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Alfonso Monsalve Solórzano

Ayer dijo el presidente Petro en Cartagena que “…no se puede construir una nación sin ética ni principios, sin saber por qué peleamos, por qué arriesgamos la vida, por qué nos esforzamos, por qué estudiamos, por qué nos sacrificamos, por qué vivimos”.

Completamente de acuerdo. Pero eso, precisamente, lo que ocurre en su gobierno es tan nefasto para el país. Está actuando sin ética y sin principios. El escándalo que se destapó esta semana es la muestra; pero debo decir, que no es la única, sino que es la constante de este gobierno.

No puede ser que Laura Sarabia, Jefe del Gabinete y la mano derecha del presidente, en contubernio con la policía, chuce a dos de sus  empleadas domésticas, mintiéndole a un fiscal para obtener la autorización respectiva, con el pérfido montaje de que se tratan de la niñera y la cocinera  de alias Sopas de las AGC, y que intimide a la primera, ejerciendo presión insoportable  para interrogarla sin orden judicial y secuestrándola durante cuatro horas para realizarle  una prueba de polígrafo, usando los recursos del estado, para averiguar si la mujer le robó $150.000.000 de una maleta que Sarabia tenía en la casa, según Benedetti, y no US$7.000 como Sarabia “denunció”.  

No puede, tampoco, ocurrir, que, para ocultar la felonía, los altos mandos de la policía mientan, diciendo que chuzaron a las señoras tres días, cuando fueron diez, ni que traten de hacerle creer al país que las interceptaciones tuvieron lugar antes del incidente de la maleta, tapando el abuso de poder con la mentira. Como no puede ser que, contra toda evidencia, el presidente en su discurso del viernes diga que este gobierno no chuza. ¿Qué tal? Periodistas, opositores, ciudadanos del común, están en ascuas. Ya reconocidas periodistas sienten que pueden estar siendo chuzadas. En realidad, nadie en este país puede estar tranquilo cuando la policía bajo el gobierno de Petro comete semejantes atropellos y cuando los principales organismos de inteligencia del país están en manos de compañeros del Petro militante del movimiento guerrillero M-19.

No puede ser que, además, de cara al país y cuando ya se le había descubierto el entuerto, Sarabia y Petro digan que tales actos se justificaban porque afectaban la seguridad del presidente. ¿Qué tal? ¿Ahora el enriquecimiento personal, presuntamente, ilícito, de una funcionaria de la presidencia, se convierte en un asunto de seguridad presidencial, cuando el dinero es hurtado?

Como no puede ser que Petro pida, como lo hizo, al exembajador Benedetti, en segmento del chat que este filtro, que guarde silencio mientras se resuelven las cosas. Porque su deber ético es cortar por lo sano la corrupción y no tratar de silenciarla, mientras arregla las cargas. Pero, claro, es que quién sabe qué secretos le tiene Benedetti al presidente, práctica típica de ciertas agrupaciones del llamado “progresismo” en las que se cruzan secretos inconfesables.

Pero, no debe extrañarnos. Es lo que el presidente hace con su hijo, acusado de quedarse con dineros destinados  a la campaña presidencial,  al que negó haber criado; o con su hermano y el actual Alto Comisionado para la Paz, a los que negó, como Pedro, tres veces, afirmando mentirosamente, que él no les había pedido que visitaran las cárceles para pactar con  los capos del narcotráfico,  el apoyo a su campaña, a cambio de negociaciones altamente favorables a los intereses de estos; o como hizo el asesor de comunicaciones en campaña, que admitió que había que correr la línea ética para que pudiese calumniar a los oponentes, al que premió después con un consulado. O lo que hizo cuando, según Carlos Gaviria, falsificó un acta del Polo Democrático.

Ese es el estilo de un presidente que utiliza la concepción leninista de que la única verdad que sirve es la que es útil a la revolución y la práctica sempiterna de los gobiernos comunistas y neocomunistas, de que todo vale para conseguir sus objetivos, mientras el país se descuaderna y el poder se le sale de las manos al presidente, que apela, cada vez que le salen mal las cosas, y le salen mal todos los días, a la mentira, a la descalificación y a la desinstitucionalización.

Porque eso  es lo que hace con las Cortes, señaladas de no obedecerle y el Consejo de Estado, al que acusa de llevar  a cabo un golpe blando; y  con el Fiscal al que llama sedicioso porque critica las arbitrariedades del presidente, como si con sus palabras Barbosa estuviera intentando impedir el funcionamiento del orden constitucional mediante el uso de las armas, cuando el que comete auto sedición es Petro, que impulsa,  contra la autoridad y soberanía interna del estado, a  las milicias, las guardias (las indígenas ya tiene 80.000 miembros, la mitad de la policía) y despeja amplios territorios a grupos armados -que no le tienen respeto porque lo conocen de sobra y se aprovechan de su debilidad - para que impongan su voluntad y su poder, sin que entreguen las armas, a nombre de una paz total que cada día es más guerra total y balcanización, mientras debilita a las Fuerzas Militares y de Policía, y el país se diluye en el caos.

Todo esto mientras intenta imponer sus absurdas reformas en el congreso y en la calle.

El país se ha ido dando cuenta de la encrucijada en la que está. Sabe que aquello de luchar contra la corrupción y el cambio, es un cuento chino en el que se cambian dólares por favores; en el que el respeto a los derechos humanos consiste en ponerle el polígrafo a los más vulnerables y chuzar a quienes se les atraviesen en sus aviesas intenciones;  en el que el mejoramiento de los colombianos pasa por quitarles el sistema de salud; la protección de los trabajadores, por alargarles los años de trabajo para pensionarse y reducirles su ingreso mensual; la reforma laboral, por quitarles el empleo; el apoyo a los pobres del campo, por ponerlos en manos de los grupos narcotraficantes armados y en el que la seguridad es un asunto de grupos armados, bandas y paramilicias de todo tipo, mientras los ciudadanos son víctimas del crimen a niveles nunca vistos.

No en vano, la popularidad de Petro se está desplomando. En la última encuesta de Invamer, hecha antes del escándalo de Sarabia, tiene una aprobación del 33.8% y una desaprobación del 59.4%, en apenas 10 meses de gobierno. Si hoy se hiciera una medición, los resultados serían más desastrosos para él. Y caerá mucho más, porque los escándalos de corrupción y abuso de poder, apenas comienzan. Ya veremos lo que esta olla a presión nos entrega cuando estalle. Y no será nada bueno para Petro. Porque en ese tipo de alianzas al estilo mafioso, la lealtad es lo primero que se entrega ante la menor muestra de peligro.

Súmesele a esto, que todo parece indicar que sus trapisondas en el Congreso están fracasando y que sus reformas “insignia” van a hundirse; que su apelación a la calle no le funciona -ya lo veremos marchando esta semana, que, auguro, un fracaso total. Además, que el poder judicial y los entes de control han mostrado su independencia, y que las coaliciones antipetristas ganarán, ceteris paribus, en las elecciones departamental y municipales, especialmente, intuyo, en Bogotá, Medellín y Cali.  Desde el punto de visto del apoyo político y de la opinión pública, estará perdido.

En un intento desesperado por mantener el poder, intentará imponer su Fiscal, sus funcionarios de bolsillo en la procuraduría y la Contraloría y en los cambios regulares en las altas Cortes, para controlarlas.  Será el momento en que acelerará su tránsito hacia la dictadura total. Si maneja esas instituciones, porque le cubrirán la espalda, como ocurre en todas las dictaduras. Y si no, porque intentará apuntalarse al poder como sea. Pero yo creo que ninguna de las dos alternativas le funcionará. El desprestigio crecerá y su poder político se reducirá a mínimos, hasta no tener margen de maniobra a su favor, porque, adicionalmente, sus actitudes erráticas, contradictorias y desafiantes, le pondrán fuego a su hoguera. Petro se está sacando él mismo. Y el país respira.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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