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Eduardo Mackenzie   

Cada vez que Gustavo Petro toma la palabra lo hace para aterrorizar y mentirle a los colombianos. En su intervención de antier notificó a todos que si es presidente ordenará reducir los arriendos para que “el sueldo rinda más”. Así no más, como si tal medida fuera legal y como si fuera una solución. No es ni lo uno ni lo otro, pero para saberlo hay que pensar un segundo y eso es mucho pedir. No es raro que él diga tales majaderías. A él le gustaría acabar los fondos de pensiones privados, impedir la minería, dejar de explorar y exportar petróleo –como hizo Rafael Correa en Ecuador con pésimos resultados--, para “salvar el planeta”.

No entiendo cómo ese ignorante puede esperar ganar la próxima elección presidencial. Él es uno de los políticos que tiene el más alto índice de impopularidad. Su pasado terrorista no solo es la causa de la repulsión que inspira en amplísimos sectores de la sociedad. Su pésima actuación como alcalde de Bogotá demostró que el hombre no entiende nada de nada y que lo único que orienta sus actuaciones -sus prejuicios ideológicos extremistas, su odio por la “sociedad burguesa”-, arruinan todo lo que toca.

Después, el país vio las imágenes de un Gustavo Petro sentado ante una mesa en un lugar obscuro y recibiendo y metiendo en una bolsa de plástico unos gruesos fajos de billetes, como si estuviera recibiendo el pago clandestino de algo que él nunca reveló. Ese escabroso episodio carbonizó a Gustavo Petro como politiquero ante los sectores que creían todavía en él.

El libro que Petro escribió para mejorar su imagen, publicado hace unos días en Bogotá, se volvió contra él: está saturado de mentiras. Es un amasijo de exageraciones y embustes dicen ex miembros del M-19, como Bustamante y Carlos Alonso Lucio. Las “hazañas” de Petro en esa banda criminal no resisten un análisis. Enrique Gómez Martínez, sobrino de Álvaro Gómez Hurtado, explicó, además, que Petro jamás se reunió con el inmolado líder conservador, que Petro nunca estuvo en el apartamento de AGH, que Petro no recuperó el diario del secuestro de AGH, que ese manuscrito fue vendido por J. Mario Arbeláez a la Universidad Sergio Arboleda. “Petro miente y se cree sus propias mentiras”, remató Enrique Gómez.

Sin embargo, Petro sigue tan campante, gastando millones y movilizando gente, técnicos, buses y camiones de una ciudad a otra para sus mítines. ¿De dónde vienen esos montones de dinero? ¿De Colombia Humana o de Venezuela? ¿Por qué Petro no declara esos dineros? ¿Quién lo financia? ¿Cómo entran esos dineros? ¿Quién organiza la logística de esas caravanas? ¿Por qué ni el CNE ni los organismos de control de Colombia disipan esos enigmas?

¿Tal desgano, tal complicidad, explican entonces esos aires de triunfador y matamoros que el agente de Nicolas Maduro exhibe en público?

¿Cómo hace él para creer que, pese a los escándalos y a la irritación que desatan sus gesticulaciones, ganará la elección presidencial en mayo próximo?

Yo no lo sé y a lo mejor él tampoco lo sabe. 

Una hipótesis dice que Petro aborda esa elección como si ésta fuera una partida de póker que otros están jugando por él. Otros detractores piensan que el hombre está tranquilo pues estima que el rechazo popular no cuenta pues un accidente extraordinario al final del día electoral, un masivo bloqueo digital de los computadores por misteriosos hackers daría como resultado un fraude indetectable en su favor, con un discreto diferencial respecto del vencido. Ese rumor no me parece descabellado. Esa técnica, el simulacro de un resultado polémico pero ajustado, fue experimentada muchas veces en Venezuela por el chavismo, con los resultados que sabemos.

La tesis habitual del petrismo es que como él obtuvo 8.040.449 votos en 2018 (contra los 10.398.689 de Iván Duque), tal cifra crecerá como por encanto en 2022. Yo me pregunto si esos 8 millones de Petro fueron ciertos. Tenemos que abrir bien los ojos y ver qué encierra ese diferencial de cinco millones de habitantes denunciado hace unos días por el DANE y que fue tan mal recibido por la Registraduría. Hay que descubrir, además, lo que ocurre con los datos de Soacha (inflados según el DANE) que estarían pesando en forma exagerada en los resultados electorales de Bogotá, donde Petro, como cosa rara, le ganó a Duque, según el CNE, en la primera y segunda vuelta de la presidencial de 2018 (1).

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde 2018 y la pésima imagen de Petro aumenta. No obstante, el dinero para su campaña fluye de manera imparable. ¿Qué significa todo eso? Lo vuelvo a decir: si Colombia no protege desde ya la pureza electoral de 2022, si no controla el destino político del país en esta campaña presidencial y en esa elección, si nos cruzamos de brazos ante las operaciones subversivas para pervertir ese proceso, lo vamos a lamentar. Hace tres días el senador americano Marco Rubio declaró: “Yo pienso y creo que Rusia, China, Venezuela y Cuba van a tratar de interferir en las elecciones de Colombia”. De nada servirá llorar después, durante 20 años, por las atrocidades y destrucciones a las que será sometido el pueblo de Colombia.

(1).- En la primera vuelta de 2018, Iván Duque obtuvo en Bogotá 989 744 votos frente a 1 099 955 de Gustavo Petro. En la segunda vuelta, Duque obtuvo en Bogotá 1 449 092 votos, mientras que Petro obtuvo 1 889 050 votos. La votación de Petro en Bogotá, entre la primera y la segunda vuelta, recibió 789 095 votos más. ¿Cuál fue el peso de Soacha en esos guarismos?

Publicado en Columnistas Nacionales

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