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Margarita Restrepo    

Escribo estas líneas con el alma hecha pedazos al ver el dolor que embarga a mi amigo, a mi compañero, a mi copartidario Gabriel Jaime Vallejo cuyo hermano fue brutalmente asesinado en Bogotá mientras cumplía con sus deberes como oficial de la Policía Nacional.

Juan Pablo tenía su vida por delante. Empezaba una carrera. Lleno de ilusiones, y de la mano de su esposa, se elevaba como uniformado y como padre de familia.

Deja un inmenso vacío. Su pequeña hija, de apenas un año, tendrá que crecer sin la presencia de su padre. Ella sí que es una víctima de la violencia y debe recibir el tratamiento adecuado y el acompañamiento que merece.

El terrorismo nos afecta a todos por igual. En el momento menos pensado la muerte golpea a las puertas de nuestras casas, llevándose a los seres más queridos. Nos quedamos con el dolor, con la incertidumbre, con miles de preguntas sin respuesta. La impotencia nos agobia y de ella pasamos a la rabia.

Que la justicia actúe. No me cabe la menor duda de que la impunidad es la más agresivas de las revictimizaciones. Gabriel Jaime, horas después del asesinato de su hermano, emitió un comunicado que refleja el inmenso sufrimiento que padece. Al final del mismo dio una muestra de grandeza espiritual digna de imitación. Imploró a Dios que perdone a los asesinos. Eso no significa que la justicia de los hombres pueda cruzar sus brazos.

Los autores de ese crimen deben ser encontrados y llevados ante los jueces de la República. Son un peligro para la sociedad, razón por la que merecen recibir el más duro y ejemplarizante de los castigos contemplados en el código penal.

Me alarma el creciente índice de atentados y homicidios contra civiles y miembros de la Fuerza Pública en la capital colombiana. La ciudad se está convirtiendo en un lugar invivible. Delincuentes de la peor calaña se mueven con relativa tranquilidad de punto a punto, haciendo de las suyas, sin que la administración distrital haga lo que corresponde para evitarlo.

No me parece que este sea el momento de buscar responsables en el asesinato del teniente Juan Pablo Vallejo. La culpa recae sobre los miserables que dispararon y acabaron con su vida. En eso no puede haber explicación adicional ninguna. Más adelante, cuando superemos el dolor, habrá que hacer la necesaria evaluación respecto de la política de seguridad y orden público de la alcaldesa Claudia López.

Rindo tributo al oficial asesinado. Paz en su tumba. Que Dios misericordioso lo acoja en Su seno y que desde el cielo interceda para que su dignísima esposa, su familia -especialmente mi amigo Gabriel-, sus amigos y allegados sean consolados. Todos quienes lo conocieron, lo amaron y fueron sus compañeros, cuentan con la certeza de que Juan Pablo es un héroe de la Patria al que Colombia entera debe despedir de pie, y con el corazón henchido de orgullo, por el privilegio que significó haberlo tenido en las filas de nuestra gloriosa Policía Nacional.

Publicado en Columnistas Nacionales

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