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José Alvear Sanín   

La revolución en Colombia no empezó el pasado 19 de junio, ni comenzará el próximo 7 de agosto. Se ha venido incubando, desde hace por lo menos medio siglo, en las aulas universitarias; ensangrentó los campos a partir de 1959, y después de incontable violencia obtuvo, en 2016, el regalo de una supraconstitución que le permitió infiltrar todos los poderes públicos y gozar de un gobierno de transición hasta 2022.

Podríamos seguir indefinidamente considerando el plan estratégico que ha llevado al poder al comunismo, lo que no es el propósito de esta crónica.

A partir de la posesión de Petro avanzará, a velocidad creciente, la sustitución del modelo económico de la libre empresa y el respeto de las libertades individuales, por el colectivismo y el despotismo, seguramente con efusión de sangre, represión y hambruna, hasta completar el ciclo nefasto de 20, 40 o 100 años…

Lo que los colombianos vamos a perder es aterrador. Si el comunismo se consolida aquí, en comparación lo de Venezuela será un juego de niños.

Tardíamente se empieza a despertar del letargo inducido en que han tenido a la ciudadanía, y por tanto, las gentes comienzan a preguntarse por el culpable, o los responsables, de la caída en el abismo: que si la Iglesia, copada por la teología marxista “de la liberación”; que si los medios, manipulados por activistas mamertos; que si los partidos, corrompidos por insaciables políticos venales y voraces; que si la inactividad del Centro Democrático, incapaz de lanzar a tiempo un candidato viable; que si el presidente  Duque, cumplidor del “acuerdo final”; que si el ingeniero Hernández era un “candidato manchuriano”; que si fue el fraude electrónico…, y así, sucesivamente, se suceden los más inquietantes interrogantes.

Si la revolución colombiana dura veinte años, ya aparecerá un abate Berruel, o un Monsieur Thiers, para trazar los primeros y monumentales frescos, pero si dura sesenta o más años, algún día tendremos un Pipes o un Figes para escribir la historia completa y científica de la tragedia.

En fin, no conviene adelantarnos a los historiadores del futuro, ni quedarnos en la lamentación desgarradora de la leche derramada, que es muchísima… Si no se presenta una resistencia nacional, con voluntad inmediata de recuperación, veremos también como matan la vaca de la economía nacional para que no vuelva a haber leche.

Como ya hemos dicho, la “moderación” de Petro solo es para la exportación y los medios fletados, porque los nombramientos de activistas fanáticos indican que sus propuestas alocadas no encontrarán obstáculos en la chusma legislativa que acaba de instalarse el 20 de julio en el Capitolio.

El ahorcamiento tributario, la cancelación petrolera, la politización de la Policía, la demolición del Sistema de Salud, la reforma agraria regresiva y precolectivista, la desaparición de las garantías a la propiedad rural, la capitulación ante el ELN, y el “perdón social” para las bandas, estarán listas para enero de 2023, inicio de la fase febril e incendiaria de la revolución.

Ante la inminencia de tantas y tan terribles amenazas no caben ni la queja ni la resignación. Nunca antes hubo comparable necesidad de un líder, hombre o mujer, que levante la bandera de la recuperación nacional y estimule la diaria y eficaz resistencia de todo el pueblo para impedir la destrucción del país y la consolidación de la dictadura totalitaria.

En torno a esa figura que el país reclama no puede haber juegos de la vieja política clientelista y logrera —la que produjo la elección de Petro—, sino un entendimiento generoso y patriótico, sin regateos, ambiciones egoístas ni juegos de poder.

Pronto será tarde, si el país no despierta y comienza a luchar desde hoy por su recuperación moral e institucional, sin esperar milagros en las elecciones territoriales del próximo año. Esos comicios para escoger gobernadores y diputados, alcaldes y concejales, no se ganarán sin un propósito político nacional enérgico, porque con esfuerzos desarticulados e inconexos no detendremos la cosecha de “Pinturitas” que necesitan para ahogar cualquier vestigio democrático.

Publicado en Columnistas Nacionales

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