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Carlos Caballero A.

Candidatos, como Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, tienen una terrible desconexión con la realidad.

En medio de la euforia generada por la divulgación de la cifra de crecimiento económico del año pasado, de los hechos y los escándalos de la política, y del pesimismo generalizado de los colombianos, pasan de agache los informes de las entidades internacionales sobre la situación de la economía colombiana. No tuvieron repercusión el reporte de la misión de consulta del Fondo Monetario Internacional (FMI) ni el estudio de la Ocde sobre Colombia.

Ambos informes se refieren con delicadeza y diplomacia a la urgencia de las reformas económicas para promover el bienestar de todos los colombianos y un crecimiento inclusivo. Reconocen la rápida recuperación de la actividad económica del año pasado. Advierten, sin embargo, que la situación continúa siendo crítica, no solo porque la pandemia no ha terminado sino porque no se han recuperado los empleos y ha estallado un fenómeno inflacionario que, si no se ataca con contundencia, puede descuadernar más los fundamentos de la economía y continuar empobreciendo a la mayoría de los colombianos.

Los documentos ponen el dedo en la llaga con respecto a los problemas y desafíos que un nuevo presidente va a enfrentar desde el primer día de su gobierno. Señalan la terrible desconexión con la realidad de candidatos como Gustavo Petro o Rodolfo Hernández, quienes, aprovechando el malestar de las gentes con el actual estado de cosas, creen que pueden llegar a la presidencia y pasar impunemente por encima de la Constitución y de la ley. Uno con el ánimo de la revancha, como lo puso brillantemente sobre la mesa Juan Carlos Echeverry en su artículo de La Silla Vacía. El otro con su estilo mandón, autoritario y grosero que considera que un presidente puede hacer en la Casa de Nariño lo que le venga en gana.

Tiene toda la razón Echeverry cuando afirma que “todos los candidatos, Petro y Hernández incluidos, deben dejar de actuar como si el país y la campaña fueran la arenera en donde juegan a ver quién tiene una idea más disparatada, que refleje la desesperanza y el ánimo de revancha de la gente. Tienen que empezar a tomarse esto en serio”. Y tomar en serio el presente y el futuro implica escuchar las opiniones de los expertos y de entidades internacionales que están proponiendo encarrilar a la sociedad, con cambios y sacrificios, pero con libertad y orden, hacia un mejor estado de cosas.

* * * *

Sin dejar de reconocer que el país podría mostrar indicadores mucho mejores de pobreza, empleo, protección social e igualdad, no tiene sentido desconocer la historia y afirmar que estamos como estamos porque durante 200 años el propósito de la dirigencia nacional ha sido empobrecer a los colombianos. No fue así. Tampoco pueden menospreciarse los avances sociales de los últimos treinta años.

Colombia supo en el siglo XX superar las crisis económicas por la vía de las reformas, con éxito. Así se remontó la crisis de los años treinta cuando, a pesar del enfrentamiento de los partidos, se logró reformar la Constitución, manejar la economía, elevar los impuestos, incorporar las nuevas clases sociales, aprobar una ley agraria para aclarar las normas sobre propiedad, promover la educación. En fin. Colombia salió avante sin necesidad de gobiernos dictatoriales o populistas como los de muchos países de América Latina. Y así lo hizo en los ochenta y en los noventa, cuando expidió una nueva Constitución.

No se puede ni se debe echar la historia por la borda y culpar al pasado de todos los males colombianos. Estamos en una hora muy difícil, es cierto. Pero las lecciones del pasado sirven para superar las dificultades del presente respetando las instituciones, sin revanchas y sin autoritarismo.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 25 de febrero de 2022.

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