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Alexánder Cambero  

La desgracia se divisó en el pincel de la vida. Los colores perdieron de pronto la tonalidad cuando el dolor se alojó en su perspectiva. Fue justamente en el momento en que rodaron unas lágrimas por el rostro del niño Manuel Brito. Su papá había muerto dejándolos en una situación gravísima junto a su madre y hermanos. No solo era la pérdida de un pilar fundamental, significaba la angustia de no saber cómo afrontarlo. 

Diez niños muy pobres que, sin el sustento del progenitor, estaban destinados a sufrir. Su madre los reunió en la humilde cocina, para señalarles que era muy difícil poder mantener una casa con una prole tan numerosa. Lo primero que hicieron fue abandonar la escuela para trabajar en lo que fuera. El no tener ni para comer los obligó a tomar medidas drásticas. Aquel duro trance los ponía en posición de tener que asumir su destino a tan corta edad.

Como vivían en el barrio Cruz Blanca, sabían que cuadras más bajo estaban las buenas probabilidades de Nueva Segovia. Un sector barquisimetano donde habitan ciudadanos con óptimos recursos económicos. Cada uno agarró un rumbo en la búsqueda de un trabajo honrado. Manuel fue recorriendo las residencias hasta que tocando una puerta le cambió la vida. El límpido rostro de la señora Elena se iluminó al verlo. Un niño muy humilde que solicitaba trabajar en lo que fuera. Ella le manifiesta que ya tenían a quien se encargaba de los oficios. Sin embargo, consulta a su esposo el eximio maestro del arte Jesús Armando Villalón. Este lo hace pasar y lo lleva a su taller para que arregle el desorden. Lo deja acomodando algunas cosas mientras se ocupa de otros menesteres.

Cuando regresa se consigue con su área de trabajo de manera impecable. Todo organizado con esmero. La impresión que le causa hace que lo contrate. Así comenzó a estar todos los días arreglándole el estudio. Fue familiarizándose con aquel mundo lleno de magia. En su febril corazón infantil, fue colándose un virtuoso en ciernes que comenzaba la erupción de su volcán.

Se deleitaba viendo al maestro en la creación de sus obras. No le perdía detalles. El excelso pintor desparramaba su genio sobre el lienzo como quien besa la lluvia. Su magia atrapaba la luz para hacerla cautiva de un estilo simpar. Agiles manos para eternizar bellezas. El niño Manuel Brito iba ilusionarse con tomar el pincel para esparcir su verdad. 

Un día Jesús Armando Villalón le solicita un tipo de color azul. El taciturno niño comienza a pasarle varias opciones. Allí el maestro se percata que el impúber no sabía leer. Este asustado le manifiesta que no lo fuera a botar- ya que no sabía leer- y necesitaba llevar sustento a su humilde hogar. El maestro lo inscribe en la escuela José Macario Yépez. Le compró sus útiles para que desarrollara su actividad sin ningún problema.

Siguió laborando con mucha dedicación. Secretamente pintaba con materiales que sobraban. Imitaba los cuadros que observaba. Fue paulatinamente asimilando alguna técnica. Un buen día Villalón  advierte que Manuel oculta algo. Lo conmina a que le alcance lo que esconde entre algunos lienzos. El muchacho saca un cuadrito que entrega sumamente nervioso pensando en que podía ser despedido inmediatamente. El artista vio en el muchacho un gran potencial e inmediatamente se dedicó a formarlo.

Buscó otra persona para que hiciera su trabajo. Su interés era que Manuel Brito se dedicara exclusivamente al arte. Horas de sacrificio para ir puliéndolo hasta llegar a un producto acabado. De aquellos primeros instantes han pasado cuarenta años. Sigue estando todos los días en el sitio que definió su andar en la tierra.   

Hoy Manuel Brito es una gran realidad. Estamos hablando de un artista que se proyecta con gran fuerza en el escenario pictórico nacional. Sus obras  se exhiben en las mejores galerías de Venezuela y en algunas del exterior. Una figura que se destaca como uno de los mejores exponentes del país, con real posibilidad de conquistar escenarios mundiales a través de su talento.

Su técnica en donde juega malabares con la geometría encontró asidero en un contexto tradicional. Su novedosa propuesta hizo que los expertos hablaran de un maestro que venía para revolucionar el ambiente. El vanguardismo como esquema en el trabajo de Brito. Un artista que no tiene techo. Sigue siendo alguien con la humildad de mantener los pies sobre la tierra. 

EL niño que tocó la puerta de la familia Villalón. El rostro hermoso de doña Elena recibiéndolo con cariño, continúa estando en el corazón de Manuel Brito. Esa sonrisa tan profunda de ella: destilando el amor por sus congéneres, fue alivio para la angustia en un momento tan difícil para su vida.

El arte de Manuel Brito persigue profundizarse en la huella del generoso tiempo. Seguirá creciendo para relacionarse con los grandes en un mundo que lo convoca.

@alecambero

Alexcambero_62

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