Facebook

     SiteLock

Última hora
El turismo que no necesita Colombia - Miércoles, 01 Mayo 2024 04:44
Cuatro temas de actualidad - Miércoles, 01 Mayo 2024 04:44
Bifurcación - Miércoles, 01 Mayo 2024 04:44
Impuesto a Pensiones y Expropiación de Ahorro - Miércoles, 01 Mayo 2024 04:44

César Salas Pérez   

Gracias a la orden del presidente Biden de retirar las tropas americanas de Afganistán, los talibanes se han apoderado del país y la desgracia de sus gentes, específicamente, de sus millones de mujeres, apenas empieza. El peligro es inminente porque cuando estuvieron en el poder impusieron leyes islámicas violatorias de los derechos de millones de personas, convirtiendo el país en un santuario para los yihadistas del mundo, en especial, del grupo terrorista de Al Qaida.

La única barrera de contención que quedaba eran las tropas americanas y sus socios operativos de la OTAN, quienes ejercían control, seguridad ciudadana y apoyo al gobierno legítimo del país, pero tras asumir el cargo, Biden, más en contravía de Trump que de su propio criterio, decidió echar al traste todo el trabajo de 20 años y darle a los Talibanes licencia para cometer delitos, abusar de la población y retar al mundo gracias a su barbárie.

La sorpresiva retirada de EE.UU. representa una apertura a la violencia indiscriminada que sacude al país por cuenta de la principal exigencia político- religiosa de los talibanes: La resurrección completa de su emirato islámico que gobernó desde 1966 a 2001. Haciendo reciente memoria, el fin del emirato se da a raíz del actuar terrorista del desaparecido Osama Bin Laden tras el ataque a las torres gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre del 2001.

En octubre de ese año empezó oficialmente la guerra contra el terrorismo mundial.

Después de dos décadas de confrontación armada y diálogos estériles con los talibanes, Biden anunció la retirada de su país de territorio afgano, lo cual se cristalizó en la toma de Kabul, la capital.

Sin embargo, hay otro detalle poderoso del por qué los talibanes se apoderaron del país y es, precisamente, la corrupción y el envejecimiento de su ejército. Los comandantes se robaron el dinero del armamento, nunca prepararon militar y estratégicamente a sus tropas, y dependían en todo del apoyo norteamericano, principalmente, del poder aéreo, sin pensar siquiera en la terrible guerra que se avecinaba. A los jóvenes afganos nunca se les inculcó patriotismo ni amor por sus gentes, por lo que pertenecer a sus tropas no significaba nada más que lucir un uniforme y un fusil.

Ciertamente, se logró entrenar a no menos de 3.000 efectivos para actividades de combate, pero estas fueron insuficientes en número para afrontar la lucha.

Lamentablemente, lo que le espera al país va a ser el tema de los próximos 30 años, para historiadores, escritores, cronistas e investigadores, un auténtico asalto sin cuartel a millones de mujeres, niños y hombres quienes serán sometidos a los más despreciables vejámenes y humillaciones de que se pueda tener conocimiento en la historia reciente de la humanidad.

Según las principales agencias internacionales, el personal diplomático, médico, político, religioso y cívico de distintos países de Europa y Estados Unidos, huye despavoridamente de Afganistán; otros miles buscan refugio en países cercanos y solo reina el miedo, el horror y la confusión por lo que viene.

Las redes protalibanas se manifiestan por ahora mostrándole al mundo las victorias y conquistas de sus fuerzas insurgentes en cada ciudad, hasta la llegada a su capital, Kabul.

Un episodio similar al de ahora se vivió en Saigón en 1975 recordando la evacuación americana que marcó el fin de la guerra de Vietnam.

La otra cara de la moneda la representa el Presidente Joe Biden, a quien de entrada se le ve desconectado con el liderazgo mundial de su país en diversos temas de la agenda global. Es comprensible a veces, el deseo de que las tropas vuelvan a casa y que los países resuelvan sus propios problemas, alejándose de un mundo problemático, pero la potencia mundial no puede olvidar que una paz tensa es mejor que una guerra sin cuartel o una región desestabilizada. Y los talibanes van como el ciclista ganador, por “Pan y pedazo”, es decir, van por todo.

Hay un hecho que destruye la teoría de aquellos que pregonan que la presencia militar gringa y de la OTAN en Afganistán no tenía sentido porque ya los objetivos se habían cumplido, y es que tras 70 años del fin de la guerra de Corea, miles de tropas estadounidenses siguen estacionadas en Corea del Sur. Si se mueven de allí, China, Rusia y Corea del Norte invaden la península. ¡Así o más claro!

Tanto criticaron a Trump los pacifistas y progresistas del mundo tratándolo de guerrerista que ni se dieron cuenta que sus cuatro años fueron los más pacíficos y diplomáticos en política exterior en la historia reciente del país del Tío Sam. Símplemente, porque transmitió autoridad y poder ante el mundo.

Paradójicamente, cuando un gobernante americano sin autoridad ni poder se pone el traje de guardián de paz, ha sido cuando más provocaciones y ataques sufre. Es el caso de Joe, quien no convence y empieza a generar serias dudas sobre su carácter a la hora de tomar decisiones tan trascendentales.

Más bien, equivocadamente, empieza a conducir a su país a ser un espectador más de la barbarie talibán. Si quiso pasar a la historia como el mandatario que cerró de una vez por todas la guerra más larga de su país, permítanme decirles lo siguiente:

El precio de este primer fracaso de Biden en política exterior no es el fin de la guerra en Afganistán, es más bien, el inicio de una segunda guerra en ese país, porque las cicatrices del alma en el vigésimo aniversario del 11 de septiembre, vuelven a abrirse.

Publicado en Columnistas Regionales

Compartir

Nuestras Redes