Convengamos que, si la política importa y construye, la Politiquería Destruye.
Los intereses del estado tienen que estar por encima de toda otra consideración individualista, familiar, de grupo, partido, secta, religión, creencia o interés personal que no aporte al progreso de la colectividad. Para eso están las instituciones, pero estas tienen que ser honoradas por la conducta de quienes tienen la responsabilidad de ponerlas al servicio de todos.
Espectáculo grotesco el que dan viejos y nuevos muñecos que posan de actores y operadores políticos. Es penoso observar de lo que son capaces los rencauchados al igual que las figuras emergentes, con tal de aparecer en un periódico o en un noticiero así sea diciendo estúpidas e inconsecuentes sandeces.
Está el país convertido en una gallera donde cada picotazo y cada espolonazo va enmarcado con gala por el histrionismo de quienes ejercen la comunicación mediática, tan infestada de la desvergüenza que deja de lado la consolidación de una cultura ciudadana sustentada en conocimiento y estudio de los problemas y sus soluciones.
Hoy solo se vale de la escandalera continua para aumentar las audiencias a cuenta del generar sentimientos de fuerte rechazo y descontento general apelando al morbo colectivo asociado a la indignación ciudadana.
La promesa del cambio motivado por angurria y resentimiento, no cambia nada. Los canticos populistas, vengan de cualquiera de los extremos, medran en la misma canoa del descontento social y se nutren unos a otros; son el sedante para las angustias sociales de las que se desprenden la insatisfacción y el desespero colectivo.
Las falsas promesas asociadas al ejercicio del clientelismo son la apelación a la inconformidad de grupos y audiencias causada por el engaño colectivo de toda una la clase dirigente irresponsable integrada según conveniencia, tanto por el oficialismo como por la oposición.
Y el ciudadano trabajador se ve obligado a beberse un torrencial de comunicaciones monotemáticas sobre corrupción politiquera que, en lugar de instruirlo y generarle experiencias positivas, resulta influenciado de forma nefasta por medios y redes sociales de tal forma que aumenten sus frustraciones, pues lo que se presenta es solo un circo mediático con diarias magistrales representaciones escandalosas de la mentira y el engaño social.
Mientras no cambiemos la forma de hacer política en este país, mientras no pongamos el interés general por encima de los intereses individuales, mientras las candidaturas a presidente o a barrendero, solo sean monumentos a la egolatría y al beneficio personal y no vocación de servir, mientras el elemento transaccional del mercado político no sean ideas que construyan, sino componendas por puestos públicos con el objetivo de cobrar favores u obtener contrataciones estatales, asesorías o consultorías inoficiosas temporales e inocuas: "La Mona aunque la vistan de seda, Mona se queda".
El clientelismo sin duda señores no solo es la máxima expresión del individualismo que se comió viva la vocación de civismo en este país. El clientelismo solo genera corrupción y destrucción de valores, es la forma más clara del auto-engaño social. Entendamos que nuestra cultura politiquera está directamente correlacionada con la administración perpetua del empobrecimiento colectivo. Si no cambiamos la forma politiquera en que se ejerce la política, el país entero termina en la vil cañería como le pasó a Venezuela.