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El Colombiano (Editorial)

Transcurridas dos décadas tras los infames atentados en territorio estadounidense, la estrategia geopolítica frente al terrorismo ha evolucionado.

Veinte años después de los atentados del 11 de septiembre (11S), la debacle de Estados Unidos en Afganistán marca una transformación de la política externa de ese país, del concepto de seguridad, de la estructura de la geopolítica mundial y de la preocupación de las grandes potencias por el control y el poder nuclear, que habían emergido desde entonces. La rapidez y la magnitud de la derrota de Estados Unidos, con la cual la guerra más larga en la historia de ese país terminó, hace que surjan muchos interrogantes sobre su papel en el siglo XXI.

En efecto, después de los atentados se pasó de un orden mundial, repartido entre soviéticos y estadounidenses, a un sistema con dominio fundamentalmente de Estados Unidos, más algunas alianzas con países occidentales, precisamente para acometer esa lucha contra el terrorismo. Estados Unidos consolidó su tarea de gendarme del mundo, actuando de acuerdo con un conjunto de reglas definidas que le permitían intervenir cuando era necesario para poner fin a los peores crímenes contra la humanidad.

De otra parte, en términos de seguridad, el 11S generó una nueva política, denominada “defensa nacional”, con aumentos considerables en los presupuestos dedicados a la seguridad de las naciones occidentales más poderosas; la fecha ocasionó también el destino de recursos importantes a la lucha contra el terrorismo internacional. Sobre esto se definieron nuevas normas de construcción, seguridad aérea y paso por aeropuertos, etc. Y también comenzó una guerra sin tregua contra grupos religiosos extremistas. Tal y como lo señaló El País de España hace varios años, con base en lo anterior se realizó la invasión a Afganistán, se acabó con el régimen de Huseín en Irak y se conformó un grupo de aliados para luchar contra el grupo Al Qaeda. Se dio así paso, del predominio de la política y su acción, a la acción militar; la guerra contra los talibán y contra Irak son muestra de ello.

El 11S puso de manifiesto que la inmolación nuclear era posible en el mundo al constatarse que varios países contaban con los medios para uso bélico masivo del uranio. Esto determinó la búsqueda de acuerdos, mayor control del poder nuclear y también la definición de una serie de protocolos internacionales en cuanto a eventos masivos, etc.

En términos de ciencia, tecnología e innovación, todo lo dicho llevó al desarrollo de inventos y tecnologías, como los drones y los aviones no tripulados. Una vez más se cumple con lo que pareciera casi un corolario del siglo pasado: las guerras llevan a nuevos inventos, como sucedió con el computador.

Pero el 11S condujo a guerras interminables en Irak y Afganistán, las cuales costaron muchísimo a la democracia estadounidense y causaron el rechazo de la opinión pública a las intervenciones militares en el extranjero. De hecho, tal vez por esa razón, una de las pocas cosas en común entre Trump y Biden ha sido la determinación de salir de Afganistán.

Una vez se ha producido la salida, lo importante, como señala el semanario The Economist, es que Estados Unidos adapte su estrategia para responder a los principales desafíos del siglo XXI —el ascenso de China, la influencia de Rusia y el calentamiento—, de forma que se evite el repliegue hacia los asuntos internos y el proteccionismo. La ferocidad y la crueldad de los ataques del 11S no se olvidarán, pero los efectos en la geopolítica comienzan a transformarse.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 11 de septiembre de 2021.

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