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Eduardo Mackenzie               

No es una alianza, no es un pacto, no es un sano acuerdo electoral. Es una desorientada yunta de agrupaciones --partido socialista, partido comunista, ecologistas y otros 40 matices del “progresismo”, como el grupúsculo Nuevo Partido Anticapitalista (0,15 % de los votos)— que aceptaron amarrarse, a las carreras (en cuatro días), botando por la ventana sus principios, a una formación que ellos criticaban como antisemita la víspera. La Francia Insumisa, el partido de Jean-Luc Mélenchon, que siembra el caos y la destrucción en las calles y exhibe banderas palestinas en la Asamblea Nacional, que sueña destruir las instituciones y hacer de Francia una Venezuela en el Viejo Continente, logró amarrar a su carro a esos grupos y montar con ellos un organismo para participar en la elección legislativa anticipada del 30 de junio y 7 de julio bajo el nombre de “nuevo frente popular” (1).

Ese cartel de izquierda estuvo a punto de romperse durante la negociación del reparto de las circunscripciones y candidaturas. Tras horas de duras disputas llegaron a un acuerdo de 577 candidaturas únicas. No sin algunos escándalos. Por ejemplo, el “antifascista” Raphael Arnault, fichado por la policía por su activismo violento en Lyon, fue impuesto por LFI como candidato. O el caso de Adrien Quatennens, condenado por violencias conyugales. Después de eso firmaron un demagógico “programa de gobierno” que promete anular la reforma macronista de las pensiones de jubilación (lo que equivale a dejarla sin financiación), entre otras maravillas.

Así emerge un bloque electoral de izquierda que tratará de alcanzar la mayoría de los votos del 7 de julio para ganar el cargo de primer ministro e impedir, dicen ellos, la llegada al gobierno de la extrema derecha, es decir el partido Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen, gran ganador de las elecciones el 9 de junio pasado para el Parlamento Europeo.

LFI es una formación estrafalaria. Favorece la inmigración masiva y la “creolización” de la población, odia la policía (pide su disolución y desfinanciamiento), es pro-Putin, anti-Ucrania, pro chino, califica a gobierno israelí de “genocida” y “nazi” y no condena las organizaciones islamistas Hamas y Hezbollah. Sus militantes arrancan de los muros de París las fotos de los rehenes judíos que Hamas había secuestrado durante la matanza del 7 de octubre pasado.  Ese abominable pogrom LFI lo ve, no como una vasta operación de terror antisemita, sino como “un acto de resistencia” contra Israel, definición que los otros partidos franceses rechazan, incluidos los que se dejaron encerrar en el “nuevo frente popular”. Tal es el precio que pagan ellos para ganar o conservar sus curules (con sus privilegios y salarios). Durante la campaña para el Parlamento europeo ellos habían denunciado a LFI como una organización “de índole antisemita”. Ahora son el vagón de cola de un fétido carretón.

En cuanto al RN: la cantidad de votos obtenidos el 9 de junio (31,47%) lo hace ver como el ganador del 7 de julio. Sus bases y una parte de los medios ven ya al su número dos, Jordan Bardella, como el futuro primer ministro. Obviamente, RN también juega al Papá Noel con un programa de regalos: una falsa fuerte reducción de impuestos. La pérdida financiera del Estado que eso supone prometen compensarla con un recorte del aporte anual de Francia a la Unión Europea, aunque saben que ninguno de los otros 26 países aceptará tal reajuste. No importa: la lógica de RN es anti-UE, así como anti-OTAN, pro-Rusia, etc. lo que causa pánico y vergüenza en el país.

La demostración de fuerza de RN el 9 de junio también llevó al desgarrón de la derecha gaullista. El presidente de Los Republicanos (LR), Éric Ciotti, anunció, sin consultar a sus cuadros y menos a las bases, una “alianza” con el RN. De inmediato, el buró ejecutivo de LR se reunió y expulsó al presidente pues LR siempre había combatido al lepenismo. Eso no paró la división. Ciotti denunció ante un juez la validez de su expulsión y dijo que varios sectores de base aceptan el compromiso con Marine Le Pen.

