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Nicolás Pérez*        

Sin lugar a duda el escándalo de la semana fueron los Petrovideos. Gracias a un trabajo periodístico valeroso el País conoció la forma de hacer política de la campaña del Pacto Histórico. Acusaciones falsas, montajes y conductas que rayan con el código penal son el pan de cada día de una candidatura que no conoce límites y que acudirá a todo lo que sea necesario para llegar al poder.

Claro que en una campaña presidencial hay que diseñar una estrategia para derrotar al contrincante. Al fin y al cabo esto es una competencia donde nadie quiere perder. Sin embargo, la pregunta de fondo es cómo hacerlo.

Me explico. Una cosa es moverse en el terreno de las propuestas y demostrarle al País que un plan de gobierno es mejor que otro, que un candidato tiene más experiencia para administrar el Estado o que el adversario no está capacitado para asumir la Presidencia de la República.

No obstante, otra muy distinta es buscar la destrucción moral del contendiente. Y eso fue a lo que le apostó el Pacto Histórico. A no dejar títere con cabeza. Mientras en público proponían una campaña limpia, en privado desplegaban una ofensiva completamente turbia para enlodar con acusaciones temerarias a todo aquel que representara una amenaza contra Petro.

Primero fue Fajardo, después Alejandro Gaviria y por último Fico. Todos aquellos que en algún momento estuvieron en el radar del Pacto Histórico fueron víctimas de una manipulación en el terreno de las comunicaciones para mancillar su honra. Paradójicamente, el estancamiento de Rodolfo en las encuestas después de las consultas de marzo lo terminó protegiendo de este tipo de ataques. La izquierda no lo vio como amenaza y cuando se dieron cuenta que su remontada era posible, ya era demasiado tarde.

El ingeniero no sufrió mayores desgastes en su imagen de cara a la primera vuelta y ahora, ad portas de la votación definitiva, el Pacto Histórico está tratando de mancillarlo a como dé lugar. La incapacidad de defender un plan de gobierno que pone en riesgo la estabilidad económica e institucional del País se traduce en un desmesurado afán por acabar personalmente con todo aquel que sea visto como un riesgo.

Y esa es precisamente una de las mayores preocupaciones que genera esta situación. Si en campaña buscan destruir moralmente a los contrincantes, no se puede esperar que actúen de manera distinta en caso de llegar al Gobierno. Quien tenga la osadía de cuestionar al Presidente será desprestigiado y muy seguramente perseguido. Un peligro propio de los peores regímenes autoritarios.

Ahora bien, adicional a lo anterior, hay un aspecto que comprenden una gravedad mayor en todo este asunto y es que quedó confirmado que desde el Pacto Histórico sí se hicieron visitas al pabellón de extraditables de la Picota. Lo que en su momento Petro pretendió justificar como una labor humanitaria de una ONG, no terminó siendo otra cosa distinta a un intento de acuerdo entre la campaña y los mayores criminales del País.

De hecho, la extradición ha sido una figura que nunca ha caído bien en la izquierda, pero que ha sido ampliamente aceptada por los colombianos dada su efectividad para luchar contra el delito. Además, proponer su desmonte en plena campaña afectaría las relaciones con Estados Unidos, razón por la que el Pacto Histórico, muy hábilmente, no toca este tema en público, pero sí lo aborda en privado para tranquilizar a aquellos que están en lista de espera para ser procesados por la justicia americana.

En últimas, a la Presidencia no solamente se vota por un programa de gobierno, sino también por las cualidades humanas del candidato. El futuro de 50 millones de colombianos está en manos de esa persona y nada bueno se puede esperar de alguien que destila odio, promueve el resentimiento y lejos de darle altura al debate político, lo desprestigia aún más acudiendo a este tipo de artimañas propias de una organización criminal.

Publicado en Columnistas Nacionales

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