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Jesús Vallejo Mejía 

El Evangelio de San Juan identifica al Maligno como el Padre de las Mentiras (Jn. 8:44). Y son muchos sus discípulos. Gustavo Petro es uno de ellos. Miente a troche y moche, unas veces a conciencia y otras porque es un mitómano consumado. No en vano algunos analistas sugieren que debería sometérselo a examen psiquiátrico. Y al tenor de lo que han filtrado sus guardaespaldas, no sobraría que también se le exigiera un examen de control de sustancias psicoactivas en su organismo, pues los videos en que parece estar ebrio insinúan más bien que podría hallarse drogado.

Es, en definitiva, una mala persona en la que no cabe confiar, como lo dijo tiempo atrás nadie menos que su aliada de hasta hace unos pocos días, Piedad Córdoba.

Los problemas de personalidad de Petro no atañen sólo a su tenebroso pasado de guerrillero, sino a su trayectoria y su presente. Como ha dicho Fico, si bien Petro se desmovilizó como militante del M-19, no ha desmovilizado su ánimo. Al igual que ciertos alcohólicos que han abandonado la bebida, pero no sus defectos de carácter, sigue siéndolo en seco. No carga armas, pero su animosidad sigue invadida por el odio, el resentimiento, el revanchismo y el ímpetu agresivo.

He escuchado con pavor dos discursos recientes suyos, uno en Boyacá contra los empresarios del agro y otro contra el presidente Duque, así como contra los altos mandos militares y policivos.

Me detengo en este último. Vid. (524) “No queremos más generales que se abracen con el narcotraficante”: Petro arremetió contra Zapateiro - YouTube).

A raíz de una masacre imputable a bandas de narcotraficantes que en estos días causó la muerte trágica de varios uniformados en Frontino, Petro, de modo del todo irresponsable, afirmó que los altos mandos de la fuerza pública condenan a la muerte a sus subordinados mientras se abrazan con capos del narcotráfico y admiten sus sobornos.

Acá hay mucha tela para cortar.

En primer lugar, tamaña acusación ameritaría sustentarla en hechos probados. Cubrir con semejante manto de duda a toda la alta oficialidad es temerario a más no poder. Mejor dicho, calumnioso o al menos injurioso. Y, como lo ha dado a entender el presidente Duque, es hacer baja política a expensas del honor de nuestras fuerzas armadas. Si bien la reacción del general Zapateiro parece inusual, es del todo comprensible. Petro fue filmado recibiendo dinero cuyo origen no fue capaz de explicar y sobre el cual versa un artículo reciente de Néstor Humberto Martínez que lo deja muy mal parado. Nada igual se ha registrado en torno de la oficialidad de la fuerza pública.

En segundo lugar, ello implica de hecho una declaración de guerra de Petro contra el alto mando militar. Si fuere elegido para la presidencia, el escenario sería, por decir lo menos, muy poco propicio para un cabal entendimiento entre el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y el cuerpo de oficiales de alta graduación.

En tercer lugar, Petro carece de toda autoridad moral para hablar en contra del narcotráfico y sus organizaciones mexicanas, pues a nadie escapan sus simpatías hacia las Farc, trátese de los Comunes o de la Nueva Marquetalia, así como respecto del ELN y de los cultivadores de coca. En su discurso en Boyacá arremete contra quienes a su juicio explotan a los cultivadores de papa y de maíz o a los lecheros, pero calla sobre quienes se benefician de los cultivos de coca, amapola o marihuana.

El suyo es un discurso oportunista y demagógico, preñado de sofismas, tergiversaciones y mentiras, cuyo propósito es enardecer a sus seguidores. No hay tal Pacto Histórico de todos los sectores de la sociedad colombiana en procura de una paz que garantice el mejoramiento de las condiciones de vida de los más necesitados, sino una componenda destructiva capaz de arrojarnos a abismos como el venezolano.

Petro sesga lo atinente a sus relaciones con los regímenes de Cuba y Venezuela, y hasta se atreve a criticar la voracidad territorial de la abominable dictadura de Nicaragua, pero la inclusión de Iván Cepeda y Piedad Córdoba en su lista para el Senado muestra a las claras su identidad con los comunistas. De hecho, el discurso de Cepeda en contra de las políticas extractivistas muestra a quién sigue en el fondo Petro. En un gobierno de éste, Cepeda sería el poder tras el trono, peor que una eminencia gris, la más oscura que pudiese concebirse.

Hay que insistir en que Petro representa un gravísimo peligro para la institucionalidad colombiana. Yo tengo claro que parece endemoniado. Fico tiene toda la razón: nuestro imperfecto régimen de democracia y libertades amenazaría ruina bajo un gobierno de Petro, por no mencionar lo atinente a lo económico, tema sobre el cual sus planteamientos, como lo ha señalado Juan Carlos Echeverri, ponen de manifiesto tanto su ignorancia como su arrogancia. Qué tal venir acá a hablar de industrializar a Medellín o prometer en Villavicencio y Cali unos ferrocarriles ilusorios. ¡Es un parlanchín que delira sin recato!

Una muy apreciada amiga me regaló de cumpleaños el libro de Moisés Naím que lleva por título "La Revancha de los Poderosos". Hay que leerlo para quedar advertidos de las muy inquietantes tendencias que se están imponiendo en la política contemporánea, que Naím resume en el imperio de las tres pes: Populismo, Polarización y Posverdad. Hay una cuarta pe entre nosotros que lo resume todo: Petro.

Publicado en Columnistas Nacionales

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