Aquí hubo votación, pero no elecciones, porque, aunque Petro contabilizó 8 millones menos de votos que los que tuvo hace 15 meses, la totalidad del establecimiento político se hizo de la vista gorda para no verse obligados a exigir el cumplimiento de la Constitución, con la remoción inevitable del presidente, si se cumplen las leyes
Si elegir es escoger, los políticos no aceptaron el cambio que los ciudadanos exigieron por la vía electoral, y, por tanto, el gobierno, a pesar del repudio total, puede seguir avanzando con la eliminación del sistema eficaz de salud, la expropiación del ahorro pensional y de los fundos productivos, la desaparición de la libertad laboral, la consolidación del narcotráfico y la demolición de las industrias energéticas.
Todo lo anterior sucede velozmente, en un país donde cada mañana una nueva porción del territorio se entrega a las milicias narco-comunistas y a las guardias campesinas, mientras, a través del acuerdo vinculante con el Eln, llega dentro de pocos meses el modelo alternativo colectivista y sangriento del peor grupo leninista radical, después del cual ya nunca volverá a haber votaciones libres y auténticas.
Cualquier “acuerdo nacional” con Petro es letal, porque mientras el Congreso esté dominado por una mayoría venal y fluctuante, que vota en función de sobornos cada vez más elevados, el futuro del país no es otro distinto de la anarquía que precede al caos, la revolución y la muerte.
La ley inexorable de la vida exige la renovación generacional. Por esa razón ha llegado el momento de que los viejos dirigentes den un paso al costado y el país se dote de líderes en sintonía con el pueblo, para dar la batalla definitiva por la libertad. Decir esto es duro pero necesario.
Hay, por fortuna, personajes que puedo citar por orden alfabético, como María Fernanda Cabal, Hernán Cadavid, Alejandro Char, Andrés Forero, Carlos Fernando Galán, Federico Gutiérrez, Francisco José Lloreda, Rafael Nieto Loaiza, Miguel Uribe Turbay y Juan Zuluaga, listos y maduros ya para relevar a quienes deben pasar de ser actores grandes y respetados, a consejeros, porque ha llegado el momento de detener, con un esfuerzo juvenil supremo y definitivo, las fuerzas macabras que nos llevan al abismo.