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Carlos Caballero A.

La energía solar y eólica no se exportan, por lo que las divisas del petróleo no se reemplazan.

Ala pregunta de qué sería lo primero que haría el 8 de agosto de 2022 si ganara la elección, formulada en la entrevista publicada en la edición dominical de EL TIEMPO el 21 de noviembre del año pasado, el ahora presidente electo respondió: “La primera decisión que voy a tomar es el cese de la contratación de exploración de petróleo en Colombia”.

El periodista insistió interrogando repetidamente sobre el impacto de “semejante” decisión, ante lo cual el candidato defendió su posición argumentando “nuestras reservas aguantan” hasta 2034, cuando “las empresas automovilísticas han dicho que cesan la producción de carros de gasolina”.

A muchos colombianos y extranjeros se nos grabaron en la cabeza el titular de la entrevista y la declaración de Gustavo Petro. Personalmente pensé que sería una mala decisión porque el petróleo es el principal renglón de exportación de Colombia y los expertos internacionales proyectan que la demanda mundial de crudo comenzará a reducirse hacia 2045-2050. El país, entonces, debería aprovechar la ventana de oportunidad. Me preocupaba también la oferta de gas natural, un hidrocarburo con el cual se cocina en 11 millones de hogares en el país y del cual depende el suministro de energía eléctrica cuando se presenta el fenómeno del Niño y se afecta la generación hidráulica. Lo que no implica que no sea urgente diversificar las exportaciones colombianas o diseñar, entre el Gobierno y el sector privado, un programa de descarbonización de la economía.

Vino a principios de este año la invasión de Rusia a Ucrania y se recortó la exportación de petróleo y gas a Europa, lo que impulsó al alza los precios internacionales del crudo y alertó al mundo sobre la necesidad de diversificar geográficamente las fuentes de petróleo. Como dice gráficamente un amigo, Estados Unidos se lanzó a buscar petróleo hasta “debajo de los tapetes”. Es un momento excepcional para exportar petróleo. El atractivo para buscarlo y venderlo continuará por unos años más. Por eso, reducir la oferta cuando la demanda está disparada no tiene sentido: sería una especie de suicidio económico, hacerse el haraquiri.

El mundo atraviesa un período económico turbulento. No solo por la guerra. La inflación se desbordó en la pospandemia, y el alza de las tasas de interés y la expectativa de una recesión condujeron a una fuerte caída de los precios de las acciones en Nueva York, entre ellas las de las multinacionales petroleras. La de Ecopetrol, inscrita en Wall Street, también cayó, pero su baja, allá y aquí, fue más acentuada que las de las otras compañías; perdió un 22,5 % después de la elección y se recuperó parcialmente en esta semana.

Era de esperar. Los inversionistas tienen buena memoria y, aunque les digan que la transición energética será gradual, no olvidan el titular de noviembre. Saben además que al suspender la exploración baja más el valor de la acción. Los economistas entienden que la energía solar y la eólica no se exportan, por lo cual las divisas de las ventas de petróleo no se pueden reemplazar con energías limpias y se reducen, además, los dividendos y los impuestos pagados por Ecopetrol al Estado. Lo que tiene sin cuidado a muchos ambientalistas. Está bien que Ecopetrol diversifique su portafolio de productos. Está mal reducir la producción de petróleo y correr el riesgo, además, de perder la autosuficiencia y tener que importar crudo en el futuro. Sería lo peor que podría ocurrirle a la frágil economía colombiana.

Ojalá el nuevo ministro de Hacienda, el de Minas y Energía y el presidente de Ecopetrol logren que el nuevo presidente descarte su idea de noviembre. La transición energética es posible sin suicidarse por el camino.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 1° de julio de 2022.

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