Los valores en una sociedad y el valor de quienes conducen las instituciones no lo destruye el miedo, sino la cobardía. Es inexplicable que el capote de los cobardes sea taparse en los burladeros, eludiendo la responsabilidad de lidiar y manejar sus encargos.
Al debido orden en la sociedad actual, lo anuló el reemplazo de la libertad por el libertinaje que genera caos. A la justicia, la mató el reemplazo de la legalidad por la ilegalidad premiada con la legitimación de la impunidad.
A la formación educativa y cultural de nuestras naciones, la aniquiló el reemplazo de la convivencia cívica por el uso engañoso de la narrativa pacifista que sólo engendra más violencia cuando se debilita la coercibilidad del derecho y se desvirtúa la esencia del Estado gendarme.
A la economía la destruyó el reemplazo de la libertad de mercados por el control central Estatal. Y a la narrativa de la verdad y la transformación positiva la mataron la falacia y el engaño del discurso populista.
Empoderar criminales de lesa humanidad y darles estatus de parlamentarios desconociendo la voluntad del constituyente primario, fue lo que hizo el perverso Santos en flagrante cohecho con algunos cabecillas de las FARC, amparados en las ideas retorcidas de asesores españoles, criollos y de sus “jevos”, en el laboratorio de la impunidad de la Habana.
Allí se experimentó con Colombia en materia de cómo desvirtuar la legitimidad del Estado y convertir todo lo ilegal en legal y el resultado lo estamos sufriendo. Gracias al mal llamado proceso de paz Santos-FARC se produjo en 2017 una corrupta inversión de valores constitucionales. Y atención, que ahora viene la extrusión institucional de la revolución mediante el pacto con el ELN; y los gremios y la sociedad civil otorgando testigos de excepción.
Produce vergüenza ajena que personajes como Enrique Santiago y el juez Baltazar que en España trabajan tras bambalinas, importaran a la península ese sistema de impunidad acompañado de garantías políticas a las minorías criminales y a todo tipo de delincuentes.
Sin duda hay una correlación directa entre el flaqueo de las democracias, la legalización de la impunidad, y la polarización extrema en los países que ya entraron en un atrincheramiento ideológico totalmente irreconciliable.
“La desconfianza genera polarización”. Lo reporta el “Edelman Trust Barometer – 2023”: Argentina, Colombia, España, Estados Unidos, Sur África y Suecia, fueron considerados por sus propios líderes económicos como naciones que no cuentan con los mecanismos para hallar una unidad de propósito país homogénea y generalizada que permita solucionar de manera civilizada sus diferencias y garantizar la seguridad, el bienestar y el progreso ciudadano.
Y ojo que la polarización extrema se está ampliando a otros países, se está dando entre naciones o grupos étnicos y religiosos como en el oriente medio, mientras la cobardía mamerta infesta las organizaciones de justicia y los parlamentos internacionales como la ONU, la UE y la OEA.
Hoy la tendencia es el dominio mediático y digital de la narrativa populista, llena de negatividad y amparada por la imposición a las mayorías de las agendas minoritarias, con lo cual se desvirtúa el tener que cumplir obligaciones para adquirir derechos y se da al trasto con el interés general y el bien común en las enfermas democracias occidentales que demandan una revisión profunda a la luz de la batalla por la defensa de la cultura de la libertad.
Inexplicablemente el gobierno norteamericano ya no considera a Cuba como patrocinadora del terrorismo cuando allí es donde se engendró el veneno ideológico del socialismo del siglo XXI mediante el cual se deja de lado la formación de políticas públicas dentro del marco de la legalidad que es reemplazada por la insensibilidad social ante el crecimiento exponencial de los escándalos y delitos gubernamentales.
El examen y la cura de las debilidades institucionales públicas, privadas y sociales, debe empezar por enmendar el problema de los corruptos y cobardes que elegimos para manejarlas, encontrando la forma de que toda nación tenga a sus mejores profesionales y no delincuentes, al comando las instituciones.
No hace lógica que mientras el mundo tecnológico avanza y el ámbito digital aprende a pensar, el mundo real sólo demuestre la incompetencia y capacidad destructiva de las personas elegidas para administrar la sociedad y las instituciones. La democracia en occidente está siendo víctima de la legalización de la impunidad que destruye la independencia de poderes, cuando se someten los principios fundacionales de las naciones a las imposiciones de quienes se valen del terror y el soborno para imponer sus demandas al resto de la sociedad.
Si queremos innovar para mejorar la democracia y volver al camino del desarrollo, hay que hacer limpieza y reorganización ética y normativa en las estructuras partidistas y la representación gremial.