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6 de marzo: exitosas manifestaciones anti-Petro en Colombia

Eduardo Mackenzie*  

Las “fuerzas volcánicas de la sociedad colombiana” existen, pero no están del lado de Gustavo Petro. Están contra el desastroso personaje encaramado en la Casa de Nariño. Están contra su plan de suicidio nacional que él presenta como “reformas sociales”, cuando no son más que los desajustes caóticos y hambreadores indispensables para la emergencia de un sistema comunista que Petro gestiona a diario, ministerio por ministerio, instituto por instituto, para que el país se despierte un día sin derechos y aplastado por un poder totalitario.

Las magníficas manifestaciones pacíficas de ayer 6 de marzo, populares, amplias, con reservistas y representantes de todos los partidos y de todos los grupos sociales, en 18 ciudades de Colombia, le dijeron, bajo los acordes del Himno Nacional, una vez más a Petro: estamos contra usted, contra sus planes y lo vamos a parar, legalmente y con la Constitución en la mano.

Los manifestantes dijeron algo más: rechazamos la falsa idea de que los colombianos salimos a marchar para oponernos a las reformas. Eso es lo que el gobierno quiere hacer creer. Los colombianos no se oponen a las reformas. Se oponen a las llamadas “reformas” petristas, a la arbitrariedad y al derrumbe de la Constitución que hay detrás de las medidas y de la agenda de Gustavo Petro.

Salieron a las calles a denunciar los atropellos, la violencia, la inseguridad y las mentiras enormes del gobierno. “¡Fuera Petro!” fue la consigna principal de las marchas. Las mayorías no soportan más la anarquía y la corrupción insolente que se extienden por todas partes por instigación del nuevo régimen.

Furioso cuando vió la marea humana desbordando las calles y la Plaza de Bolívar en Bogotá, el presidente le envió este mensaje a sus atónitos ministros: que en Colombia hay “personas que no quieren perder sus privilegios”.  Haciendo una inversión de realidad de tipo Orwelliano, donde los malos son buenos y los buenos malos, Petro se atrevió a culpar a los ciudadanos de ser “privilegiados”, para ocultar lo evidente: no hay mandatario que haya acumulado en Colombia, en sólo 20 meses, tantos privilegios para él, su familia y sus agentes de confianza. No hay día sin que la prensa y los medios describan nuevos despilfarros de ese sector con el dinero de los contribuyentes.

Incapaz de ofrecer argumentos, Gustavo Petro aportó falsas imágenes y apeló a las fórmulas del socialismo revolucionario: señaló a los opositores como “privilegiados” para sugerir que ellos representan a los ricos, a los egoístas y a los reaccionarios. En buena hora, y desde el otro lado de la barricada, Iván Name, el presidente del Congreso, lo paró en seco: los manifestantes están en la calle “para cuidar la democracia en la libertad de las instituciones, contra los que vilmente se han entregado por prebendas personales a decidir la suerte de un pueblo sin consultar la conveniencia de las propuestas”.

El jefe del poder ejecutivo estima que los manifestantes “no quieren cambiar al país”. ¿Cambiar por cambiar tiene sentido? Cambiar sin saber cuál es la meta es violar las conciencias. El sentido es lo que le da un valor al cambio. El sentido del cambio es lo que Petro le oculta al país.

¿Jugar con la salud, con los salarios y con las pensiones de jubilación de los colombianos es un “cambio”? Quienes se oponen a esas destrucciones no son “privilegiados”. Son personas con derecho a tener acceso a un sistema de salud eficiente, a salarios decentes y pensionarse después de tantos años de trabajo.  Colombia estaba en vía de construir ese trípode social siguiendo los mejores ejemplos de otros países. Hasta que se dejó avasallar por la estrategia de las dictaduras socialistas del continente cuya consigna es “empobrecer a la masa” para convertirla en bestia de maniobra en beneficio de la clique gobernante. 

¿Echar a tierra los pozos petroleros, las refinerías, los oleoductos, la experiencia técnica acumulada, las divisas, las ganancias y el resto del capital fijo que Colombia ha ido construyendo durante 120 años pese a las enormes dificultades, para entregarle esa riqueza a la dictadura venezolana, para cumplir un secreto pacto de “internacionalismo bolivariano”, es un “cambio”?

¿Arruinar las negociaciones con gobiernos europeos para dejar a Colombia sin poder defender un millón 138 mil kilómetros cuadrados de su territorio con solamente siete aviones de combate de los años 1960 es un cambio?   

¿Sacar a Colombia del mundo libre para convertirlo en una provincia miserable del “sur global” es una “transformación” necesaria? ¿Por qué Petro maniobra para que Colombia adopte la política de Hezbollah y de Hamas ante Israel y los conflictos de Medio Oriente? ¿Tal giro diplomático es un cambio aceptable? ¿Qué ganan con eso los colombianos?

El presidente Gustavo Petro hizo una frase, el 6 de marzo, sobre las “fuerzas volcánicas de la sociedad colombiana”. Estas existen, es cierto. Fueron ellas las que salieron ese día para defender no los siniestros “cambios” petristas sino para impedir que ese gobierno logre romper la continuidad de la Patria.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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