No hay duda de que este 2022 que pronto termina puede catalogarse de «annus horribilis» no solo para Colombia sino para el mundo. Pero, por fortuna, nos deja algunas cosas reconfortantes como el ejemplo que da Ucrania y su gente, decidida a luchar por su libertad contra un gigante como Rusia y su dictador, el asesino Putin, que podría sufrir una derrota histórica.
Y, como si fuera poco, en los últimos días se confirmó otra vez que las soluciones a los problemas de la humanidad deben venir de la mano de la inteligencia, la investigación científica y el desarrollo tecnológico. Cada vez se está más cerca de la obtención de una energía limpia, barata, inagotable y segura a través de la fisión nuclear. Con ella quedarán sin discurso los que pretenden que volvamos a las cavernas para salvar al planeta. La cuestión es de ciencia, no de filosofía.
Sin embargo, para Colombia las noticias no son buenas. Aunque muchos colombianos aún no se percatan, hemos puesto nuestra democracia —que es nuestro bien más preciado— en las manos de un caudillo autoritario con ínfulas de redentor universal que cada vez da más muestras de querer convertirse en un dictadorzuelo tropical.
Sí, pero Gustavo Petro no solo está interesado en meter mano en nuestras riquezas; ojalá así fuera. Sería más fácil si se tratara de un simple politiquero interesado en televisores gigantes, cobijas de plumas de ganso y zapatos Ferragamo. El problema es que Petro está empecinado en meternos de lleno en el comunismo cambiando nuestra cultura y modo de vida por un aberrante modelo de gobierno que no está ideado para progresar sino para desmejorar, para retroceder.
El comunismo busca la igualdad a toda costa, y esta es imposible si se procura igualar el nivel de excelencia. Es como pretender que todos los jugadores de un Mundial jueguen como Messi. Por eso, porque es imposible, los comunistas no dudan un segundo en destruir la economía y arruinar el entorno social con el fin de alcanzar la igualdad pero por lo bajo. La idea no es que todos usemos Ferragamos sino que todos nos pongamos alpargatas.
Empero, mientras el pueblo come mal, con libretas de racionamiento como en Cuba, con cajas con comida vencida como en Venezuela, o sacando sobras de la basura si no la vas bien con el régimen, la clase dirigente se enriquece de manera fabulosa saqueando las riquezas del país sin el menor asomo de vergüenza. Así pasó con los Castro, los Chávez, los Kirchner, los Ortega, los Da Silva, etc., y todos sus cortesanos.
Hoy, los colombianos estamos en esa etapa en que las ranas están siendo hervidas en una olla sin que se den cuenta. La temperatura del agua viene subiendo peligrosamente, pero casi nadie se percata. Nos están capando parados, pero si alguien critica puede ser catalogado de mal colombiano porque todos debemos estar interesados en que al Presidente le vaya bien, «para que a todos nos vaya bien». Es como si la palabra «cambio» fuera un sinónimo de mejorar, expandir, prosperar, etc., cuando la verdad es que se puede cambiar para empeorar, degradar, envilecer…
Ese es el cambio que propone el comunismo siempre, no conoce otro. Y despertar tarde es soñar despiertos con una pesadilla. En Venezuela suelen decir a manera de consolación: «éramos ricos, pero no nos habíamos dado cuenta». Es lo mismo que vamos a ir notando cuando nos quiten las EPS, cuando nos saquen de los fondos privados de pensiones, cuando el galón de gasolina esté por las nubes, cuando una gaseosa y un buñuelo se nos salgan del presupuesto, cuando los malandros del barrio sean matones a sueldo del Estado, cuando haya más sembrados de coca que de frutas, granos y verduras, cuando el empleador baje el letrero…
Ya es hora de ir despertando porque se vienen tiempos difíciles, pero lo último que debe perderse es la esperanza.
¡Feliz Navidad para todos! y que el Año Nuevo nos traiga esa oportunidad de enderezar el rumbo.
Mil gracias a nuestros lectores. Esta columna regresa en enero de 2023
@SaulHernandezB