Duele en el alma que sigamos registrando tragedias como la que hoy nos cubre de dolor. 6 jóvenes sanos, llenos de ilusiones y con la vida por delante perdieron la vida por culpa de un ser imprudente y soberbio que decidió conducir un vehículo en absoluto estado de embriaguez, hecho que nos lleva una vez más a reflexionar sobre la falta de conciencia de millones de personas que no comprenden el enorme daño que pueden causar cuando irresponsablemente deciden ponerse al volante de un automotor a pesar de haber de haber consumido elevadas dosis de alcohol o drogas.
En los Estados Unidos, acceder a una licencia de manejo no es un derecho sino un privilegio que está acompañado de responsabilidades inamovibles. Uno de los delitos más graves en ese país es el de conducir bajo influencia de cualquier sustancia. Igualmente, la justicia es implacable contra quienes causan accidentes estando drogados o borrachos.
Por eso, no entiendo cómo es posible que en nuestro congreso resuenen las voces de quienes ejercen como promotores de la legalización del llamado uso “recreativo” de la marihuana. ¿Acaso no es suficiente con las catástrofes que causa el alcohol? Miremos con detenimiento el caso de Vives Caballero y tomémoslo como ejemplo para adoptar mejores y más eficaces medidas contra los conductores borrachos. No se trata de caer en el populismo punitivo, sino de establecer mayores controles y sanciones pecuniarias contra quienes osen ponerse al frente de un vehículo con sus sentidos disminuidos por el consumo de bebidas embriagantes o alucinógenas.
Aplaudo que en el código de tránsito se hayan fijado multas onerosas y sanciones rigurosas contra personas como Enrique Vives. Pero falta mucho más por hacer y en eso tienen mucha responsabilidad los padres de familia. La educación, la formación en valores, el buen ejemplo son los mejores mecanismos para prevenir tragedias y hacer de la nuestra una sociedad sana en la que los adolescentes puedan salir a caminar en la noche sin el riesgo de ser atropelladas por un sujeto inconsciente sobre el que, repito, debe caer el más riguroso de los castigos penales porque, nadie puede dudarlo, ese señor Vives Caballero es el ejemplo perfecto de lo que significa que alguien es un peligro para la sociedad.