La gran incógnita es: ¿el electorado liberal-conservador, de centro y de izquierda moderada, que respalda la mayoría parlamentaria actual y la presidencia de Emmanuel Macron, saldrá a votar en masa el 30 de junio y el 7 de julio para cerrarle el paso a un eventual gobierno de extrema derecha o a un gobierno de ultraizquierda? ¿Las instituciones judías rechazarán en pleno el nuevo frente popular? ¿Ante la locura que está a punto de apoderarse de la política francesa, el abstencionismo y franjas del conservatismo gaullista y de la socialdemocracia saldrán a votar en masa el 30 de junio y el 7 de julio para conjurar la crecida de los dos polos extremistas?

En Francia, el electorado descontento con el gobierno de turno suele utilizar las elecciones europeas para exteriorizar su cólera. Eso le ha sucedido a varios mandatarios. Esta vez la bronca popular creada por las contradicciones y debilidades de Macron contribuyeron al auge del RN y la disolución intempestiva de la Asamblea Nacional, decretada por un Macron iracundo, forjó la coyuntura explosiva actual.

Lo más extraño es que el macronismo hace menos que sus adversarios para organizar su campo. Le Pen y Mélenchon están en plena batalla de ideas y de programas mientras que los ministros y voceros del macronismo divagan. Un ministro decía anónimamente a un diario: “Es una pura locura que quienes organizaron la disolución sean los menos organizados”. En una larga conferencia de prensa el 12 de junio, Macron fustigó los programas de Le Pen y de Mélenchon.

Denunció las “alianzas antinaturales” de esos partidos extremistas que “no podrán implementar ningún programa”. Habló de los “ejes prioritarios” de su mandato en caso de victoria el 7 de julio:  más firmeza y autoridad republicana a todos los niveles “pero en el marco de la República y de sus valores”. Prometió “reducir la inmigración ilegal” mediante la aplicación de textos europeos. También responderá “con más firmeza” al “aumento de la violencia ejercida por menores no acompañados que socava la cohesión nacional”. Emmanuel Macron estimó que “el trabajo debe ser mejor remunerado” y que las empresas deben “compartir mejor los ingresos del trabajo y la riqueza”. En materia de transición energética confirmó que quiere construir ocho nuevos reactores nucleares EPR2, “esenciales” para poder alejar al país de los combustibles fósiles.

El momento es de gran nerviosismo en Francia. La Bolsa de valores perdió tres puntos desde el anuncio de las elecciones anticipadas. De los tres bloques electorales sólo dos pasarán a la segunda vuelta del 7 de julio. Quien la gane tendrá a cargo el gobierno, salvo en dos rubros que son el “dominio reservado” del presidente: la defensa y las relaciones exteriores. ¿Los electores aceptarán que Francia sea gobernada, por primera vez, por una alianza dominada por partidos extremistas (de derecha o de izquierda)? ¿Mélenchon primer ministro? ¿Marina Le Pen primer ministro? ¿Será posible formar una coalición parlamentaria “de la derecha a la izquierda para construir una sociedad más fraterna y justa” como pidió la Liga Internacional contra el racismo y el antisemitismo (Licra)? Lo peor en este caso no es imposible. Todo está en manos de los ciudadanos.

(1).- El gobierno del Frente Popular fue constituido en 1936 por León Blum. Deportado en abril de 1943 a la Alemania nazi por ser judío, Blum vuelve a ser jefe de gobierno tras la Liberación, en diciembre de 1946. Es inexplicable que una alianza electoral dirigida por Mélenchon adopte ese nombre. Brice Teinturier, director general delegado de Ipsos Francia, dice: “Hay una categoría en la que JL Mélenchon es muy fuerte, él es el más fuerte, ellos son los musulmanes franceses. Entre los franceses de religión musulmana está entre el 45 y el 49%...”.

Publicado en Columnistas Nacionales

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