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José Alvear Sanín   

No son de extrañar la inacción oficial ni la eliminación de estímulos para la construcción y financiación de viviendas de interés social, porque el acceso a la propiedad es un factor que contribuye a la estabilidad, al bienestar familiar, al crecimiento de la economía nacional y a la masiva generación de empleo.

Ninguno de esos propósitos anima a Petro. En primer lugar, mientras más adversas sean las condiciones de vida, mayor descontento habrá y con mayor facilidad será acogido el mensaje del resentimiento y el odio. La generación de empleo tampoco favorece la revolución. Un gobierno comprometido con el decrecimiento económico, cuya “cabeza” dice que la acumulación de capital es la mayor amenaza contra la humanidad, no puede estimular el bienestar y el progreso.

Apoyar la familia y propender por su consolidación y florecimiento está expresamente en contravía de la ideología marxista, que preconiza su abolición. Por tanto, el gobierno actual favorece la ideología de género, la promoción del aborto y la tolerancia a la comercialización y el consumo de psicotrópicos.

¡Vale la pena recordar ahora a quienes han dicho que el progreso individual perjudica porque “la gente que deja de ser pobre se vuelve de derecha”!

Un país de propietarios de vivienda digna se dirige indudablemente hacia una sociedad más ordenada y productiva, en la que no cabe el discurso subversivo.

En vez de desarrollar, mediante la construcción de vivienda, una economía próspera, la revolución sueña con que llegue el día de trasladar la gente de los tugurios a las casas que han de compartir con los odiados burgueses.

Nunca he olvidado la propuesta preelectoral de Petro, de limitar a 65 m2 el espacio familiar en las viviendas —a pesar de haber sido desmentida por sus bodegas y granjas—, porque esa condición es esencial dentro de la ideología leninista que él profesa. Esa “reforma urbana” hizo de la vida en los países comunistas el infierno sartreano que puede llegarnos, porque ese individuo jamás olvida los delirios de su patológica mente para convertirlos en políticas de gobierno.

Petro no se limitará a las reformas iniciales —tributaria, sanitaria, laboral y pensional—, porque ya empezó a hablar de una reforma educativa. Y si salen adelante las ya presentadas, sea por un congreso embadurnado, por sucesivas declaratorias de emergencia económica y social, o por el “acuerdo” con el ELN, él no se detendrá allí.

Ese será el momento para arrancar con su encubierta reforma urbana, y con la otra —dogmática e inevitable—, la rural, para la expropiación y aniquilación de los productores agrícolas exitosos, que no conduce a nada diferente de la hambruna persistente.

La Reforma Agraria colectivista de modelo comunista pertenece a la obsesión dogmática y no negociable del ELN, que no los aleja de Petro. Al contrario, los une dentro de la común estructura mental que adoran.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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