Desde un principio el ingeniero Hernández me pareció un candidato exótico sin propósito distinto al de pagarse el lujo de poner en su biografía el renglón de “ex -candidato presidencial” y de embolsarse de paso un dinerillo con la reposición de votos.
El avance de Hernández en las encuestas, siendo prácticamente un desconocido fuera de las fronteras de Santander, sorprendió a todo mundo, incluido el mismo flamante candidato. El hecho es que, con el manido discurso contra la corrupción y propuestas muy elementales de generación de empleo, el Ingeniero alcanzó el 28% de la votación, despojando a Federico Gutiérrez del tiquete a la segunda vuelta que muchos daban por seguro.
La sociología electoral tiene un gran trabajo para explicar la sorprendente votación del Ingeniero obtenida prácticamente sin hacer campaña en la forma tradicional pues no basta con atribuirla a su excepcional manejo de las redes sociales. Mi hipótesis es que la masa que votó por Hernández lo hizo dominada por sentimientos de odio y antipatía, ajenos a cualquier consideración racional, e ilusionada, una vez más, por un discurso demagógico que le promete su redención inmediata.
A Hernández se le puede “acusar” de cualquier cosa menos de coherencia doctrinaria. En su programa conviven el agrarismo, el proteccionismo, el liberalismo, el asistencialismo socializante y las más insólitas propuestas, como la de crear un falansterio autosuficiente en medio de la selva para encerrar a los delincuentes y obtener su rehabilitación mediante el trabajo.
El eventual triunfo de Hernández llevaría a complejas situaciones de gobernabilidad por carecer de apoyo parlamentario, por su inexperiencia en la administración pública y por el talante autoritario y la falta de maneras que lo caracterizan.
Pero a esta altura de la partida lo que menos importa son las ideas o propuestas del Ingeniero quien, con todos sus defectos, se ha convertido en la esperanza para la preservación de las libertades, la democracia, el estado de derecho, la propiedad privada y la economía de mercado todo lo cual sería destruido en un gobierno de Gustavo Petro.
Hernández, cuya pobreza conceptual es abismal, comparte mucho de la prédica demagógica de Petro; su autoritarismo, chocarrería y desconocimiento de la administración pública garantizan un gobierno torpe y lleno de incidentes; en fin, el hombre puede tener todos los defectos imaginables y una sola cualidad: no es Petro y eso basta. Tocó votar por el Ingeniero.
CODA: De ganar las elecciones, a sus 77 años, Rodolfo Hernández sería el presidente más viejo al momento de su posesión, solo superado por Manuel Antonio Sanclemente quien, en 1898, asumió el cargo a la tierna edad de 84 años.
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