A través de la primera, habría buscado acuerdos razonables con los dirigentes de los partidos representados en el congreso para promover reformas acordes con las necesidades populares. A no dudarlo, los temas de tributación, salud, pensiones, laborales o de promoción de la paz, entre otros, son importantes y ameritan medidas legislativas que los pongan a tono con las aspiraciones de las comunidades. Cada uno de ellos exhibe diversas aristas que dan cuenta de sus respectivas complejidades. Las mejores soluciones estaban al alcance de consensos orientados a mejorar lo existente y no a destruirlo en aras de lo ilusorio.
Pero el primer mandatario es un comunista recalcitrante, tal como lo puso de manifiesto hace poco en Alemania al deplorar la caída del muro de Berlín.
Su visión del futuro de Colombia no lo ubica dentro de los países exitosos que han desarrollado provechosamente sus economías y mejorado el nivel de vida de sus poblaciones a partir de una libertad económica juiciosamente encauzada por los gobiernos. La distopía que lo orienta le hace creer que esos países exitosos van por mal camino. Piensa que ponen en grave riesgo la existencia de la humanidad.
Sus ínfulas de redentor le indican que el camino a seguir es el decrecimiento, que entraña desindustrialización y reducción del nivel de vida de las comunidades a la mera subsistencia, como sucede desde hace décadas en Cuba. Ahí está el modelo que quiere aplicar entre nosotros. Pero es un modelo fallido en todos los órdenes. Sólo los subversivos anhelan irse para allá en búsqueda de protección. La gente del común huye de Cuba y no hacia esa isla prisión, que no produce lo que necesitan sus habitantes para sobrevivir y se sostiene como un Estado mendicante.
El pueblo colombiano no quiere que lo lleven por ese camino. Muestra fehaciente de ello son las encuestas que señalan que más del 60% de la opinión desaprueba el rumbo que ha tomado el actual gobierno y sólo el 30% lo apoya. La validez de estas encuestas se corrobora con la multitudinaria presencia popular en las marchas de protesta de ayer, que contrasta con las famélicas reuniones de respaldo convocadas por el gobierno.
Todo indica que quien lo encabeza es, como alguien lo ha dicho, "arrogante, ignorante e incompetente", amén de imprudente. Hay quienes piensan que adolece de severos e inquietantes trastornos de personalidad que podrían calificarlo como un psicópata que, en lugar de aproximarse con realismo a las circunstancias que le corresponde manejar, las enfrenta con ánimo delirante.
Recemos para que así no ocurra y se dé rápida cuenta de que va por un mal camino y que en sus manos está corregirlo para bien de la patria.
En lugar de integrarnos para la búsqueda de lo mejor para todos, su ánimo pugnaz divide, enfrenta y promueve el espíritu de facción. Esto es contraproducente en un país que sigue siendo víctima de violencias de todo género.
Estamos padeciendo nada menos que una pesadilla.