En la noche del 28 de septiembre, en la Plaza de Bolívar, una veintena de mujeres encapuchadas lanzaron cocteles Molotov contra la puerta principal de la Catedral Primada, rayaron con consignas pro aborto la fachada, rompieron vidrios de comercios aledaños y agredieron a otras mujeres. La policía intervino. Las exaltadas huyeron, pero ninguna fue capturada. El general Sanabria, director de la Policía Nacional, afirmó horas después que “las presuntas responsables” del ataque a la Catedral “habían sido capturadas”. Sin embargo, dos días más tarde, la Policía de Bogotá publicó un cartel y pidió a la ciudadanía que ayudara a identificar a las agresoras. El cartel muestra las fotos de siete encapuchadas. Para resumir: nadie toma en serio ese grave incidente. Ni la Iglesia católica, ni la alcaldía de Bogotá, ni la Policía, ni la Fiscalía.
Todos se echan la culpa unos a otros. En todo caso, la organización internacional promotora de abortos Causa Justa, impulsora de la manifestación del 28 de septiembre, trata de pasar agachada tras el incendio de esa noche. En sus portales web omiten toda referencia a ese acto de las activistas. Dos semanas antes del incendio, los jefes de Causa Justa, un brazo financiado por el Center for Reproductive Rights, se habían reunido en Bogotá para “discutir estrategias”.
La piromanía es un fenómeno que lamentablemente se hace más y más presente en las violentas protestas de la izquierda colombiana. Hubo policías quemados por hordas de fanáticos, así como estaciones de policía, juzgados, comercios, radios y hoteles. Las iglesias también son atacadas. Criminalistas y psicólogos del primer mundo discuten desde hace muchos años el fenómeno de la piromanía. Ellos están de acuerdo: hay leves diferencias entre el incendiario criminal y el pirómano ocasional, pues las dos conductas no son idénticas. ¿Qué categoría ocupan las exaltadas que atacaron la catedral? ¿Cuáles son sus motivaciones reales? ¿Qué tipo de sanción penal podrían encarar?
Hay individuos que provocan incendios para vengarse de alguien, o para enriquecerse o para eliminar un rival, o para sabotear una empresa. Premeditan su acto, preparan sus medios de acción y vías de escape. Son criminales netos. Otros son movidos por una fascinación mórbida, irreprensible, por el fuego.
Desde el siglo XIX diferentes escuelas psiquiátricas tratan de responder a esta pregunta: ¿el pirómano es un criminal ordinario? En 1835, Franz Joseph Gall, un neuro-anatomista alemán, declaró que “es probable que el placer experimentado por ciertas personas al quemar edificios no sea más que una simple modificación de la disposición a asesinar”.
Hace unas semanas, en el sur de Francia, hubo grandes incendios provocados por las olas de calor, la falta de lluvias y la mediocre vigilancia de los bosques. Más de 62 mil hectáreas de árboles quedaron en cenizas. Más de 14.100 personas fueron evacuadas. También hubo incendios en el resto del continente: 660.000 hectáreas de vegetal fueron incineradas. Las pérdidas son enormes. Tres bomberos murieron en Francia. Miles de bomberos y de militares acudieron de todas partes para luchar contra el fuego. Aviones bombarderos de agua lucharon durante varias semanas. La mayoría de esos incendios tuvieron un origen humano (voluntario o accidental).
Hasta hoy, la policía francesa ha capturado 48 presuntos incendiarios. Hasta el 23 de septiembre, 12 han sido condenados. La legislación francesa prevé para los incendiarios una pena de 10 años de prisión y multas hasta 150.000 euros. Esa pena puede subir a 15 años cuando el incendio afecte a un bosque.
De nuevo, psicólogos, abogados, policías y periodistas tratan de establecer los rasgos de las dos categorías para que las sanciones sean justas. Según la especialista Julie Palix, de la universidad de Lausanne, el pirómano ordinario provoca un incendio de manera repetida o no sin ambición criminal. “Después, experimenta placer y alivio al ver el fuego”. Ella enuncia datos que muestran que “el 57% de ellos se quedan en el lugar para evaluar las consecuencias”. En cambio, el incendiario, con un “alto nivel de autoafirmación”, planea y premedita su acto y realiza, según Palix, un “recorrido” del lugar antes de iniciar el fuego. Marjorie Sueur, experta criminóloga y psicóloga clínica, coincide con Palix. Explica que la “agresividad, la tensión y la ira reprimidas” del incendiario le hacen ver el fuego como “una escapatoria”.
En los perfiles psicológicos de tales delincuentes son frecuentes los problemas de violencia y pasado delictivo juvenil, de sexualidad insatisfactoria, de abuso de sustancias tóxicas, de comportamiento antisocial y poca inversión social y familiar. Las expertas concluyen que los pirómanos son “agresores polivalentes” y que ese perfil está “asociado a importantes necesidades criminógenas”.
El incendiario es pues un criminal: busca una ganancia personal o vengarse de alguien. Su motivación puede ser personal o ideológica, como cometer un acto de sabotaje, o embarcarse en actos de terrorismo, etc.
Marjorie Sueur advierte que el pirómano psicótico suele obrar “por la necesidad de aparecer como un salvador”, pero que también puede actuar “por la necesidad de hacer daño, de transgredir las leyes, de satisfacer un impulso”. Ella agrega que “los pirómanos son difíciles de detectar porque suelen tener una vida corriente y pueden participar en la extinción del fuego (como los bomberos-pirómanos, que los hay, pero obviamente no son todos)”.
¿Cómo ver entonces a las encapuchadas que trataron de incendiar la catedral de Bogotá? En esa acción aparecieron ciertos rasgos que develan sus objetivos, es decir su grado de peligrosidad social: premeditaron el asalto, elaboraron objetos incendiarios y atacaron la Catedral Primada no tanto por ser un símbolo de la Iglesia, la cual se opone al aborto, sino porque saben que la catedral es un blanco espectacular, fácil e indefenso: la alcaldía y el poder central, dirigidos por gente que odia al pueblo católico, mayoritario en Colombia, no presionan a la policía ni a la justicia para que cumplan con su deber. En ese acto del 28 de septiembre no hubo altruismo ni audacia. Más bien cobardía, bajeza y sed de venganza. Ese día las encapuchadas creyeron ser la vanguardia de un movimiento político. Hoy se ocultan como ratas esperando nuevas consignas para escapar a la justicia.
¿Por qué Causa Justa no repudia ese acto criminal? El 21 de febrero de 2022, la Corte Constitucional decidió que las mujeres pueden abortar hasta las 24 semanas (seis meses) de gestación, sin que ello sea considerado un delito (el límite es 14 semanas en Argentina y Uruguay y 12 semanas en Cuba), y mantuvo las tres causales que permitían el aborto: salud y riesgo de la madre, malformación del feto y violación o incesto. Ese día Causa Justa cantó victoria y el país pro-vida declaró su horror ante tal decisión. El ala extrema de Justa Causa quiere ir más lejos. ¿Por qué no la emprenden contra la Corte Constitucional a quien acusan de no remover “las otras barreras que subsisten” para acceder realmente al aborto?
Tal es el pretexto demente de la operación incendiaria del 28 de septiembre. ¿La Fiscalía seguirá mirando hacia el suelo? ¿Saldrá a hacer el papel de llorona cuando los incendiarios logren dejar en cenizas la Catedral Primada?