Retornamos a una tensión peligrosa que, me atrevo a decirlo, es mayor incluso a la de la guerra fría. Entonces había un conjunto de reglas no escritas que permitía prever con cierta certeza el futuro. La disputa entre EE. UU. y la Unión Soviética se hacía en la periferia, sin enfrentamientos directos entre las potencias y sin el riesgo del uso de armas químicas o nucleares. Ya no es así. La invasión lleva la guerra al corazón de Europa, como en la II Guerra Mundial. El peligro del uso de armas químicas, incluso nucleares, se acrecienta cada día en la medida en que Rusia no alcanza sus objetivos y se empantana en Ucrania y Putin puede creer que solo esas armas le permitirán la victoria que se le aleja. La amenaza de extender la agresión militar rusa a otros países vecinos abre la puerta a una respuesta norteamericana y de la OTAN.
Con todo, el análisis anterior está lleno de condicionamientos, de supuesto que no sabemos sin se cumplirán. Hay, sin embargo, algunas áreas donde ya hay certezas sobre los cambios que se están produciendo. Tres de ellas, que nos afectan directamente, son la seguridad alimentaria, la energía y cambio climático. Concentremos en los alimentos.
La FAO advirtió que "las perturbaciones de la cadena de suministro y la logística de la producción de cereales y semillas oleaginosas de Ucrania y la Federación de Rusia, así como las restricciones a las exportaciones rusas, tendrán importantes repercusiones para la seguridad alimentaria”. Así es. Hasta la invasión, Rusia era el mayor exportador mundial de trigo y Ucrania el quinto. Según la misma FAO, entre los dos producían el 19% de la cebada en el mundo, el 14% del trigo, el 4% del maíz y el 60% del aceite de girasol, fundamental para cocinar. Según JP Morgan, los dos países representan el 29% de las exportaciones globales de trigo y 19% de las de maíz.
No es seguro que los grandes países cerealeros, Estados Unidos, Argentina, Canadá, Francia y Australia, puedan aumentar rápidamente su producción. Ha habido sequías, alteraciones en las cadenas de suministros y un aumento sustantivo del costo de fertilizantes que, lo veremos más adelante, se afectan aún más por la invasión. Por ahora, la India será el gran proveedor mundial de trigo, gracias a los enormes excedentes que tiene después de varios años de buenas cosechas.
Mientras tanto, es muy alto el riesgo de una crisis alimentaria en los países más pobres, por una combinación de altos precios y disminución sustantiva de la oferta. Para empeorar la ya muy mala situación, la mitad de los granos que compra el Programa Mundial Alimenticio, vitales para 125 millones de personas en todo el mundo, provenía de Ucrania. “Una catástrofe no solo en Ucrania, sino posiblemente en el mundo”, advertía su director. Para Colombia, aunque importamos el 99% del trigo que consumimos y cerca del 90% del maíz, la dificultad no será de provisión. No los traemos de Rusia ni de Ucrania. El problema serán los precios.
Para rematar, antes de la invasión, los precios de los fertilizantes ya estaban subiendo de manera sustantiva (desde enero de 2021, los precios del amoníaco anhidro habían subido un 315%, los de la urea 214%, el nitrógeno líquido un 290% y la potasa un 213%), debido a la creciente demanda y la menor oferta, a la crisis de la logística global, las sanciones de EE. UU. a Bielorrusia y a que China, el mayor exportador de fosfato, suspendió las exportaciones de fertilizantes desde octubre pasado para cubrir su demanda interna. Con la invasión, la situación se agrava aún más. Rusia era el mayor exportador mundial de fertilizantes nitrogenados, como la urea, y el segundo de potasio y fósforo.
Para Colombia, las consecuencias de la invasión en materia alimentaria son preocupantes. Nosotros importamos el 75% de los fertilizantes que usamos, fundamentalmente urea, fosfato diamónico, fosfato monoamónico y cloruro de potasio. La urea proviene un 29% de Rusia y un 13% de Ucrania. Aunque encontráramos proveedores alternativos (los gremios del sector agropecuario sostienen que la cobertura del primer semestre está garantizada. La incertidumbre viene después) los precios que tendremos que pagar serán aún mayores. Y esos precios se traducirá necesariamente en un mayor costo de la producción de alimentos que, lo he dicho en otra columna, constituyen el sector que más impacta la inflación.
En febrero, la inflación anual fue del 8,01%. Los alimentos fueron los que más aportaron al alza. Representan 3,72 puntos, casi la mitad del aumento. Son solo malas noticias en este campo. A todos los factores internos que impulsan el repunte de los precios se suma el ataque ruso a Ucrania.