "Introducción a la Teoría Constitucional" he llamado la atención acerca de la dimensión espiritual del bien común, concepto que se proyecta a todo lo largo y ancho de nuestro ordenamiento político y en especial compromete a los congresistas para la emisión de sus votos, tal como lo dispone el artículo 133 de la Constitución Política (vid. "Introducción a la Teoría Constitucional", Alvear Editor, Medellín, 2023, pp. 237 y ss).
Ahí mismo observo "que la invocación de Dios es un elemento importante para recordarles a los autores de las Constituciones que no son titulares de poderes absolutos y que sobre ellos y sus obras pesan deberes éticos que no pueden desconocer. Parafraseando un texto célebre de Ripert, bien puede afirmarse que por esa vía penetra la regla moral en las obligaciones políticas" (vid. p. 111). Concluyo diciendo que "Parece preferible, entonces, que los gobernantes se inspiren en un Dios trascendente que ilumine su conciencia y los haga responsables, en lugar de que cortejen y manipulen esa oscura deidad moderna, veleidosa y apasionada, que lleva el nombre de Demos" (p. 112).
Los juristas a la moda han sustituido la religión por la ideología. Aquélla hace parte del patrimonio espiritual de nuestra nacionalidad y es profesada, al menos de labios para afuera, por la inmensa mayoría de los colombianos. La segunda corresponde al pensamiento de una ínfima minoría que se dice ilustrada y ha capturado los resortes del poder público. Es ella la que, no obstante la proclama constitucional acerca de la inviolabilidad del derecho a la vida (art. 12 Const. Pol.), ha declarado como derechos fundamentales el aborto y la eutanasia, que precisamente vulneran el más sagrado de los derechos de la persona y ponen en grave riesgo la civilización misma. Sus efectos deletéreos no tardarán en sobrevenir.
Volviendo a Vélezefe, no cabe duda de que a esos magistrados que le dan la espalda a Nuestro Señor Jesucristo y destierran su imagen del desafortunado Palacio de Justicia, el Padre Celestial los está excluyendo de la lista de sus elegidos. Si no se arrepienten, les espera el fuego eterno. Para desgracia nuestra, ya lo están esparciendo entre nosotros.