Esta obra nos permite asomarnos a los inmensos sufrimientos que han padecido las gentes de lo que fue la URSS, sin cuya estimación no es posible comprender el horror del comunismo soviético, lo que costó dejarlo atrás, ni la posterior dictadura actual.
Aunque la crueldad de los zares ha sido exagerada mil veces por los relatos de la propaganda de sus sucesores, no puede negarse que la historia rusa repite una sucesión de gobiernos despóticos que hacen pensar que la democracia jamás podrá prosperar en los países que pertenecieron a ese imperio
Un Iván el Terrible y un Pedro el Grande, sin embargo, al lado de Lenin, Trotski y Stalin, parecen mansas palomas; y en tiempos recientes, Kruschev, Bulganin y Andropov, a pesar de ser dictadores temibles, comparados con los primeros tiranos de la URSS han llegado a parecernos ancianos benévolos.
Algún personaje de la Alexievich nos dice que, en cinco años, en Rusia pasan muchas cosas, pero que en doscientos no pasa nada…, lo que nos hace pensar en la permanencia de los rasgos propios de su pueblo, signado siempre por la resignación fatalista ante un destino implacable, lleno de trabajo agotador y dura pobreza, iluminado todo ello por un sentido mesiánico y religioso, que lo purifica y lo convierte en futuro salvador de la humanidad.
Desde luego, el comunismo significó el martirio más aterrador para las incontables nacionalidades de la inmensa URSS, como puede verse a lo largo de todo este libro, muchas de cuyas páginas son tan estremecedoras como las de Solzhenitsin.
Al lado de ellas aparecen otras que tratan de la caída del socialismo. Este era igualitario y distributivo, aseguraba la pobreza colectiva y una existencia frugal y monótona. En cambio, la implantación de una economía de mercado —ajena tanto a su pasado reciente como al antiguo régimen precapitalista—, ocasionó enormes sufrimientos al pueblo mientras surgía, gracias a la corrupción oficial, el puñado de oligarcas que se adueñaron de casi todas las fábricas, bancos y grandes empresas del país. Al lado de inmensas fortunas, la gente padeció incontables rigores económicos, en medio de una pobreza generalizada, creciente indignación y cierta nostalgia por el socialismo, que incluía, en medio del caos y el desorden, hasta desear un nuevo Stalin.
Con la Perestroika, a partir de 1985, la euforia de la esperanza de un futuro de libertad y progreso, libre del terror permanente, pronto dio paso al desengaño a causa de la inflación provocada por las medidas draconianas para pasar en pocos meses del colectivismo extremo al capitalismo más duro. En 1982, la inflación de precios alcanzaba el 2600%, y la inseguridad callejera era aterradora.
Ese es el trasfondo del libro de Svetlana Alexievich, que da voz a centenares de historias admirablemente contadas de gentes sencillas, que a pesar de recordar los horrores del estalinismo —purgas, Gulag, brutalidad, delación—, siguen condicionadas por la indoctrinación a la que fueron sometidos desde la cuna hasta el sepulcro, que a muchos hace añorar el implacable “orden” de la URSS, mientras las mafias imponen el terror callejero, y el país, improvisando democracia, se desintegra hasta con guerras civiles como la de Chechenia.
A la nostalgia de los ancianos y de los incontables pobres se contrapone una juventud que no conoció el terror, desbocada en la búsqueda de una felicidad consumista, hedonista, frenética…
En fin, el prodigioso y terrible fresco, de 638 páginas, nos lleva hasta las puertas de la transformación que vendrá cuando Rusia se normalice económicamente dentro de una nueva estructura dictatorial. De ella tratará otro libro imprescindible, Los Hombres de Putin, de la inglesa Catherine Belton (Bogotá: Ariel-Planeta Colombiana; 2022), modelo de periodismo económico, bien lejos, por lo tanto, del primor literario y de la narración cautivante de Svetlana, mujer postsoviética que ha tenido que exiliarse en Berlín, perseguida por la dictadura vitalicia y siempre comunista de Lukashenko.