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María Isabel Rueda  

¿A qué se debe esa manía que tienen los millonarios de embarcarse en aventuras turísticas extremas?

Francamente encontraba imposible resistirme a aprovechar la primera oportunidad, en mucho tiempo, de no dedicarle esta columna al presidente Gustavo Petro. La encontré en esta tragedia del sumergible Titán y, de alguna manera, en su asociación con la maldición del Titanic.

El concepto más claro sobre las razones que condujeron a este accidente lo tiene el director de cine y ganador del Óscar que dirigió la famosa película ‘Titanic’: el sumergible tenía propósitos turísticos y no científicos, y no contaba con la confirmación de que era seguro, porque no lo era. Con fuertes críticas a Stockton Rush, el presidente de la compañía fabricante del aparato, Cameron sentenció que nadie debe asumir un riesgo semejante cuando lleva pasajeros que pagaron altas sumas de dinero por la experiencia y que confiaron en Rush y sus declaraciones futuristas. Asegura que fallaron los materiales que contenían compuestos de fibras de carbono, ampliamente usados en la industria aeroespacial porque son más livianos que el acero y el aluminio, pero el problema, como se lo explicó Cameron a Anderson Cooper, de CNN, y a ‘The New York Times’, es que carece de la resistencia para aguantar la compresión en las profundidades del mar.

La compañía alegó que instaló sensores en el casco del Titán para controlar su estado, lo cual supuestamente otorgaba al piloto tiempo suficiente para detener el descenso y volver en forma segura a la superficie. Pero según Cameron, que ha descendido varias veces a salvo hasta las profundidades donde yace el Titanic, la red de sensores del casco fue siempre una solución inadecuada para un diseño que siempre consideró intrínsecamente defectuoso. “No es como la luz que se prende cuando el nivel de gasolina en su carro está bajito”, explica. Tan solo servía para avisar que el casco iba a implosionar, como ocurrió. Fue una “implosión catastrófica”, como la describieron los expertos, aparentemente el mismo domingo de su descenso al fondo del mar. Y cinco vidas se perdieron.

Otro aspecto del episodio es: ¿a qué se debe esa manía que tienen los millonarios de embarcarse en aventuras turísticas extremas? ¿Es que viven acaso muy aburridos? ¿Cuántos documentos tuvieron que firmar estos cinco tripulantes con la palabra “muerte” varias veces mencionada, que aceptaron gustosamente como contingencia? Además, por el tamaño del sumergible, sus cinco ocupantes iban como en una lata de sardinas. ¿Por qué en su lugar no volverse a ver la película de Cameron, que, además de extraordinaria cinematográficamente, contiene imágenes auténticas del naufragio? Si es cuestión de escoger, hay formas más cómodas y amables de esperar el final de la vida.

Comparto la opinión de Antonio Navarro Wolff: “Estos pagaron mil millones cada uno; yo, ni gratis iría a ver el Titanic”.

En conclusión: uno de los suicidios más costosos de la historia, no solo por lo que le invirtieron al cacharrito sino por la extensa búsqueda que se desplegó durante varios días.

Les prometí que en esta columna no hablaría de Petro. Pero como hablamos del Titanic y de la suerte que ahora corrió el sumergible Titán, se me viene necesariamente a la cabeza la comparación con lo que nos espera en materia de la atención a la salud en Colombia, totalmente pertinente, porque varios gremios presentes en el foro de salud de la Andi nos han advertido que pronto, ya iniciamos la visita al Titanic en sus profundidades.

Según Acemi, que agrupa las empresas de medicina integral, nuestro sistema de salud “atraviesa por una caótica situación financiera que pone en riesgo la salud y la vida de millones de colombianos”. En la adición presupuestal aprobada en extras no se quiso controlar o mitigar el faltante de apropiaciones para este año, de 10,45 billones. Así las cosas, será imposible desarrollar las funciones de las EPS ante un aumento del gasto jalonado por la inflación, la devaluación, los ajustes salariales, el aumento de uso de servicios de salud por efecto del covid; y, por inverosímil que parezca, por la incertidumbre generada por la díscola discusión de la reforma de la salud. Diagnóstico gravísimo de Acemi: “Al ritmo de ejecución actual, los recursos para cubrir los presupuestos máximos solo alcanzarán hasta julio de 2023, lo que implica que la población quedará descubierta y no se pagarán las deudas que se tienen con las EPS y estas, a su vez, con prestadores y proveedores”.

Ya el Presidente y la señora Corcho lo habían dicho: con reforma o sin reforma, el sistema no va a aguantar. Y la profecía se está autocumpliendo, porque a la salud en Colombia, de manera premeditada, el Gobierno le viene cerrando la válvula de oxígeno, para obligar al Congreso a aprobar a la fuerza la caótica reforma de la salud.

Como ve, estimado senador Navarro, hasta gratis nos llevarán en este gobierno a conocer el cementerio del Titanic.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 25 de junio de 2023.

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