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Rafael Nieto Loaiza

Duque tuvo que lidiar con dos eventos catastróficos y sin antecedentes, la pandemia causada por el Covid19 y los paros y bloqueos del 2021 impulsados por la izquierda radical.

El manejo de la crisis de salud pública fue impecable. O casi. Hubiera podido levantar los confinamientos de manera más rápida, creo, pero reconozco que es apenas mi opinión y que pocos me acompañan en ella. Por lo demás, a diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos, España o Italia, donde colapsaron las salas de emergencia y de cuidados intensivos de los hospitales, no hay habitante de nuestro país, colombiano o extranjero, que no haya recibido atención inmediata cuando la necesitó por el virus o que haya tenido que pagar más por los servicios médicos que se le prestaron. Consiguió las vacunas de varios proveedores, de manera que nunca se dependió de uno solo y quien no se vacunó fue porque no quiso. El sistema de salud no solo salió airoso de la crisis sino fortalecido y con mejor calificación ciudadana que antes del bicho. La cobertura es universal e incluso se extendió a 650.000 migrantes venezolanos. Se avanzó de manera sustantiva en el acuerdo de punto final para sanear financieramente el sistema. Los ministros Uribe y Ruiz lo hicieron muy bien.

En paralelo, el gobierno consiguió paliar la debacle económica causada por los confinamientos diseñando y poniendo en marcha los programas de ingresos solidario y de apoyo al empleo formal, lo que permitió que más de cuatro millones de familias vulnerables y que no estaban en el radar de la red de asistencia económica del Estado hayan tenido unos ingresos mínimos durante la crisis y que se salvaran 4,15 millones de puestos de trabajo.

El paro y los bloqueos fueron canallas. Una buena parte de la inflación que hoy sufrimos se debe a los centenares de miles de animales, huevos y toneladas de alimentos que se perdieron durante esas protestas. Se ahondó la pobreza y desaparecieron decenas de miles de empleos que se habían salvado durante la pandemia. La responsabilidad de la izquierda es enorme. Pero en algo también lo es el Gobierno que respondió de manera tardía, débil e insuficiente a los bloqueos, en particular en el Valle del Cauca.

Muchos aplausos, en cambio, merece la estrategia de recuperación económica. El ministro Restrepo la sacó del estadio. Colombia tuvo el año pasado el mayor crecimiento económico del que tengamos noticia, casi 10,7%, consecuencia del rebote post pandemia, pero también de las buenas políticas contracíclicas que impulsaron el gasto de los hogares, el gran motor de la economía. Como resultado, se recuperaron todos los empleos perdidos durante la pandemia, se proyecta un crecimiento del 6,3% para este año y la tasa de pobreza multidimensional fue a fin del 2021 del 16%, la más baja desde el 2010, aunque en materia de pobreza monetaria aún queda un trecho por recorrer para estar mejor que en el precovid. Los resultados comparados con los del resto del Continente son sobresalientes. El gran nubarrón es la altísima inflación, 10,21% a julio, la mayor en 22 años. Aunque es un fenómeno global y hay factores externos incontrolables, también hay elementos internos que contribuyen, incluyendo el impacto en alimentos de los bloqueos criminales y el aumento extraordinario del salario mínimo del año pasado.

Felicitaciones merecen también los logros en materia de infraestructura, la apuesta por las energías alternativas y las mayores áreas medioambientalmente protegidas, así como la reconstrucción de Providencia, que serán objeto de otras reflexiones. En cambió la recuperación de Mitú quedó inexplicablemente pendiente.

Pero este gobierno quedó debiendo en educación, donde no se hizo ninguna de las reformas estructurales pendientes y se malgastaron billones de pesos (la pensional tampoco se hizo, pero era imposible con la situación creada por la pandemia), en gestión política y, paradójico en uno elegido por el Centro Democrático, en los ajustes que eran indispensables al sistema judicial, a lo pactado con las Farc, y al combate contra el narcotráfico.

Duque gobernó con sus amigos y con los políticos de la Unidad Nacional de Santos y no con el partido que lo eligió. Las bases y los líderes regionales y locales del CD fueron maltratados. Se aisló en Palacio y su estrategia de comunicación fue desastrosa. Aunque algunas cosas positivas se hicieron en materia de lucha contra la corrupción, en los dos últimos años se aflojó en mermelada y en control interno. Ojalá lo de los programas OCAD no sea lo que parece. En buena parte por todo eso el Centro Democrático recibió la paliza de las regionales del 2019 y tuvo los pésimos resultados de las parlamentarias y presidenciales del 2022. Para resumir la gestión política en una frase: Duque fue quien le cedió el poder a Petro, ni más ni menos.

Lo de las drogas ilícitas fue una tragedia. Por hacer más de lo mismo que Santos, a pesar de un buen ministro como Molano, termina el gobierno con tres veces más narcocultivos y cuatro y media veces más producción de cocaína que antes de la firma del componente de narcotráfico con las Farc. Como consecuencia, el conflicto sigue vivo, las reincidencias, encabezadas por el jefe negociador en La Habana, se devolvieron al monte, el Eln está más fuerte que nunca, el clan del Golfo sigue poderosísimo a pesar de la captura de Otoniel, y la violencia homicida se disparó el año pasado alcanzando la tasa de homicidios más alta en siete años.

Publicado en Columnistas Nacionales

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