El nuevo despropósito de los siniestros togados de la corte, a la inmensa mayoría de los colombianos como a nuestros señores Obispos, nos duele profundamente, pero no nos extraña; nada distinto puede esperarse de ese turbio cenáculo de mayoría atea y materialista que se impone cínicamente sobre los dos o tres magistrados que, una vez más, salvan su voto y se muestran auténticos defensores de la vida y de la Constitución. Ellos, los que firmaron esta última sentencia, definitivamente se obstinan, ciegos e insensatos, y contra lo que les exige la misión que la ley les confía, en imponernos a todos los colombianos, como una coyunda ominosa, la cultura de la muerte. Cómo no recordar lo que hace hoy, precisamente, doce años, el 13 de mayo de 2010, decía el venerable Papa emérito Benedicto XVI en Fátima: “El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte que no logra contener”.
No puede uno sustraerse a punzantes cuestionamientos, ante estas sucesivas e inmorales tarascadas de la corte (¡no merece una mayúscula!) contra el conjunto de los valores éticos de la sociedad colombiana. ¿Hasta dónde pretenden llegar? ¿Cómo puede suceder que desconozcan los más elementales principios axiológicos que deben inspirar su acción? ¿Cómo entender que actúen de manera tan evidentemente contraria a lo que establece, en relación con la vida como derecho fundamental e intangible, la Constitución que juraron defender? ¿Qué le espera a nuestra querida Colombia si quienes pretenden trazarle el rumbo son corifeos de la inmoralidad, y desconocen o niegan procazmente la ley natural? Y piénsese que ya algunos de los que, en la campaña actual, buscan el favor del pueblo para las próximas elecciones han manifestado su acuerdo con estas aberraciones…
La “perenne enseñanza de la Iglesia”, de que nos hablan nuestros señores Obispos en su comunicado, está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica. “Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano dueño; nosotros estaos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla …. somo administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado…El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar la vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo…. ofende el amor al prójimo…es contrario al amor del Dios vivo…La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral…” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2280-82)
Queda como única ceja de luz y de libertad, para los médicos y para las instituciones de salud cimentadas en la doctrina católica, el recurso a la objeción de conciencia. No podemos olvidar que “cuando son llamados (los católicos) a colaborar en acciones moralmente ilícitas, tienen la obligación de negarse” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 73); que “es un grave deber de conciencia no prestar colaboración, ni siquiera formal, a aquellas prácticas que, aun siendo admitidas por la legislación civil, están en contra de la ley de Dios” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 399); y que “quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo de cualquier daño en el plano legal, disciplinar, económico y profesional” ( San Jan Pablo II, Evangelium Vitae, 74)
Leamos con atención el comunicado de la Conferencia Episcopal, y hagámoslo llegar a la mayor cantidad posible de personas. YE intensifiquemos nuestra oración por esta querida patria, sobre la que se ciernen procelosos nubarrones.
* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia.