La Iglesia católica, guardiana y defensora como nadie de la dignidad de ser humano, condena en términos perentorios el crimen del secuestro. Vayan, como muestra, estas citas. “El derecho a ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana” (Catecismo de la Iglesia, 1738) “Los secuestros y la toma de rehenes hacen que impere el terror, y mediante la amenaza ejercen intolerables presiones sobre las víctimas” (ib., 2297) “…atentados a la integridad física, asesinatos, torturas…secuestros, demuestran un irrespeto total por la dignidad de la persona humana” (CELAM Documento de Puebla, N° 1262).
Y no se necesita ser creyente para reconocer la perversidad del secuestro; basta tener un mínimo de sentido humano para afirmar que los secuestradores son peores que los animales.
Durante las últimas semanas el país se mostró sobrecogido de rabia ante el vil secuestro, perpetrado por los alevosos integrantes del llamado ELN, del papá de nuestro querido y admirado Lucho Díaz. El grito de protesta de toda la sociedad fue unánime, y la reacción de las autoridades, que pusieron en marcha un operativo gigantesco para tratar de rescatar al secuestrado, fue enérgico y plausible. Claro que sí, así tenía que ser, y el resultado de toda esa campaña a todos los ha alegrado, pero… sí, hay un gran pero. ¿Y los demás secuestrados? Sabemos que son numerosos; la prensa ha consignado datos escalofriantes: de enero a septiembre de este año, ¡hay constancia de 241 secuestros! En lo que va corrido desde el día nefasto en que tomó posesión el que nos mal gobierna, ¡el crimen del secuestro ha crecido en un aterrador 77%! Los datos que aporta la Defensoría del Pueblo asientan que en lo corrido del 2023, el ELN ha secuestrado al menos 79 personas.
Pero se trata de ciudadanos innominados, sin notoriedad en los círculos sociales, sin vínculos con personajes de la política o con estrellas del deporte. Y por esos secuestrados, ni se levanta un grito clamoroso de protesta general, ni el gobierno despliega una operación como la que acabamos de ver y aplaudir. Y, no puedo evitarlo, a mí me escuecen y atenazan varias preguntas: ¿es que hay vidas que valen más que otras? ¿Es que hay unos crímenes que al gobierno le interesa enfrentar, porque le reportan beneficios políticos, pero hay otros que poco o nada le importan? ¿Se justifica que el malhadado régimen actual mantenga dizque “mesas de diálogo” con los facinerosos, sin establecer, como condición mínima, que liberen a todos los que tienen bajo la ignominia del secuestro y se comprometan a nunca más incurrir en tal infamia? Es verdaderamente repugnante que un gobierno admita que un avieso representante y vocero de ese grupo de forajidos, el señor Antonio García, afirme que el secuestro es una irrenunciable manera de financiar sus actividades; una autoridad con la más mínima dosis de sentido y dignidad, daría orden inmediata de meter en prisión a quien eso se atreve a decir. Pero, algo increíble: el ministro de gobierno se despacha con una afirmación realmente imbécil y que constituye una auténtica barbaridad, por donde se la mire: que sí, que si se les pide que dejen de secuestrar, hay que pensar de qué van a vivir esos pobrecitos…¡Imposible una patochada más grande! ¿No sabe acaso el señor Velasco que ese y otros grupos de maleantes son los riquísimos empresarios del emporio de la droga?
¡Qué dolor! Es que, desde el momento en que en nuestra patria se admitió que con el crimen se puede negociar, que el sometimiento a la ley puede ser objeto de transacciones entre la autoridad y los delincuentes; desde que comenzó a parecerles a muchos admisible que los responsables de miles de secuestros y de otros crímenes execrables, en virtud de la felonía del peor traidor que ha tenido Colombia, -el de la palomita blanca en la solapa y el prostituido premio Nobel en su currículo-, estén orondos, ocupando impúdicamente curules de legisladores, en vez de hallarse, como deberían, pagando sus delitos en la cárcel. ¡Perdimos el rumbo! La deontología en el desempeño de las tareas de gobierno no asoma por parte alguna. Y en el horizonte de Colombia, bajo el ominoso desgobierno actual, se cuajan nubarrones cada vez más oscuros. Que Dios, el Dios de Colombia, cuyas leyes pretenden pisotear, nos proteja.
* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia.