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Luis Guillermo Vélez 

La de los economistas no es una profesión muy glamurosa. De los abogados se escriben novelas y se hacen películas. También de los médicos. Los sicólogos y los sicoanalistas son protagonistas de emocionantes aventuras. Indiana Jones era antropólogo. A los trabajos de ingenieros, arquitectos, químicos, físicos, biólogos y demás se les dedican grandes documentales en televisión y cine. A los economistas, nada o casi nada. Hace unos años se hizo una película sobre John Nash quien, como se sabe, era esquizofrénico: con toda seguridad, la película se hizo más porque Nash estaba loco que por ser economista.

Y es que, en efecto, la vida de la mayor parte de los economistas no da para mucho. Adam Smith vivió toda la vida con su mamá, fue profesor de filosofía moral y trabajó en una oficina de aduana. Ricardo, cuando no estaba escribiendo cartas y folletos, especulaba en la bolsa o echaba discursos aburridores en el parlamento. Malthus era cura de parroquia rural. Marx, después de una juventud conspirativa, se pasó la mayor parte de su vida encerrado en la biblioteca del Museo de Londres leyendo y escribiendo como un desventurado. Walras se pasó la vida luchando contra la pobreza en empleos miserables hasta que fue acogido por la Universidad de Lausana; Menger y Marshall fueron todas sus vidas austeros profesores universitarios; Jevons, después de ciertas aventuras en las colonias, terminó su vida en el mundo académico. Keynes sí tuvo una vida colorida: hacía parte de un grupo “super-cool”, el círculo de Bloomsbury, integrado por pintores, poetas, literatos y gente divertida; se casó con una bailarina rusa y tuvo una intensa participación en los acontecimientos políticos de su época. Schumpeter tuvo cierto protagonismo en la vida política de su país, fue un desastroso ministro de hacienda y estuvo casado con una princesa egipcia; luego se pasó la vida escribiendo sus obras monumentales y envidiando la inmensa popularidad de Keynes. Fisher y Veblen tuvieron personalidades más bien pintorescas y en las vidas de ambos hay episodios para una buena comedia. Pero aparte de esto, la mayor parte de los economistas no han sido más que oscuros profesores universitarios, dedicados a sus clases, a escribir sus obras y a eventuales escarceos amorosos con alguna joven alumna atraída por su genio. Pero esas vidas monótonas tienen, si puede llamársele así, una compensación: los economistas no mueren jóvenes.

Los fisiócratas fueron el primer grupo de intelectuales que se reconocieron a sí mismos como economistas y se auto-designaron con ese nombre. Sus enemigos los llamaban la secta. El líder de todos ellos, el doctor divino, François Quesnay, vivió 85 años, entre 1694 y 1779; Dupont de Nemours vivió 78 y Mirabeau 74. En los siglos XVII y XVIII, debido a la elevada mortalidad infantil, la esperanza de vida al nacer era menos de 40 años; pero una persona que superaba los 30 podía vivir poco más de 50. Quesnay, Dupont de Nemours y Mirabeau fueron ciertamente longevos; los otros economistas cuyos nombres se asocian usualmente a los fisiócratas tuvieron vidas más cortas: 54 Turgot y Cantillon, 52 Le Trosne y 47 Gournay. La vida promedio de los 7 fisiócratas mencionados alcanzó 63 años.

Los mercantilistas —Mun, Davenant, Colbert, North y Steuart— vivieron en promedio 62 años. Tomas Mun fue el más longevo con 70 y Dudley North el que murió más joven con 50. Locke, Hume y Hobbes, filósofos que hicieron importantes contribuciones al pensamiento económico, vivieron 72, 65 y 91 años, respectivamente. Debe mencionarse dentro de este grupo a William Petty quien vivió 64 años. En promedio los 9 mencionados vivieron 67 años.

Ricardo, con 51 años, fue el menos longevo de los economistas clásicos. Smith vivió 67; Malthus, 68; Say, 65; Mill padre, 63; Mill hijo, 67 y Senior, 74. El coronel Torrens y Bentham vivieron 84 años. Marx y Sismondi, a quienes algunos no incluirán dentro de los clásicos, 65 y 69, respectivamente. Estos once economistas vivieron 69 años en promedio.

El promedio de vida de los economistas se eleva a 74 años con los primeros neo-clásicos. J. B. Clark con 91 fue el más longevo. Fisher, Menger y Marshall vivieron poco más de 80; Wieser, Wicksell y Walras vivieron 75; Böhm Bawerk 63 y Jevons solamente 47.

Los cinco economistas que usualmente se incluyen dentro de la llamada escuela histórica alemana —List, Roscher, Schmoller, Weber y Sombart— vivieron en promedio 69 años; Schmoller, con 79, fue el más longevo; Weber con 56, el que falleció más joven. Veblen, Mitchell y Commons, los portaestandartes del institucionalismo norteamericano, vivieron 72, 74 y 84 años respectivamente.

Pasando al siglo XX lo primero que se destaca es que Keynes tuvo una vida relativamente breve, 63 años, lo que lo iguala al promedio de los fisiócratas. Sus discípulos tuvieron vidas mucho más largas: Kaldor, 78; Robinson, 80 y Sraffa 83. Schumpeter vivió tantos años como el mercantilista promedio: 67; lo cual contrasta con la longevidad de sus paisanos austríacos, Mises y Hayek, quienes vivieron 92 y 93 años, respectivamente.

El Premio Nobel les ha sido otorgado a 68 economistas. Los 29 ya fallecidos vivieron 85 años en promedio. Maurice Allais, con 99, es el más longevo entre ellos; el ruso Kantorovich, con 74, el que murió más joven. Nueve vieron más de 90 y sólo 7 no llegaron a los 80. Elinor Ostrom, la única mujer del grupo, murió de 79.

La edad promedio de los nóbeles que están vivos es de 78 años. El inquieto Krugman con 60 es el menor. La otra buena noticia es que, con sólo 70, el indignado Stiglitz tiene cuerda para rato. Arrow, Klein y Solow siguen vivos con 92, 93 y 89. Pero el palmarés de la longevidad se lo lleva el gran Ronald Coase, quien continúa escribiendo y a la edad de 103 años es sin duda el Matusalén de todos los economistas que en la historia han sido.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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