Mientras en ejercicio responsable, serio y comprometido con el cumplimiento de la ley, el presidente de Colombia lidera el Estado y la actividad económica con un rigor y un profesionalismo democrático ejemplar, y lo hace sin llorar por la complejidad de lo heredado, ni por la época y vicisitudes que le han correspondido sortear, ex gallipollos y avechuchos de toda suerte de plumajes afiliados o no a las agencias de empleo político partidistas, la mayoría de los medios del país y algunos de la madre patria, no le perdonan, ni le perdonarán jamás a Duque, el haber llegado al poder en total convicción y franco compromiso con las banderas de los valores democráticos con que gobernó Álvaro Uribe y le mejoró las condiciones de vida al pueblo colombiano entre 2002 y 2010.
Raro resulta que, cuando uno de estos rimbombantes pajarracos se subió al anca del caballo de Uribe para luego engañar el electorado y al país, o cuando se desconoció de tajo la voluntad democrática del pueblo expresada en las urnas en octubre de 2016, el asunto de un atropello constitucional no fue criticable, todo parecía ser algo plausible y que no acreditó reproche alguno.
Y resulta aún más inadmisible al simple entender de los mortales, la mezquindad y falta de patriotismo demostrado por esos mismos "líderes políticos e institucionales", durante el terrorífico intento narco populista de derrocar la democracia en el pasado mes de abril, cuando nuevamente primó el silencio inexplicable de la gran prensa, sobre toda lógica, razón o consideración al sentimiento que nos obliga esa embolatada noción del patriotismo.
Observe el lector que es justo ahora, cuando al igual que en enero de 2019, nuevamente bajo el liderazgo de Duque, vemos un claro proceso de recuperación afianzado en el esfuerzo y el trabajo público y privado bajo un marco de Legalidad, Emprendimiento y Equidad, esos mismos egos viscerales llenos de las menudencias propias de la vanidad, la envidia individualista y la orfandad de poder, envían "propios" a criticar desde España, Brasil y los Estados Unidos, cada acción de un presidente honorable, que gústeles o no, los aventaja.
No sin razón entonces, se pregunta el ciudadano: ¿Cuáles habrán sido y a qué precio, los compromisos ocultos que se asumieron en La Habana, hipotecando nuestra carta constitucional a un gran costo social, político, económico y moral, con tal de dejar tranquilo y hasta fortalecidos la deforestación y narcotráfico?
Y es que no se entiende ni se explica, cómo es eso de que ahora la inseguridad es asunto nuevo en esta tierra y es a cuenta de Iván Duque, ni cómo diablos quienes viven a la caza de un escándalo, callan y ocultan que hay un partido deforestador que se nutre de la ilegalidad, amparado por redes milicianas de guerrilla rural y urbana, por algunas dictadoras y gobiernos populistas, por bandas de micro y gran narcotráfico, y por una corruptela infiltrada en algunos de los círculos de control de los poderes del Estado, al cual algunos de estos patronazgos demagógicos se empeñan en proteger a cualquier costo, sin importar para nada casos como los recientes bloqueos violentos a la movilidad y a la economía nacional, los atentados contra la vida del señor Presidente, la reincidencia criminal de Santrich o la participación en crímenes de lesa humanidad de cabecillas narcoterroristas como Granda y tantos otros, incluidos congresistas violadores y asesinos de mujeres y de niños campesinos.
* Abogado, Economista Agrícola y Ganadero