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Eduardo Mackenzie   

Están fracasando los acercamientos entre el Partido Liberal y el Pacto Histórico. Y la angustia de Gustavo Petro aumenta pues esa era su última carta para tratar de ganar la elección presidencial. El vocabulario ultra agresivo que utiliza ahora el jefe extremista, admirador de Putin, quien no baja de “nazi” a todo aquel que se le opone, y a toda la prensa que no le rinde pleitesía, refleja esa enorme desazón.

De poco han valido las gestiones que adelanta Roy Barreras para atraer de nuevo al corralito al expresidente Cesar Gaviria. El jefe del Partido Liberal y el senador Barreras, del movimiento petrista, se reunieron en el domicilio del ex mandatario el miércoles pasado. Y en ese encuentro Barreras fue notificado: sin excusas públicas el ex presidente Gaviria no volverá a reunirse con Gustavo Petro.

Fuentes del liberalismo hicieron saber eso a la prensa. En cambio, el 30 de marzo, el expresidente Gaviria se reunió durante tres horas con el candidato presidencial Federico Gutiérrez y declaró que esa conversación había sido “excelente”. Gutiérrez, quien busca obtener el apoyo del Partido Liberal para la primera y segunda vuelta presidencial, explicó que ellos analizaron la situación que vive Colombia y que él le expuso al expresidente sus puntos de vista.

Francia Márquez había dinamitado días antes la estrategia de seducción que Petro estaba implementando hacia el expresidente liberal. En un acto público, el 1 de marzo, la candidata petrista a la Vicepresidencia mostró sus ínfulas y le asestó un primer golpe al exmandatario. Afirmó que Gaviria le ha hecho “mucho daño a este país a partir de (sic) la corrupción y a partir de (sic) su política neoliberal que nos impuso”. El 15 de marzo, en Semana TV, continuó: “César Gaviria es más de lo mismo, él no aporta nada a la transformación de este país”. También ha dicho: “Su acción política no ha contribuido a dignificar la vida, ni a lograr la paz, ni a erradicar las violencias culturales a las que hemos estado sometidos la mayoría de colombianos y colombianas, y yo creo que es un error hacer una alianza con él”. La inusitada candidata, que pocos saben de dónde salió para ponerse al servicio de Petro, remató: “Cesar Gaviria, como gamonal político que hemos tenido no es un cambio para este país”.

Los insultos de Márquez no han sido retirados por Petro, ni por la agresora, ni olvidados ni perdonados por Gaviria. Este sabe que, por el contrario, Petro respaldó la posición asumida por la incómoda activista. “No es un insulto” sostuvo el líder petrista. El mismo día, Francia Márquez ratificó su posición: “César Gaviria busca una excusa con Francia Márquez para justificar su decisión que ya había tomado, así como en 2018 tomó la decisión de acompañar al gobierno que le dio la espalda a la paz, hoy hace lo mismo”.

Roy Barreras trató de mostrar a la prensa que todo eso es el pasado y ocultó el punto de que las excusas son una condición para un nuevo encuentro. Según Barreras, todo eso está disipado. “Estamos estudiando documentos que el presidente Gaviria ha llamado como ‘líneas rojas’ a propósito de temas muy diversos”, subraya Barreras.

El expresidente Gaviria sabe que, en el fondo, la cuestión no es la discusión de unas “líneas rojas”, ni siquiera las declaraciones tóxicas de Márquez, ni las zalamerías ridículas de Petro sobre un pretendido “cambio real” que hará gracias a una “sólida coalición de Gobierno” con él, sino el hecho de que el jefe del liberalismo colombiano  quiera embarcarse o no en una peligrosa aventura: colaborar en la destrucción del liberalismo, del capitalismo y de la democracia colombiana, que es lo que Gustavo Petro no se cansa de anunciar cada vez que abre la boca.

Petro no entiende que el insulto de “nazi” se vuelve contra él y refuerza la voluntad de combate de las personas y del pueblo que defienden la democracia. Eso le ocurrió a Putin: creyó que en dos días los “nazis” ucranianos serían aplastados, que él acabaría con un país “inexistente”, que el ejército ucraniano se rendiría, que el presidente Zelensky sería arrestado. Nada. El ejército ruso se estrelló contra un heroico pueblo-ejército, quedó duramente golpeado y desmoralizado y está obligado a “reposicionarse” para evitar lo peor por tal humillación: una gran revuelta rusa en las calles y en el alto mando militar. En esa criminal aventura Putin estuvo a punto de reventar una central atómica ucraniana y amenazó al mundo con la guerra nuclear. La sancionada economía rusa va a pagar caro tales hechos de barbarie.

El jefe del “pacto histórico” sabe que su movimiento es minoritario e impopular y que para ganar la elección de mayo requiere del apoyo de idiotas útiles de otros movimientos. Petro aspira a que Gaviria sea el primero de ellos y que él entre en un juego antipatriótico aceptando la idea de que firmará una alianza más, como tantas otras del pasado. Pero César Gaviria no es un novato y ve que Petro es el agente de una revuelta subversiva organizada desde Venezuela y Cuba y quizás desde más lejos. Gaviria sabe que, en últimas, el deal es que el Partido Liberal, su masa electoral, y el mismo ex presidente Gaviria, se suiciden alegremente para que triunfe el comunismo. Pues eso es lo que está en juego en este momento. Si gana la presidencia, Petro relegará los pretendidos acuerdos con Gaviria sobre una “sólida coalición progresista” y sobre los fantásticos “puntos programáticos” y otras bellezas, para erigir --si el país no entra en revuelta contra todo eso--, y montará una dictadura policiaca dedicada a demoler la prensa libre, desorganizar las Fuerzas Armadas y de Policía y desmontar como una aplanadora el país que conocemos.

Eso fue lo que siempre hicieron los totalitarios con los liberales, los usaron y los botaron a la cárcel enseguida. Lo hicieron Lenin, Stalin, Hitler, Dimitrov, Quisling, Gottwald, Fidel Castro, Allende, Hugo Chávez. Petro delira al suponer que César Gaviria meterá un dedo en ese carrusel diabólico.

Publicado en Columnistas Nacionales

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